Akustiko lo ha vuelto a hacer (canción «Stop Genocidio»): son la esperanza del rock urbano comprometido
A ver...
Se puede decir más alto pero no más claro: los Akustiko son la hostia.
Pero la hostia elevada al cubo.
Es que ya no tengo adjetivos, después de escuchar la nueva canción que han sacado, de nombre 'Stop genocidio', me reafirmo en que este grupo (iba a decir “va a llegar muy lejos”) ha llegado muy lejos.
Akustiko representan todo lo fresco y auténtico de verdad que hay hoy en estas calles protestando con la música contra lo que hace a la humanidad más miserable (lo que socava letalmente no sólo el mundo externo, sino lo interno, lo que nos hace peores y degrada cualquier sensación de esperanza en un ser inocente): son gente antiespecista, feminista, antibelicista y, cómo no, repudian las dominaciones y los expolios. 'En Stop genocidio' la banda protesta contra la masacre que el ejército israelí perpetra, hoy y desde hace mucho (hoy, recrudecida) contra el históricamente perseguido, asediado y humillado pueblo palestino.
Akustiko se mueve por los escenarios como una banda de covers (muy bien, así empezó Eric Clapton y muchos otros), interpretan sobre todo, según sé, canciones de grupos de rock urbano y punk, conocidos por todos los que estamos desde chinorris en este rollo: Eskorbuto, El último Ke Zierre, Sociedad Alkoholika, Boikot, Extremoduro y un largo etcétera de grupos muy sui géneris (para ventura nuestra) de estas calles, estos barrios, este país casposo y mugriento (de alma) que tanta crítica desde la misma calle ha necesitado siempre.
La canción 'Stop genocidio' nos trae con sus sonidos, giros constantes y celéricos (que harán las delicias de los amantes del guitarreo rápido y rebotante tipo Boikot) y rotundidad musical y de compromiso social —como se ha dicho—, que recuerdan, ellos son afectos a ella y se nota que no lo niegan, sino, más al contrario, se sienten estirpe (perra) en ella: la época de oro de este tipo de canciones de los grupos que antes hemos citado que se metían con todo dios (porque hace falta) pero con toda la frescura de la vanguardia actual, esto es: Akustiko son un grupo donde los integrantes son veganos. De hecho, invito a ver el vídeo en youtube y se verá que, al contrario de los medios de comunicación, que cuando ponen imágenes del bombardeo y exterminio en Palestina sólo aparecen las víctimas humanas (solo interesan ellas, al gran público especista), aquí, en el videoclip, aparecen todos los que sufren la guerra, los bombardeos, el terror de la dinamita constante, las sirenas y la muerte a cada paso, animales humanos y —aquí es donde iba— no humanos, aparece la verdad completa no sólo respecto a que Palestina esté siendo más pisoteada que en toda su historia de acoso, humillación y tortura a manos del pueblo israelí, sino, además, cuánto pierde, cuánto muere, cuántos, cuántas, humanos y no humanos, con una situación de este tipo, de estas dimensiones, con este terror, de esta vergüenza cósmica.
Finaliza el vídeo con la conocida frase de Luther King de “No me duelen los actos de la gente mala. Me duele la indiferencia de la gente buena.”
Y qué vídeo, tremendamente bien grabado, orquestado con asombrosa eficiencia en la cadena de imágenes que ofrece, tanto del grupo como escenas reales escogidas de la persecución a los palestinos, que tienen sus casas hechas cascotes: qué vídeo tan triste pero a la vez qué necesario.
A la concienciación social se llega por dos frentes, básicamente: el razonamiento y la emoción. Un poema, una canción, un cuadro pictórico, emocionan y pueden cambiarle la vida a una persona. Un buen razonamiento puede sacarlo de una idea errónea, arraigada desde niño. Opino que es más rápido trabajar desde la emoción, la emoción derriba muros, mucho más rápido y con mazo más grande y pesado y destructor (de muros) que el razonamiento. Más hoy, en que el razonamiento ya no se sabe ni lo que es. ¿Razonar? ¿Qué es, hoy, la razón, así en amplio? ¿Alguien me lo puede responder, sin romper a reír? Ahora que el capitalismo ha logrado que la gente dude de todo, y que acoja con agrado los clichés y mentiras más contrarias al sentido común más básico.
