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Por Ángel Padilla
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Consideraciones sobre «La Bella Revolución» VI

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    Consideraciones sobre «La Bella Revolución» VI- (foto 1)

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    “LOS ANIMALES NO TIENEN VOZ”

    Nos causa tristeza observar esta frase de continuo en las redes, revistas, libros, incrustado como realidad en el acervo popular incluso hasta nuestros días.

    La mayoría de los animalistas dicen “somos su voz”. Lo cierto es que quienes intentamos ayudar a todas las naciones de los no humanos asediadas por el humano, lo que hacemos, y muy torpemente, es ejercer como intérpretes de ellos, porque los animales por supuesto sí tienen voz. No recaen -quienes verbalizan ese 'No' (del 'no tienen voz') en la lesividad de tan aseveración respecto al pretendido no lenguaje de los animales no humanos, puesto que, en ella, parece que prosigan el pensamiento de Descartes respecto a que son lo mínimo en vida consciente, poco menos que máquinas; este filósofo decía que si el animal gritaba cuando sentía dolor era por un mero resorte mecánico que accionaba los gritos, cual juguete o máquina; fue quien apuntaló la idea de que los animales no sufrían. Pasados los siglos hemos conseguido que algo tan lógico como que se asuma que seres vivos que se comportan inteligentemente en número de individuos a veces muy alto y en forma perfectamente eficiente, es de lógica palmaria que para interactuar deben comunicarse, y en la comunicación hay un lenguaje (no importa si es fónico o gestual, o ambas cosas, como en la comunicación humana).

    La (burda) trampa en nombrar el "no tienen voz" está en quizá no dejarlos a ellos mal, sino en colocarnos a nosotros mejor, superiores. El orgullo humano es infinito.

    Las hormigas, las abejas, los delfines... ¡qué complejidad de acciones tienen y qué perfecta su forma de sobrevivir, sin torpezas constantes como las que comete el humano!

    Me pregunto si el humano que todavía considera que somos los animales más completos mentalmente, cuando dice que somos la cumbre de la evolución cognitiva, internamente no le da la risa que el que escribe ahora articula relajadamente, tan seguro de decir lo siguiente: el humano es el animal más tonto y torpe. Su lenguaje es, puede ser, concedámoslo, el más rico en sonidos (fonemas), pero no para bien, no por un bien común nuestro y del entorno. Al contrario, existen tantas palabras en los idiomas humanos sólo para articular mejor las mentiras. Los lenguajes, los idiomas más útiles -ahí reside lo inteligente, en lo útil- son los que con menos, resuelven más-. Tengo la sensación de que los idiomas fónicos de las especies animales no humanas nos parecen más limitados en 'recursos', o puede que así lo sean, porque son más útiles. Es mejor para situaciones de urgencia como presenta la supervivencia disponer de sonidos más fáciles de entender con rapidez que con un abanico más amplio, difuso y confuso. La confusión es lo que se ha buscado desde lo humano con diccionarios de palabras tan gruesos. Esa es toda la verdad.

    No es mejor una canción que otra porque la primera dure tres horas y la segunda tres minutos. La que dura tres minutos se recuerda más y reconcentra un mensaje más potente. Ahí está todo. Y se recuerda mejor.

    Pensemos en un grupo de primates entre las ramas de los árboles comunicándose la llegada de las llamas de un incendio, la resolución es diligente y rápida. Los humanos comenzarían con un buen tren de discursos y charlas inanes en los Parlamentos, luego se pasaría a seguir usando miles de palabras no resolutivas (lo llaman debate) en las televisiones y los periódicos, en la calle seguiría en paralelo esa parálisis de acción, más no de miles de palabras dichas una y otra vez, mientras la ciudad ya ha ardido mil y una vez y está reducida a cenizas. Es entonces cuando el humano dice: resolvamos el problema de volver a construir la ciudad. Y de nuevo comienzan a preparar los discursos, a darlos, hablar, hablar, hablar, hasta que el viento ha elevado las cenizas de la ciudad y ya se ha perdido incluso el punto donde se debía levantar la ciudad nueva. Y así todo. Entre los humanos todo es idea y palabra, y pocos hechos. Los animales no humanos actúan a la inversa, hechos constantes y pocas palabras, las justas. Pero hablan, ¡vaya si lo hacen!

    Así como mentían los secuestradores de negros en África, respecto a que en el trabajo de los campos de algodón de América, duro pero donde al menos, en ese lugar, tendrían más posibilidades que en la brutalidad humana en que se encontraban en las tundras, en la oscuridad de las hojas y las frondas, como sujetos perdidos de toda posibilidad de expansión y envueltos en creencias cavernícolas que les impedían evolucionar, tal cual se examina al animal no humano, torpe, tonto, ¿qué más le dará que lo muevan de acá para allá? Nosotros le salvamos de todo, así se cree.

