Caminos llenos, pueblo vacío
Me lo contaba un amigo hace pocos días: “Vas por el pueblo y no encuentras a nadie, te sales al campo o extra radios y los ves a todos, gente caminando, corriendo, en bicicleta, etc. es el mundo al revés”. Personalmente no he llegado a tal comprobación, vivo en las afueras y con los años me he vuelto perezoso y refractario a las masas. Me va el recato y una soledad airosa, casi terapéutica y un tanto controlada; pero la afirmación amigable debe ser verdad, porque siguiendo las redes sociales y avistando al personal desde mis parcelas agrícolas, el montante de caminantes se ha multiplicado ostensiblemente en los últimos años. No sé si será a cuenta de despoblar el corazón del pueblo, pero con los aconteceres que corren, me da que tiene algo de razón.
No entraré a analizar las causas de estas deserciones urbanitas temporales, que las hay sin duda y muchas, pero una es sonora y apabullante, el personal anda hastiado de todo por un lado, y ensimismado por otro. No aguanta casi nada de los otros como no sea aquello que conviene a egoístas pretensiones, y al mismo tiempo, las modas influyen en esa plaga de estos tiempos oscuros y amargos, que se ciñe al cuerpo diez y estar en forma para concursar en los más diversos campos. Porque en definitiva es todo una competición, la de imponer los propios criterios y manera de ver las cosas a los demás, a costa de lo que sea. Y tampoco subrayo ejemplos pues me comen el artículo, y cada cual se los sabe de memoria. Como colofón, todo se resume en egoísmo rampante a base de hedonismo y escapada. Y al final que os den.
Duele llegar a esa conclusión cuando se ven los toros desde la barrera, que es donde me encuentro ahora, pero es lo que hay. Cuando yo toreaba en plaza (en sentido figurativo del “manegueta” para todo), estas cosas eran difíciles de observar. El fragor organizativo, la tensión del desarrollo y el incierto resultado de cada actividad, te mantenían en una tensión orgiástica que cegaba cualquier entendimiento racional o posibilidad de visos críticos imparciales. Por eso ahora en esta atalaya de jubilación anticipada y con moratones incurables en el costillar, el paisaje se desparrama con extraordinaria claridad. Es sin dudas, el imparable paso de los años, buenos para unas cosas y no tan buenos para otras.
A mí me parece bien que al personal le haya dado por patear caminos y sudar entre ripios y polvaredas agraces. Decoran la librea parda y ocrácea de estos campos sedientos que nos circundan, dan color y pintoresquismo con sus camisetas fosforito y su ritmo cardíaco controlado por artilugios electrónicos, para los que yo mismo, soy un negado. Lo que no me parece tan bien, es que esos urbanitas en proceso desertor por horas, pretendan dar lecciones del mundo natural a nadie, sin mover una piedra que les molestará cien veces al paso, pero que no perderán un segundo de su controlado tiempo en apartar, o colocar en su sitio. O dejen restos de fluidos, con más formulación que la dieta de un astronauta, a la vera del camino.
No me parece bien que por caminos rurales cuya velocidad está limitada a 30 km. por hora se vaya a toda pastilla, como si esto fuera el Dakar, con cualquier vehículo con o sin motor. Caminos por donde hay salidas de parcelas, pululan peatones, transitan animales, vehículos lentos como tractores y motocultores, y al salir de una curva te puedes llevar un buen susto, cuando no una indeseable desgracia. Yo no diré la sentencia de mi abuelo materno, cuando siendo yo un pipiolo imberbe, y le ayudaba en tareas agroalimentarias camperas; cuando se erguía en el bancal, incorporada su cansina anatomía encorvada por la azada, y cuando veía pasar las motos de campo a toda leche por el camino, alzando un polvo irrespirable, les gritaba: “LLàstima d’aixá”. Y se quedaba tan pancho haciendo su labor. Es lo que tiene lindar tus bancales con un camino, que por allí pasa de todo, y lo ves y lo escuchas también todo.
Gente de paso, aunque repitan secuencia de tanto en tanto, están increíblemente ciegos al entorno por lo que no es de extrañar, que no sepan distinguir un tomillo de un romero, o una sabina de un enebro. Que no ven como sufren los árboles en sequía, o aquel gusano criminal que corroe el tronco del plantón moribundo de garrofera. Y no es ya solo que no sepan, pienso que les da lo mismo. Todo es mera decoración de un paisaje decadente, utilizado y puerilmente manoseado para aliviar neuras y ansiedades del inflado ego. Que lo hagan otros pensarán los cuerpos danone envueltos en colorines. Y yo me pregunto en voz alta: ¿Otros, qué otros? Si ya no quedan otros, sois vosotros quienes deberíais correr menos y salvar la vida de vuestros bancales en perdición, para que todos gozaran de ese entorno que se ansía arcadia feliz, lejos del centro del pueblo. Ya sé que he vuelto a la sentencia del abuelo, pero dicho con más retórica. Pero nada es gratis, y para recoger es menester sembrar.
En estos días venideros otro colectivo se incorporará al mapa agrario, los cazadores. Conflicto de intereses a priori, que nunca ha ido a más pero que está latente en un espacio natural solicitadísimo. Estos últimos siembran grano, ponen bebederos, cuidan parcelas y le sustraen a ese campo, tributo en forma de piezas de caza. Para ello llevan más papeles encima que Colón cuando salió para las Indias, y llegó a las Américas. Papeles que les cuestan un ojo de la cara y parte del otro, son portadores de: licencia, federativa, seguro, coto, chips, etc…
Caminante o ciclista fosforito, cuando te cabrees al verlos piensa en eso, porque a lo mejor antes de entrar en enojo y agriarte, te convendría pensar cómo te pondrías tú, si para regodearte por el campo, tuvieras que pagar la pasta que pagan estos por el mero hecho de salir a él. Y encima perseguidos como maquis. De los otros, de los del zorzal en beatitud nocturna y reclamos en ristre, los de la parcela mimada y árboles ajardinados, los de la tradición de sus antepasados, etc. mejor no hablar porque la acritud no es buena consejera ni saludable. Pero no terminaré sin decir una vez más, y van no sé cuantas, que es toda una monumental injusticia absolutamente irreparable, que va al son de los tiempos. Tiempos revueltos, donde todo está del revés, y nada es lo que parece.
De todo hay en la viña del Señor, claro está y posiblemente tú, Vicente Bosch Paús seas de los que cumplen con el cánon del respeto y la observancia ordenada de las cosas. pero me da que, la mayoría de usuarios no son como tu, sino todo lo contrario y a esos son a quienes quiero retratar en mi artículo. De todas formas estoy agradecido de tus observaciones que siempre valoro positivamente.