'Stop genocidio' me ha traído a la mente las primeras fotos que vi, con el corazón acelerado, de Ahed Tamimi, de niña, dándole una bofetada a un soldado israelí. En ese entonces la niña Ahed sufría el mismo hostigamiento que sus amigos y todos los niños palestinos, cada día salían de casa para ir al colegio y era raro no toparse con soldados israelíes que los paraban para preguntarles cosas, cachearlos, pedirles que hicieran cosas para burlarse de ellos, o sencillamente, ordenarles que tornaran a sus casas. Las viviendas de los palestinos no son casas, quiero decir que el expolio y el dominio con cruel sorna constante de Israel, que tiene detenida y sin oxígeno la zona fáctica y tiránicamente, ha logrado poder desasosegar el ánimo palestino por tierra, mar y aire. Digo “no son casas” porque son como sueños. Etéreas. Están y no están. Y esto es porque si se requiere a los habitantes de las casas para que presenten ciertos papeles que es imposible conseguir sobre la vivienda, y en poco tiempo no los tienen (casi siempre es el caso), van las grúas y la derriban. Y el palestino vuelta a empezar levantando una pared, la otra, la tercera, las columnas y el techo. Para en pocos meses saber que pueden venir las grúas y derribar la casa de nuevo. Así viven los palestinos. Y ese bullying de incomprensible longitud de durabilidad en el tiempo, lo resisten los palestinos uno no sabe con qué moral. Aquí se dice la frase “tener más moral que el alcoyano”. Se podría decir, debería usarse ya: “tener más coraje que el palestino”.
Lo que ocurre allí es una carnicería, un exterminio, a todos los niveles. La poeta Kamelia Panayótova, en su libro “Ausencias” (La Tortuga Búlgara, 2024), expresa en un verso: “Confirman: ha sido lanzado un misil contra la infancia.”
En efecto, el capitalismo, con sus nacionalismos inculcados y toda su podredumbre, construye y reconstruye un fenómeno del que es difícil escapar, aunque por fortuna muchos se largan, como pueden y de aquellas maneras, porque los “renegados” son perseguidos, a veces con amenaza de muerte. Debería hablarse de los jóvenes israelíes, para entender tanta miseria. En Israel, el servicio militar es obligatorio y una vez finalizado los ciudadanos pasan a ser reservistas, pendientes de poder ser llamados en cualquier momento para alistarse a las fuerzas armadas. Los varones deben servir durante un mínimo de dos años y medio y las mujeres durante dos. Tras finalizar el servicio militar obligatorio, los soldados israelíes quedan como reservistas hasta los 51 años. Durante ese período reciben una formación de cuatro meses cada año para mantenerse activos, como explica a Newtral.es Alfredo Rodríguez Gómez, especialista en Comunicación Internacional. No cabe duda, pues, que el odio beligerante se incrusta en la sangre del pueblo israelí en los nuevos retoños, que crecen creyendo que su posición de privilegio puede verse severamente afectado por los palestinos, y que estos últimos deben ser aturdidos sin descanso para que sus vidas (las de los de Israel) puedan ser tranquilas.
Habló larga y muy documentadamente sobre este fenómeno del uso de la infancia como ariete del odio y arma militar el periodista José Manuel Martín Medem en su impresionante ensayo “La guerra contra los niños”.
Hoy parece que nada importa ya, la evidencia desplegada con suma claridad en un libro documentadísimo, expresada por alguien de inteligencia respetable con lógica rotunda, nada vale. Vivimos en el tiempo de la dobleverdad, de la tripleverdad. Anunciado por Orwell en “1984” con el término “doblepensar”.
Akustiko nos dice, nada más comenzar su canción 'Stop genocidio': “En tu sillón te encuentras una vez más, / insensibles, conformismo social. / Tan intoxicados, tan depravados / por los medios de comunicación”.
El ruido, hoy no vale la verdad. Importa el ruido. Aturdidos, ya nadie sabe pensar. Y lo peor: ni desean hacerlo (entendiendo 'pensar' como un ejercicio generoso en que se debaten internamente los clichés, los pensamientos heredados, para llegar a un punto que seguramente nos expulse de la zona de confort).
La estupidez, la sal que cae convirtiendo al mayor número de gente en estatuarios, avanza y aumenta. Avanza también, con fuerza redoblada —la resistencia al pavor, al inmovilismo, avanza el amor contra el odio— , como en “La historia interminable” (Michael Ende) avanza la Nada, avanzamos nosotras/os con la verdad en alto como estandarte que es: el más indestructible y firme.
