Historia del Sindicato: Una casa de todos y para todos
El Sindicato Agrícola de Puçol nunca ha sido, en realidad, un sindicato. Al menos, no en el sentido estricto de la palabra. Nacido a principios del siglo XX, el edificio fue construido por los propios vecinos del pueblo y se consolidó como un centro social y de ocio en el que todas las clases sociales cooperaban entre sí. Un siglo después y con mucha historia a sus espaldas, los propietarios han recuperado el local y pretenden convertirlo, de nuevo, en algo así como la casa del pueblo: un lugar de todos y para todos.
Durante sus primeros años de vida, el sindicato era un lugar en el que personas de todas las clases sociales aportaban lo que estaba en su mano —o su bolsillo— para minimizar los efectos de la miseria y escasez de la época. De hecho, fue construido por los propios vecinos del pueblo, que de manera altruista ofrecían capital o mano de obra. Y desde que comenzó a funcionar en 1917, los entonces llamados «protectores» —o los más pudientes— aportaban dinero, medicamentos, empleo y otras ayudas a los «protegidos» que, a cambio, ofrecían mano de obra a estos señores.
«Era como una especie de seguridad social avanzada a su época», apunta Vicente Sanchis, actual vocal de la junta, porque «uno de los fundadores era médico y la gente venía a pedir ayuda y atención médica para poder subsistir». Así, si una persona necesitaba urgentemente un medicamento como la penicilina, entonces muy cara y escasa, los protectores se la conseguían. Si alguien precisaba atención médica, el doctor le atendía. «Era la seguridad social de los años 20», insiste el responsable.
Por otro lado, si una familia necesitaba un préstamo, se le otorgaba, y si surgía un problema laboral, allí se resolvía. El sindicato era el lugar donde los señores contrataban a los jornaleros para que trabajaran sus tierras y, también, el punto donde se realizaban reuniones y actividades de todo tipo: bailes, cenas, carnavales... Pero el trato humano hacia los socios se mantenía incluso después de morir, y es que si una persona sin familia moría, un pequeño grupo iba a velar al fallecido.
Como contrapartida a todas estas ayudas y servicios sociales, los «protegidos» mostraban su agradecimiento ayudando a los señores en las tareas del campo, en la construcción de sus viviendas… En definitiva, el sindicato era algo más que un centro médico, de ocio, caja rural y punto de empleo. Tal y como recalca su presidente actual en funciones, José Soriano, «era la Casa del Pueblo».
Pero estalló la guerra. Y la amistosa rivalidad entre personas de distinta ideología que había existido hasta entonces acabó por institucionalizarse y dividir a la sociedad en los dos famosos bandos. Y, «al igual que otros muchos edificios en toda España, el sindicato fue tomado por el gobierno», recuerda Soriano. Quedó politizado y, aunque se mantuvo el cine, el teatro y el bar, el piso más alto se destinó a oficinas de la Administración.
Aunque no era un sindicato como tal, su nombre le dio todas las papeletas para que Juan Bumbau, entonces presidente, quedara en el punto de mira de un gobierno que «ya había encarcelado o ejecutado a unos cuantos cabecillas», apunta José Soriano, más conocido como ‘Pepe Paula’. Y el responsable, que temía por su vida pero que se negó a abandonar el sindicato, escondió la escritura de la propiedad tras una pared de ladrillo en su propia casa, a la espera de que algún día pudiera ayudar al pueblo recuperar su hogar social.
Allí estuvo cogiendo polvo hasta que a los años 70, cuando la dictadura ya flojeaba, la ciudadanía comenzó a recuperar los edificios que le habían sido arrebatados por toda España, «salvo cerca de una veintena, como esta casa», recalca Vicente Sanchis: «El nombre nos ha condicionado durante años para recuperar el local después de la guerra, porque quedó clasificado como sindicato de clases, y otros organismos también lo reclamaban».
Comenzó así una segunda contienda, esta vez entre quienes se implicaron por recuperar su sindicato y los organismos que lo exigían. Los representantes locales comenzaron a hacer reuniones y contactaron con Manuel Broseta, profesor de Derecho y abogado de prestigio en Valencia. Parecía imposible conseguir algo por la vía legal, ya que durante la guerra se perdió toda la documentación. Hacía falta alguna escritura y, para asombro de todos los presentes, Juan Bumbau sacó el documento clandestino que había estado escondido durante décadas.
