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Per Manuel Guisande
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Las manías que tienen algunos escritores

    Hace unos días leí un artículo sobre las manías que tienen algunos escritores a la hora de trabajar (divertirse para mí) pero hay quien dice que es un curre… allá ellos, y la verdad que había de todo, cada cual con su paranoia para hacer rengloncitos y más rengloncitos.

    Juan Carlos Onetti, por ejemplo, se pasó sus últimos años en cama, fumando, bebiendo qüisqui y dándole al boli… ¡¡¡carallo con la manía!!!, más bien una vida padre, aunque de quien lo aguantaba no se sabe nada, quizás murió antes, pero bueno… que le quiten lo fumado y bebido al escritor uruguayo.

    Gabriel García Márquez escribe siempre en su despacho con una flor amarilla a su lado; qué quieres que te diga, mariconadas las justas; y el también premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, lo hace rodeado de figuritas con forma de hipopótamos.

    Otros como John Cheever lo hacía (escribir me refiero) estando en calzoncillos y Georges Simenon, el creador del comisario Maigret, comenzaba sus novelas leyendo una guía telefónica para elegir sus personajes según le sonaba mejor o peor los nombres y apellidos que pronunciaba en alto. Pero de todos, el crack, el crack de los crack fue el Nobel Juan Ramón Jiménez, que para componer sus versos necesitaba un silencio absoluto, pero tan absoluto que incluso llego a forrar de corcho la habitación en la que trabajaba.

    Claro, yo, visto lo visto, nunca llegaré a Premio Nobel porque a ver de dónde saco yo el silencio y la tranquilidad que tuvo Juan Ramón Jiménez… que en mi casa como mucho corcho, el del champán, cuando mi mujer la sioux, que vivió en Francia más de 15 años, invita a alguien.

    Yo cuando escribo, ni que fuera energía eléctrica, oye, porque es darle al teclado y se pone en funcionamiento la lavadora, la secadora, la campana extractora, el friegaplatos… menos los niños, que no les veo cable alguno… y te lo juro que cuando todo está en marcha me da la sensación que más que estar en casa estoy pilotando un airbus y que el teclado es el control de mandos. Y entre que muevo el ratón del portátil a derecha o izquierda como si tratara de buscar las coordenadas y pongo el altímetro de mi coco a funcionar… pues a veces se tercia pelar patatas, cortar cebollas, limpiar zapatos…

    Hasta tal punto me adaptado a este medio hostil que he sido capaz de limpiar un zapato con una mano y con la otra corregir una palabra, e incluso darle brillo, aunque en esto, lo reconozco, en lo del brillo, hago trampa, porque le doy lustre restregándolo con los laterales de la butaca mientras aporreo el teclado.

    Y claro, como estos tipos de situaciones adversas no se tienen en cuenta para el Premio Nobel, no contabilizan… pues nunca lo conseguiré; ahora en lo que es en el Circo Ruso… ahí…. bueno, ahí… en la pista central.

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