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Per Manuel Guisande
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¡¡¡¡Dios, no!!!!, una jornada playera

    Yo soy sociable, de verdad, os lo juro que lo soy; pero a mí esto de ir en manada a una playa, qué te voy a contar, y por lo que averigüé ir así, a mogollón, cuando estás casado es algo inherente al cargo, que sino… era boa

    El caso es que por esas cosas que tiene el verano, aunque más mi mujer la sioux, allá nos fuimos a una playa con otras familias, que más que bañistas parecíamos expedicionarios sin rumbo y desesperados. Y tú ya sabes lo que es la exasperación, sobre todo la infantil: un niño que grita, el otro que llora, otro que tiene sed, aquél que se empeña en comer y ese que quiere ir al cuarto de baño. Es lo que llaman relaciones sociales, aunque por un momento se te pase por la cabeza gasearlos a todos y entregarte a la Guardia Civil, que peor no te van a tratar.

    Pues así, como una banda, nos fuimos a eso que le llaman playa. Aunque era en La Coruña para mí que aparcamos el coche en Jaén; y nada más salir del vehículo, como si fuera un perchero, me empaquetaron una sombrilla, una cesta, unas aletas y un flotador redondo que puse en la cabeza como si fuera una corona. Y así iba yo en el kilómetro 3 (porque no hay quien me quite de la cabeza que aparcamos en Jaén) cuando el flota ese redondo como un donuts se escurrió y me quedó a la altura del cuello, como una soga, pero de colores.

    Y así, anda que te anda con el aro ese que no me dejaba ver, escuché que alguien hablaba de la educación de los niños (tema apasionante, por supuesto) y no sé qué de que la Policía buscaba a alguien que había desaparecido. Y entonces, fíjate lo que es la vida, fue esto de oír lo de desaparecer, largarse, perderse, desvanecerse o disiparse (que tanto me va a mí) cuando mi mente, como si evaporara de la realidad, se percató de que el plástico ese del flota tiene un olor…

    Y es verdad, el plastiquillo ese tiene un olor raro, como a una mezcla de productos químicos; parece que es un olor a nuevo, pero no lo es. El olor a nuevo es otra cosa, te agrada y deseas que nunca se pierda. Al plástico no le ocurre eso; el plástico huele a algo extraño y como era tan fuerte, y yo tan imbécil, se me ocurrió chuparlo y… no te lo aconsejo, el condenado plástico pica… ¡buah!

    Al principio es como si te hiciera cosquillas; pero no, te das cuenta que no son cosquillas porque a los pocos segundos ese hormigueo va en aumento y es como si te quemara la lengua, la boca. Un sabor… bueno tú lo sabes que seguro que te pasó. Mal asunto este del plástico.

    Pues en estas estaba cuando pensé: «Guisandiño, no me descerebres; Guisandiño no me descerebres, no-me-des-ce-re-bres». Y en efecto, cuando dejé de descerebrar y bajé a la realidad ya estaba en la playa. Me quité todos los bártulos y cuando ya me había vuelto a transformar en ser humano y encontré mis brazos, pude ver mis piernas y sentir mi cuello… lo del mar fue visto y no visto, y no porque el mar sea pequeño, que es una bestialidad, que no sé para qué la gente quiere tanta agua, pero el caso es que inmediatamente uno de los niños que venía con nosotros ni que me viera cara de inflador, se acercó y me dijo con esa vocecilla que te lo esperas todo: «¿Me hinchas el balón?»

    Claro, yo estuve por preguntarle si no tenía padre o si lo habían operado de pulmón; pero qué culpa tiene la criatura. Así que fue coger el balón y acordarme del flota, de toda la industria plástica, de las multinacionales del escay de… y allí me ves, con mi bañador del 76, porque en Galicia los bañadores duran la tira, para lo que te bañas… soplando y resoplando, doliéndome la boca, la faringe, la laringe, los pulmones, el diafragma, las cuerdas vocales, las consonantes…

    Y así acabo el día; bueno, acabar, acabar, acabar, lo que se dice acabar no porque con lo que viví para mí que tengo secuelas cerebrales, pero de lo que sí estoy seguro es de que Jaén está lejísimos, pero lejísimos, lejísimos.

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