Lo que pasa cuando presentas un libro y pierdes las notas que llevabas para hablar
Para presentar un libro hay dos cosas importantes, pero muy importantes, creo: Una es estar vivo y otra tener un libro. Hombre, también se puede hacer a título póstumo, que como las letras son negras, ya dejas algo adelantado, pero además hay que tener otra cosa: Paciencia.
Yo os lo juro que he tardado más en saber cómo iba ir vestido el pasado viernes a la Casa del Lector, en Madrid, para presentar el libro Al fondo a la derecha que en escribirlo. Y es que María Teresiña, mi madre, como si hubiera estudiado matemáticas puras hizo todas las posibles combinaciones y permutaciones de seis elementos tomados de seis en seis con la chaqueta, la camisa, el pantalón, y con los colores azul, blanco y amarillo.
Que si chaqueta azul con camisa blanca y pantalón azul eléctrico, pero que no; que si chaqueta azul con camisa blanca y pantalón amarillo, que a lo mjeo; que si chaque... hasta que yo; sí, yo, en un arranque de personalidad, impropia de mí, me armé de valor y tomé una decisión radical, drástica, y de ahí no me apeó nadie cuando dije: «Mamá, como tú quieras». Y oye, me entró una satisfacción, una tranquilidad, una paz interior... no sabía yo que eso de mandar fuera así... bueno.
Y tras casi dos meses sobre las múltiples posibilidades de mi indumentaria, con el vestuario ya decidido hice el primer ensayo de mi intervención: cuatro ideas más o menos hilvanadas, y joé con la hilvanación. Fue empezar, y Maria Teresiña y mi hermana Myriam interrumpieron con un: «Y no será mejor empezar con un señoras y señores...». Y claro, si de las cuatro ideas, ya solo en la introducción empezábamos así, y sin usar el comodín...
Y tras llegar a un acuerdo marco que eso de «señoras y señores» no, durante media hora no deje de oír: «Y di que, y di que, y di que», y con un cargamento «ydiques» me fui a la Casa del Lector. Y lo que es la vida, nada más entrar, que no encuentro el papeliño con las ideas. Miro y remiro los bolsillos y nada, que no aparece y, dicho sea de paso, lo que es también el cerebro, oye, me dio un subidón de adrenalina que ni que las ideas se me incrustaran en el cerebro, las tenía todas ordenaditas, pero tan ordenaditas que hasta me extrañó que fueran mías.
Y así entré. Veo al público, lo saludo, digo una bobada... uno que se ríe, digo otra... más risas, una más... más risas y... tomar viento la incrustación y el orden mental que llevaba: A improvisar. Y Alejandra Vallejo-Nágera, que presentaba el acto, que también le va eso de «a lo que salga neniño», pues que también se empata, se deja de discursos y como excelente psicóloga que es me hace a la caída una serie de simpáticas preguntas consulta/ diván.
Y claro, como a mí ya tanta cultura me superaba, tras casi una hora concluyo el acto. Aplausos sonoros, besos, abrazos, alguna lagrimita de los más allegados, fotos, que más bien aquello más que una presentación parecía una despedida en la estación de Atocha, y todos... a tomar unos pinchos con vinito de por medio.
Y como la vida es como es, pues que me voy a fumar un cigarrillo y no me digas cómo, saco de paquete de tabaco y, pegado al plastiquillo... ¡¡¡el papelito!!!, ¡¡¡sí, el papelito con las notas!!!. Y tal cual las miro pienso, pobriñas, no sé si dejaros aquí y que conozcáis la Capital o llevaros de vuelta La Coruña. Y mira que soy tierno, como que me miraron diciendo,«no nos dejes no nos dejes», y me entró un no sé qué, un «vale no lloréis», doblé el papeliño galego y pensé: «Para el siguiente libro, hijas», ahora, eso sí, esperar para salir al ruedo, lo que se dice esperar, vais a esperar un rato; bueno, salvo que María Teresiña diga lo contrario, claro.
PD._ El libro Al fondo a la derecha se puede adquirir entrando en edicions do Cumio.