El abogado, convencido de que serviría, encaminó el trámite. «En Broseta están los orígenes de la vuelta del sindicato», comenta Soriano, ya que el catedrático estuvo peleando por él hasta que, en enero de 1992, fue asesinado por la banda terrorista ETA, un acontecimiento que conmocionó a toda España y que entorpeció la recuperación del Sindicato Agrícola de Puçol.
Ni Bumbau ni Soriano ni el resto de representantes se dieron por vencidos y acudieron a un segundo abogado, Juan Marco Moliner, que lo estuvo peleando «hasta que sufrió un ictus y, aunque quería seguir trabajando, vimos que no estaba en condiciones de continuar», recuerda ‘Pepe Paula’: «Le agradecimos todo, cogí la escritura y acordé con Bumbau tomar otro camino».
Y a la tercera fue la vencida. El abogado valenciano Pepe Benet, en colaboración con su colega de Madrid, Antonio Martínez Lafuente, encontró la manera de recuperar el sindicato bajo una vía legal que hasta entonces no habían intentado: la usucapión, un concepto que otorga el derecho de recuperar una propiedad si se ha mantenido y cuidado de forma pública, pacífica y no interrumpida. Y lo hicieron durante más de 40 años.
Gracias a testimonios, facturas del bar y otros documentos, no fue difícil demostrar que, durante décadas, el Sindicato Agrícola de Puçol ha funcionado como espacio social realizando actividades de todo tipo: billar, maquetas, reuniones de colombaires, cenas… «Siempre, con el apoyo del Ayuntamiento, que nos ha ayudado a mantenerlo», destaca José Soriano. «Si no hubiera ayudado, el edificio no habría aguantado», añade José Galcerá, secretario del sindicato.
Y así, en febrero de 2019, el sindicato ha vuelto a pertenecer a los descendientes de los fundadores; quienes, por voluntad propia, lo han cuidado durante décadas. Ahora «estamos obligados a ceder el local al Ayuntamiento cuando necesita un espacio para algún evento de lunes a viernes», comenta Galcerá, «y lo hacemos gustosamente porque así le damos vida y se disfruta». Y también porque, a cambio, reciben una subvención anual que les permite mantener el local en buen estado.
Pero perseverantes por naturaleza, estos representantes libran una nueva lucha: la de conseguir más socios, y más jóvenes. De momento son 330 «y la edad media es muy alta», explica Vicente Sanchis: «algunos van falleciendo y nos gustaría que más personas se vayan apuntando», comenta.
Para conseguirlo, toman iniciativas como la cuota reducida para jóvenes o la herencia del número de socio: «Los nietos o hijos pueden heredar el número de socio en memoria de su padre o abuelo», comenta Sanchis, de modo que así «intentamos atraer a niños y a sus padres para hacer teatro infantil y otras actividades», añade. Todo, «como complemento a la Casa de Cultura y al resto de eventos del Ayuntamiento».
De momento ha habido un incremento de personas que solicitan el local para celebrar bodas, aniversarios, comuniones… «Intentamos que se hagan miembros porque así les resulta muy económico», apunta Soriano, además del hecho de que los socios tienen preferencia a la hora de reservar el espacio.
En definitiva, los actuales representantes están cogiendo el toro por los cuernos para devolver al local la vidilla que tenía cuando nació: «Queremos poner una pantalla nueva para proyecciones, mejorar el inmueble, hacer obras de accesibilidad...», explica Vicente, destacando que cerca de 100 socios no suelen acudir, pero continúan pagando la cuota de 40 euros anuales «por amor al sindicato, y nos gustaría que vuelvan a disfrutarlo». Y entre otras medidas, «hemos contratado canales de pago para ver fútbol y toros», añade Galcerá.
Son muchos los proyectos e iniciativas que tienen en mente, aunque el próximo paso es celebrar la junta anual, con fecha para el 28 de marzo, en la que se reunirá la directiva y los socios que deseen acudir para escoger al nuevo presidente. Todo, con el objetivo de que el Sindicato Agrícola de Puçol vuelva a su origen y sea, de nuevo, la Casa del Pueblo: un lugar de todos y para todos.