Hoy, Ahed Tamimi, viaja por el mundo dando charlas contando lo que ocurre en Palestina, tarea necesaria porque los medios cuentan la situación como si fuera un conflicto, una guerra, un unos contra otros. Los media realizan una labor de revisionismo en tiempo real, en directo. Ya no hace falta que alguien docto desee empeñar una verdad histórica manipulando hechos y datos (ejemplo, los revisionistas del holocausto judío a manos del régimen nazi, que se atreven, con toda la evidencia gráfica, escrita y testimonial con que contamos, a decir que no fueron ocho millones los asesinados sino 'sólo' unos cientos como mucho); basta con que revistas y televisiones cuenten un hecho como voz de su amo que son, tergiversado en el mismo día en que ha ocurrido, desdiciendo a los testigos directos que cuentan lo contrario, da lo mismo: al pueblo le importa lo que se diga desde un foco alto, y eso va a misa. La globalización, el capitalismo, evita que se sepa que todos los estados del mundo, todo aquel que tiene algo de poder, más que el que se necesita para andar, respirar y obtener tu fruta, pan y agua para pasar el día, es cómplice de lo que allí ocurre, allí y en otros escenarios de invasión, bombardeos de unos a los que les vende armamento el lobby de los estados mercenarios de los holocaustos rentables de las guerras. Pactos, intereses creados entre países, todo importa para dejar que se perpetúe una descomunal muerte en masa, la que vive el pueblo palestino, quizá no en número parecida pero sí en vergüenza mundial que debía dar, sí en ensañamiento de unos militares contra una población que ancestralmente, porque no tiene nada, sólo se defiende con piedras (es común ver fotos de niños palestinos lanzando piedras desde lejos a los soldados). “Vidas segadas por su interés, / su ambición de riqueza y poder. / Tan destrozadas, manipuladas...” La canción 'Stop genocidio' señala la sangrienta ofensiva militar de Israel a Palestina pero hace extensiva la denuncia a todas las guerras que hoy hay en el mundo, a todas las que hubo, y por desgracia a todas las que habrá.
Quienes estamos en contra del armamento, quienes en su momento, y ahora, pedimos y seguimos haciéndolo, el desarme mundial, no queremos soldados con armas, ni hostigando Palestina ni en ningún lugar del mundo.
Thoureau se retiró a vivir en una simple y derruida cabaña en el campo y se negó a pagar impuestos, dijo no a un sistema que ya en su época vio, como nosotros, atroz, insoportable, y no quiso ser parte de él y de sus explosiones y fusilamientos.
La sangre en rebeldía sigue fluyendo por todos nosotros y nosotras que odiamos este sistema, nazcamos en el país que nazcamos, donde ganan unos que son ricos y mueren miserablemente otros que nada tienen.
No nos dejamos engañar por propaganda barata ni por ideales zafios, como el de amar a la patria. El nacer en un punto u otro de esta tierra es una pura casualidad. “Idiotas banderas / rebosando de dolor”, indican sobre las identidades de los países Akustiko. Lo suscribo.
Ya dijo Robe que “las banderas de mi casa son la ropa tendía”.
Lo que vale no son las banderas, no son las (falsas) identidades grupales. Sólo valen las vidas, cada una distinta, cada identidad de vida deseando vivir. Pero esto no se permite: “La mirada de esos niños nos destroza el corazón” […] “familias arrolladas por masacre y destrucción”[...] “infancias aniquiladas, es el reino del terror”.
Me llega la noticia, cuando estaba cerrando este artículo, de que Youtube no permite a Akustiko promocionar el vídeo por “contenido político”. Y no sé si reír o llorar.
O sea, un grupo de veganos y ácratas que protestan contra el odio y luchan por la paz y para el amor en el mundo, y las estúpidas máquinas creadas por un sistema hipócrita, entienden, quizá por el título de la canción 'Stop genocidio' (la palabra genocidio puede que esté “trabada”), quizá por las imágenes que aparecen en el vídeo... entienden que 'deben proteger a los demás de ese vídeo”. En fin, y llaman a esto el mejor de los mundos y la sociedad del bienestar.
Pues yo pido a la y al que esto lee que escuche la canción en youtube: Búsqueda “Stop genocidio” +Akustiko”, y que lo comparta, para seguir entre todas/os generando una red y un empuje que el mal no pueda derribar nunca. Somos —nos llaman así para que los demás nos vean como despreciables— las ovejas negras, quienes no obedecemos a amos ni reyes ni gobernadores ni militares. Y estaremos siempre aquí, presentando la verdad contra la mentira como una pelea sin descanso en el día y en la noche de cuernos entre alces.
“Asesinos de sonrisas por un trozo de hormigón”, nos tendréis siempre de frente contra vuestras grúas y tanques. Y no hallaréis más palabra en nuestra boca que “Stupid flags”, “Stupid flags”, “Stupid flags”... como inicio de un nuevo mundo. Que no será estúpido.