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Per Manuel Guisande
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Esas excursiones y viajecitos en verano

    A mí esto de viajar no creas que me gusta mucho. Supongo que habrá gente que necesita dar tres o cuatro vueltas a esa bola azul que llaman Tierra, pero de verdad que esto del desplazamiento cultural… cada vez menos. Lo que sí reconozco que ya de viajar, o de una visita de ida y vuelta, lo que me va es la Naturaleza. Por ejemplo, tú vas a la Playa de las Catedrales, en Lugo, y es genial. Llegas, ves cacho piedras inmensas, el mar, como las erosionó y tras el flas que te llevas al comprobar el impresionante panorama… vuelves. Total: la visita, 15 minutos y 30 segundos y semanas de imaginación.

    Vas a ver la Ciudad Encantada de Cuenca… otro tanto. Formaciones pétreas impresionantes con todo tipo de creaciones caprichosas, una maravilla. La visita: 15 minutos y 10 segundos y también semanas de descerebre. Y lo mismo pasa, por ejemplo, si vas a las Cuevas de Altamira, a las de verdad, no a esa chorrada de la reproducción que quieren que sea pero que no es y no es, qué le vas hacer.

    Pues entras, ves las pinturas rupestres, los colores, la formas, te imaginas a un tipo en taparrabos con un carbón pintando y al resto de la familia partiéndose de risa diciendo que no, que así no es el bisonte, que el bisonte es… y ¡¡¡ hala !!!, otro que coge de tizón y a darle a la pared de la gruta. Y todos otra vez que no, joé que no le ha salido un hombre cazando, que… y la madre en taparrabos que se dejen de bobadas, que hay que comer, que a las 5 empieza Sálvame de Lux y que no se lo pierde. La visita: 7 minutos, clavados, y eso, miles de horas de imaginación, de pensamiento divertido, entretenido, de felicidad.

    Esas son, ya de tener que hacerlas, las visitas que soporto, las de ver la Naturaleza, los paisajes porque otras… Por ejemplo, paras en cualquier pueblo de España y como vayas a ver un monasterio y haya un guía… entonces el tío o tía, a piñón fijo, empieza a decir que en la época de Fernando III el Santo, siendo obispo Celedonio IV de Junquera y Armarredones, se construyó la edificación para los cistercienses y que… y te lo juro que es oír esto que lo primero que hago es desconectar porque como que me va a quedar algo a mí de Fernando III el Santo y del Celedonio ese con 37 grados a la sombra y habiendo dejado el coche a casi un kilómetro, que solo es pensar en ir buscarlo y me da ganas de preguntar si hay plazas en el monasterio, que te lo juro que me quedo, que yo cuando digo me quedo es eso, que me quedo, que antes que ir a por el coche me entra una fe…

    Entonces, cuando eso ocurre, cuando el experto está raja que te raja con nombres y más nombres, fechas y más fechas, me pongo a mirar a la gente. «Y allí», dice el guía girando sobre sí mismo, moviendo los brazos como un agente de tráfico señalando hacia un rincón. Y es decir eso… y todos, pero absolutamente todos, como si estuvieran viendo un partido de tenis; giran al unísono la cabeza hacia el punto indicado, y como posesos y a lo bestia el personal flas, flas, flas, flas, una burrada de fotos…

    Yo en ese tipo de visitas, si es un monasterio, por ejemplo, me da ganas de preguntar: «¿Y no hubo un incendio?» , y como me digan que no… me da un bajón porque ya deduzco que ese monasterio no tiene categoría porque un monasterio sin un incendio es, como te diría yo, una redada de pederastas sin un belga, nada de nada, que no tiene nivel. Y la verdad, pegarte una paliza para que lo único que te quede en el cerebro es Celedonio IV de Junquera y Armarredones… eso, los armarredones.

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