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Por caminos de herradura

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    Por caminos de herradura- (foto 1)
    Por caminos de herradura- (foto 2)
    Por caminos de herradura- (foto 3)
    Por caminos de herradura- (foto 4)

    La vida es sinónimo de camino, un camino que vamos a recorrer desde la cuna al sepulcro. “Caminar por la vida”, suele decirse a medida que pasan los años y envejecemos, perdemos vitalidad pero ganamos en experiencias, que nos hacen templar los ánimos y relativizar las cosas. Porque una persona con edad está baqueteada por penas y alegrías, aunque los sinsabores son sin duda, con sus dolorosas circunstancias, los que más marcan.

    Los que llevamos medio siglo en el costillar por lo menos, hemos visto languidecer el mundo rural de forma acelerada e inmisericorde. En pocas décadas se ha perdido una magnífica cultura secular, que no tiene solución de continuidad en este mundo pintado con un frío barniz materialista y que se mueve por intereses económicos. Se han perdido muchas fincas de labor, bien sean de regadío o de secano, por la desidia de sus dueños; aunque son las últimas las más numerosas debido a lo intrincado de su ubicación y difícil acceso para la maquinaria agrícola, que ha puesto la puntilla a la tradicional tracción animal. Esas fincas yermas han sido pasto de los mortales incendios forestales que han dejado en tabla rasa, cualquier atisbo de cultivo y muy especialmente al olivar. Y todos aquellos bancales que no tienen acceso por pista de vehículos a motor, están muertos y enterrados.

    Con los años, los accesos a estos sitios de labor que no son otros que las sendas, también llamados caminos de herradura, se han visto inundados de maleza, enterrados por vegetación, degradados por un uso inconveniente o destrozados por erosión de las torrenteras que se forman en los temporales y tormentas. Con la pérdida de estos accesos, también se extravían fuentes, pozos, arquitecturas de piedra, masías y todo lo relacionado con este mundo perdido desde la década de los sesenta del siglo XX.

    Ha tenido que llegar una crisis brutal que mal que nos pese, marcará un antes y un después, para despertar conciencias del gran valor antropológico y social de este mundo ignorado. Han tenido que venir nuevos usos de estos parajes inhóspitos como el running, treaking, BTT y otros, (siempre nombres foráneos, y es que no aprenderemos nunca) para poner en valor lo que siempre estuvo ahí, y casi nadie miraba. Los pueblos que tienen el privilegio de conservar estas primitivas infraestructuras, están recuperando su entorno, por la riqueza que ello comporta en todos los sentidos. Caminar estas sendas tapizadas o empedradas de cantos rodados por entre un paisaje sugerente, es de una belleza material y espiritual sublime.

    En la vecina Llucena se ha puesto en marcha una iniciativa popular denominada: “Amics de camins de ferradura”, andan estos quijotes con ayuda pública y particular, desbrozando senderos, saneando y encalando fuentes, vamos devolviendo el lustre a lo que nunca debió perderlo. Y es que Llucena tiene un paisaje extraordinario, aún con la pérdida de muchos de sus bosques y pinar, la orografía de este lugar es prodigiosa y sorprendente. Mantengo epistolario regular con Domingo Olaria Palanques, del grupo que está llevando a cabo esta iniciativa con ímpetu inédito y resultados notables, si logran mantener el ritmo y la fuerza, los rincones del término de Llucena serán más amables y transitados por una pléyade de ansiosos devoradores de naturaleza, a fin de cuentas es lo que se lleva hoy en día. Los masoveros y su mundo, creadores en origen de esta loable restauración, ya son historia. Esta bella población del Alcalatén, marcó un hito con su Ruta de los Molinos, un pequeño recorrido senderista por ambos lados del río que rodea la población de exuberante naturaleza, con aguas vivas y limpias. Un trayecto fresco y sugerente que enamora a quien lo ejercita, de fácil acceso y desarrollo pues puede participar toda la familia, y alejado de otros recorridos más agrestes y montaraces.

    Uno mira este mimo que están poniendo los luceneros con su entorno, y no puede más que entristecerse cuando aguas abajo, por los caminos de l’Alcora, los cosas no son igual. Las sendas perdidas o abandonadas, hechas un desastre y convertidas en pequeños barrancos casi intransitables. Sólo se cuidan los caminos de motor como las pistas, todo hay que decirlo, pero los caminos de herradura están que dan pena. Solamente una vez al año y en tramos imposibles, los Peregrinos de las Ermitas por su cuenta y gasto, mantienen y reparan el PRCV-120 para poder transitar. Un sendero reconocido por las administraciones públicas, pero dejado de la mano de los hombres, por donde transita la Peregrinación cada primer sábado de Pascua. También los peregrinos en su afán altruista, reparan mojones de piedra seca, limpian la Cova del Angel, la font de la Pelejana, de sant Vicent, todas ellas dentro de su marcada ruta. ¿Pero y el resto del término rural, que es inmenso? Pues va a ser que como decimos por aquí: “res de res”.

    Siempre me ha maravillado la capacidad de los luceneros de defender lo suyo. Y los de otros pueblos colindantes que actúan en beneficio de su comunidad. También me he entristecido, cuando los de mi pueblo no actúan con el mismo afán, sino todo lo contrario. Y eso debe ser en todo, pero en lo que nos ocupa, que son los caminos de herradura el desastre es monumental. No dan votos, no hay una asociación que actúe como mosca cojonera, ni hay acémilas ni hombres curtidos que transiten con albarda y serón, camino de un olivar perdido en el monte, que es hoy un sembrado de aliagas intransitable, esperando un fuego loco que lo devore todo. Y es lo que hay.

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