    Por contra a la falacia con sesgo de alta hoz más grande que un arco iris, los animales se comunican con complejidad, abstracción y quién sabe qué más recursos. Los estudios que vierten sus resultados cada cierto tiempo sobre determinada especie confirman lo lógico de que la comunicación entre especies, compleja además, se da en todas ellas. Los estudios en delfines, en cerdos, lo descubierto respecto a la comunicación, mucho más perfeccionada que la de los humanos en muchos puntos de las abejas, nos encontramos con un mundo que, aunque sea más difícil determinar sus formas y cauces, se entrevé con claridad que el orden que la naturaleza toda lleva y sobre la que rueda en su cadena trófica, las marchas ordenadas de cada especie, la disposición sin cansancio de la pequeña hormiga a cumplir una misión perfecta en el conjunto de su grupo..., la marcha perfecta y cohesionada de los elefantes, las uniones en el no mundo de las periferias de la ciudad de los gatos abandonados, los ultrasonidos del murciélago, el decir como en silencio de las aves volando en bandadas perfectas como un ángel desplegado, todos a una ¿quién dirige tal maravilla? Todos y ninguno. Para nada necesita ninguna especie animal la cercanía del humano (sólo las sinantrópicas, pues gracias a la violencia humana se han tornado vulnerables, y por tanto perdidos y necesitados). Y, padezcan las desgracias que padezcan en la libertad, con mayor austeridad, dolencias y carencias que nosotros, desde luego alcanzan muchos más momentos de felicidad que nosotros, que casi nunca lo somos, el humano ya no sabe qué es la paz mental. ¿De qué sirve, por otro lado, un idioma de miles de palabras, si entre nosotros no llegamos nunca a acuerdos y cada vez somos más desdichados?

    Y aunque consideremos, aunque llegásemos a una comprobación demostrable de que las lenguas de las otras especies son menos complejas que los idiomas humanos, ¿qué?

    Si la finalidad de la comunicación es lograr un objetivo conjunto. Los animales lo logran.

    En la comparativa de las distintas lenguas e idiomas del humano alrededor del orbe, examinamos idiomas más ricos y complejos y otros más rupestres, menos dotados de léxico; no obstante, cada lengua e idioma a la medida de aquellas y aquellos que lo usan o usaron en su momento para el contexto en que se movían y para aquello que para vivir requerían.

    Para abundar y aun con temor a repetirnos, concluimos que la comunicación verbal es sólo una parte de los artefactos que nos permiten relacionarnos, después está el idioma gestual, las ondas fónicas en el aire que no escuchamos, los colores que no vemos por nuestra limitación de captación de únicamente el arco ultravioleta. Por ejemplo, la libélula ve más colores que nosotros. Y no hablemos de la intuición, olvidada por completo por el humano, intacta en los animales libres. Los perros advierten la llegada de la muerte mucho antes de que el humano se dé por apercibido.

    Los animales no humanos nos hablan constantemente, por supuesto es falso que nadie crea que no poseen un idioma.

    Esta es la única verdad, nos hablan y nos cuentan en cada momento qué sienten.

    Pero la humanidad se ha afanado en no escucharlos, por puro interés, por neta maldad (o ausencia de bondad o empatía, que para el caso es lo mismo).

    En resumen y como ya se ha dicho, no somos su voz (de los animales que nos necesitan para dejar de ser maltratados y usados, en general, liberados): somos sus intérpretes.

    Se ha puesto énfasis en desmontar esta creencia tan asumida -o al menos verbalizada, sin pensar en ella ni en el daño que se produce articulándola-, por dos cosas ya desglosadas: 1) imaginemos que un traductor en tiempo real de un francés que habla en una televisión, que traslada lo que dice al castellano, una vez ha terminado la traducción, alega de aquel (el francés) que 'no tiene voz" puesto que él ha ejercido por unos momentos como 'su voz' para que se sepa qué decía. Eso no se produciría nunca porque el traductor se limita a trasladar lo más fielmente lo que el hablante de un idioma dice, hacia otro idioma y que se entienda lo más cercanamente posible a como fue dicho. Y no es posible que un traductor diga de su traducido que no tiene voz, porque sería insultante, decir que alguien 'no tiene voz' lo sitúa en un ámbito como de rebajamiento conciencial y moral, como un mero conjunto de músculos y huesos sin voluntad manifiesta, que camina al albur de sensaciones en bruto, o sea de seres limitados, torpes y desastrosos, todo lo más alejado de cualquier especie animal que habita esta tierra, que nacen perfectas en instinto y motivos y destinos que se mejoran evolutivamente; pensemos en el insecto hoja, y pensemos en un niño que se pierde en el bosque. El uno, salvado; el otro vendido a todos los depredadores por completo.

    El segundo motivo que invitó a hablar de este asunto aquí, es para incidir en que quienes trabajamos en la lucha animal interpretamos lo más fielmente lo que cada individuo animal necesita, y es de sentido común, y lo comunicamos a nuestros conciudadanos (término este último usado en "La peste" por Camus). No somos su voz, somos sus traductores. La eficiencia de los "traductores" de los animales esclavizados desde las voces de ellos hasta nuestros oídos e interpretaciones, de ella dependen todas las naciones de animales no humanos que desean volver a ser libres después de muchos siglos de esclavitud, violencia, violaciones y crímenes.

    La Bella Revolución que es la liberación de todos los animales necesita buenos traductores y fieles y eficaces intérpretes, para nada humanos limitados que juegan a ser dioses y sólo piensan en ellos.

    La liberación animal requiere despojarse del sentido humano, nacionalista y dotado de ego de especie. Quien no haya renunciado al concepto de humano (manchado de sangre a cada segundo), al de ciudadano y a todo lo demás de la gran mentira, para sentirse únicamente (y de nuevo) animal, no puede ser intérprete, sosia en su liberación, de los animales. Ellas y ellos quieren decir sus cosas desde pares, animales en animales hablando a los sordos, si es preciso con trompetas, si es preciso con martillos.

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