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Per Vicent Albaro
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Basura en el castillo y la ermita

    Últimamente se está hablando mucho del castillo de Alcalatén y la ermita del Salvador, que son el conjunto monumental más genuino y señero de la comarca. Tal vez, los medievales de Al-qürá en plena crisis le den el lustre, que décadas de progreso apabullante no han sido capaces, salvo una remodelación en el año 2002 que aseguró su torre del homenaje y el camino de ronda. Una pena, porque allí comenzó la actual referencia histórica y administrativa, la ensoñación sentimental de los pueblos de alrededor que ven en ese pequeño pero gran castillo, su solar natal como villa. Un peñasco estratégico albergando un lienzo de muralla que milagrosamente se ha conservado en el tiempo, se recorta en el celaje y a modo de decorado histórico, conmueve a quienes pasan por la carretera y les vocea a gritos que está allí desde siglos, -como los olivos cercanos- olvidado y roído por la tempestad y los vientos, y sin embargo es el gran protagonista de esta tierra.

    Durante la niñez, subir a este enclave representaba una aventura sin igual, por el misterio que este monumento militar significaba en la imaginación infantil. Por las leyendas que los viejos contaban y los sempiternos moros que un día lo habitaron. Desde sus almenas se vislumbra un paisaje de increíble belleza que abarca casi los 360 grados. Una ancha franja del Mediterráneo, la Plana, Sierra Espadán, las cumbres del Peñagolosa. Y más cercano la rambla, medio término municipal, la villa de Alcora recostada sobre la montaña de san Cristóbal, la sierra y el pantano, y los altozanos de Foies y Mormirá con sus poblados íberos dentro. Haría falta un guía turístico versado en historia, para explicar todo esto desde lo alto, admirando un paisaje bravo y sugerente que siempre acaba subyugándote por más que lo admires.

    Últimamente he tenido dos oportunidades de hacer el papel de guía, con la visita de un ingeniero de montes D. José Pinar y en la romería de la parroquia con motivo de la clausura del año de la fe. Las dos veces he tenido la misma sensación, la primera que al estar allí, una extraña energía me enerva alzándome emocional y espiritualmente. Como un Redbull de piedras y de secano. Una vez le oí decir a Toni Albert que en ese lugar confluían energías telúricas, me lo decía con tanta convicción que era difícil no creerle. La otra sensación menos agradable, es siempre la misma, lo mal aprovechado que está ese extraordinario lugar. Y recordaba por vecindad, la de turistas que he visto por su contorno, que al pasar por la carretera han leído el cartel fucsia que reza: “Castillo y Señorío de Alcalatén”, para remontar la pista de tierra y llegar allí y…nada, piedras, vacío y silencio. Eso sí, hermoso paisaje y magnífica brisa.

    Ni una mala placa que indique que en ese solar, comenzó todo lo que hoy somos. En lo religioso, que aquella cimera ermita porchada fue la primera iglesia cristiana de todo lo que los ojos ven. Que allí nació un pueblo de pueblos y todos los de alrededor, páginas de historia jamás leídas y por ello ignoradas, y por ignoradas infravaloradas. En lo civil, un castillo que podrían perimetrarse todos sus cimientos, y alzarse algún día para demostrar que ni era tan pequeño, ni tan insignificante. Que una poderosa fuerza militar, quizás la más poderosa de la época: la del rey Jaime I de Aragón, se fijó en él y desvió su atención del sitio de la capital Burriana, para conquistarlo por medio de las mesnadas de su alférez, D. Pedro Ximeno de Urrea. Una insignificante placa para recordarlo al visitante espontáneo, no cuesta tanto.

    La recreación histórica de Al-qüra debería servir además de darle vidilla al pueblo, disfrutar de los actos, hacer caja en el mercado y la restauración; debería repito, ponernos al día de lo que no parecemos entender. Sólo consiguen cosas los lobys de presión, los que más gritan, amenazan con los votos, incordian o molestan. Las piedras centenarias parecen mudas pero no lo están, simplemente no sabemos escucharlas. Hemos perdido la finura del tacto, la sensibilidad del espíritu. Estamos embotados en cuitas políticas, personales, económicas, de vecindad…es como si esta puñetera crisis diera pábulo a todo, excusa para no hacer, no pensar, no reaccionar y justificar una inacción constante al terror reinante.

    Hemos avanzado mucho desde que el castillo se derrumbó para hacer paredes de bancal, o la ermita era un inmundo corral de ovejas con media techumbre caída. Pero no lo suficiente para poner en valor el rico patrimonio que dispone esta moderna Al-qüra, y tiene guasa la cosa cuando se predica un cambio de modelo económico, y se busca el “turismo” como panacea a nuestros males. Más guasa todavía, cuando hoy en día existen publicaciones eruditas, guías municipales y medios, para sensibilizarse de la cuestión y poner en valor lo nuestro, a sabiendas que nadie más lo hará. No hemos cambiado nada, creo que incluso vamos a peor.

    Tres bolsas de basura grandes, tres. Tres grandes monumentos a la desidia y el abandono recogieron los peregrinos de las ermitas de aquel entorno. Tres monumentos infectos de mierda de una sociedad sensibilizada al amor a los animales, a la violencia de género, a la ayuda de ONGs, al deporte campestre, y etc. etc. Pero que deja su rastro de hipócrita y rastrero existir en cualquier parte, pensando que nadie lo ve. En cierta ocasión hace muchos años y a tenor de una visita al entorno, mis acompañantes se fijaron en un cartelito que en el porche de la ermita rezaba: “Mantengamos la ermita limpia, demostremos que somos un pueblo culto”. Creo que el cartel lo puso la primera alcaldesa Doña Julia Alfieri de la Fuente, muchos se burlaron de él, como mis acompañantes en ese día. El cartel se quitó porque daba mala imagen, venía a insinuar que no éramos un pueblo culto. Y sin ánimos de nada, yo volvería a poner el cartel en su sitio.

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