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Per Manuel Guisande
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Una ciudad con cuestas es una bendición

    Por circunstancias periodísticas y de comunicación he cambiado de forma temporal la aldea por el pueblo y ahora vivo en Betanzos (A Coruña), que tiene más de 5.000 habitantes y un imbécil (yo), con lo que con este cambio por una parte me estoy civilizando, sobre todo a la hora de hablar; y no porque antes dijera exabruptos, sino porque en la aldea hablaba a gritos desde la ventana con mis vecinos o desde la calle con mi mujer, que es indiamericana de la tribu sioux, y aquí, en el pueblo... pues voy modulando el tono, bajando el volumen, y he descubierto que hay una cosa que se llama timbre y que se aprieta con el dedo.

    Por cierto, que este chirimbolillo, el timbre, es curioso. Por si no lo sabes, lo presionas, y entonces, la persona que esta arriba en la casa habla y la oyes por un aparato que hay abajo e incluso puedes tener una conversación de horas y es gratis. No, no hay que contratar con Vodafone ni con Orange, por lo visto viene con la casa.

    Bueno, que me salgo del tema. El asunto es que Betanzos es que como un Manhattan a la gallega, como una isla, y una humedad que hasta casi se te apagan los cigarrillos, y en esta preciosa villa hay más cuestas que las etapas reinas del Giro y Tour juntas. Yo pensaba que esto de las cuestas era un marrón del copón, una incomodidad; pero no, he comprobado que las cuestas unen y hasta diría que santifican, que te hacen ser más sencillo, pero muchísimo.

    Seguro que tú conoces alguna de esas cuestas, pero de esas que son empinadas empinadas que casi necesitas piolet para subir (a ver cierra los ojos que te doy un minuto y piensa en alguna) ¿está? ¿ya?. Vale. ¿Pues cómo sube la gente esas cuestas que parece que van al cielo, pero cuando digo cuestas me refiero a esas que parece que más que subir estás en plan salto de esquí en los Alpes, inclinado hacia el suelo en un ángulo de casi 80 grados?. Pues oye, alucinante, el personal las sube despacio, muy despacio, marcando cada zancada como a cámara lenta y, lo más importante, cabizbaja, como aplanada.

    Y es ver a la gente así, cabizbaja, como meditando, que te da una sensación de bondad, de arrepentimiento... yo he visto algunos tan inclinados que a punto he estado de acercarme y ponerles un red, no se vayan a esnafrar, o inventar una especie de sujeción en la nariz con ruedas para que el ascenso sea más llevadero.

    Y algunos, es que los veo subiendo con una ternura, con una humildad, con un en plan «yo pecador me confieso... », que hasta me dan ganas de ir abrazarles y decirles «Mire, perdone que le abrace y llore, pero es que emana usted una humanidad... pero una humanidad... ». Es que hay casos que te emocionan que te llegan al corazón y hasta miras si llevan atado a la cintura un cepillo para darles unas monedas.

    Impresionante esto de las cuestas, lo sensible que te hacer ver a la gente así, como en procesión unos tras otros, en silencio, calladitos; y eso que solo llevo aquí en este pueblo dos mes y estamos en junio, que ya no te digo lo que será esto en Navidades cuando llegue además la cuesta de enero... vamos que vienen Paco, el Papa, y nos santifica, o nos sube con el papamóvil, pero que algo ocurrirá... seguro.

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