Una vida ejemplar: Vicente Ferrer
Vicente fue a la India como jesuita y allí descubrió a los más pobres entre los pobres. Pronto comprendió que predicar la palabra de Dios era acercarse a ellos y satisfacer sus necesidades primarias. En un momento de su vida tuvo que elegir entre la jerarquía eclesiástica y los intocables y, sin dudarlo, se puso al lado de estos últimos, con determinación para ayudarles, poniendo a disposición de ellos sus dotes de comunicador, su carisma, su voz pausada y cálida y su corazón, para crear y difundir su proyecto y reunir, en favor de su obra, a más de 100.000 colaboradores.
En la India promovió una revolución pacífica entre los parias que ocupan el último escalón. Vicente entendió con claridad, que predicar era ayudar, sacar de la miseria a quienes no se les consideraba personas y eran tratados peor que animales. Su revolución, distinta de las que las que nacieron en el Mayo francés del 68, está vigente y aún perdura.
En un país en el que abundan los dioses y las religiones no se agarró al guión de sus estudios de seminarista y buscó a Dios, entre tantos dioses, sin imponer la verdad arrogante e irrefutable que traía consigo.
Fue, sin duda, un visionario discrepante con la jerarquía; contrajo matrimonio con la periodista Ana Perry y ambos se pusieron la ropa de trabajo para devolver la dignidad a quienes carecieron de ella durante tantos siglos. Pueblo a pueblo, el visionario y su pragmática mujer, fueron desarrollando su modelo integral de desarrollo basándose en la motivación, el debate y la formación de los individuos, procurando no atentar contra los privilegiados.
Vicente, profundamente creyente, consideraba un milagro lo que ha logrado hacer en la extremadamente pobre región de Anantapur en donde fue confinado por el gobierno indio tras su expulsión y nuevo regreso al país. Su milagro es un modelo que abarca ayuda sanitaria, desarrollo agrícola sin monocultivos con respeto a la naturaleza, pozos, campañas de vacunación, planificación familiar, microfinanzas, dignificación de la mujer, comercio justo, ayuda a los ciegos, enfermos de sida y discapacitados.
Seguidor de su obra y de sus objetivos de aparcar la pobreza y el sufrimiento, estuve de nuevo con él en el pequeño campamento RDT (Rural Development Trust) en Anantapur el pasado año. Apenas llegar allí, en el corazón de la India profunda, uno se da cuenta en seguida de donde está al leer un cartel que anuncia: “Precaución: Dengue y Malaria. Procure tomar todas las medidas necesarias contra los mosquitos”.
Para los más de dos millones de hindúes que se han beneficiado de su obra, Vicente ha sido santificado y estaba ya en los altares antes de morir, por seguir fielmente las enseñanzas de un judío revolucionario que hace dos milenios arrojó a los mercaderes del templo, se puso del lado de los más pobres y los más necesitados, acogió a una prostituta, tuvo palabras de cariño con un ladrón condenado y derrochó amor al prójimo, algo que escasea en nuestra sociedad especialmente cuando “el prójimo” es un inmigrante desheredado. Tras la muerte de Vicente Ferrer nadie iniciará su proceso de beatificación (por haber colgado los hábitos y haber contraído matrimonio) a pesar de que el expediente de lo que fue su vida se haya saldado con matrícula de honor y de que sus méritos estén a años luz de otros muchos que ocupan, con un pobre curriculum, un lugar en los altares, porque la élite eclesiástica tiene ocupada su agenda en temas como: el celibato, la obediencia, el matrimonio homosexual, la educación para la ciudadanía y la investigación de células madre, temas de los que nada dijo el Hijo de Dios ni figuran en ninguno de los Libros Sagrados.
Estoy muy feliz por haber conocido personalmente a Vicente Ferrer, por haberle abrazado y por haber recibido de él la aureola que emanaba su enorme personalidad, su paz interior, su determinación… Vicente fue un hombre irrepetible y es una pena porque, para que este mundo fuera algo mejor, sería necesario clonarle para mandarle por decenas a África, a América y a los suburbios de nuestras urbes.
Vicente, gracias por haber hecho lo que has hecho; por haber tenido las ideas tan claras y la determinación suficiente para llevarlas adelante. Tu vida, como pocas, mereció ser vivida y queda ahí con luz propia para quien quiera contemplarla. Que Ana y Moncho sigan tu estela y que en el mundo aparezcan nuevos visionarios. Llevaré siempre conmigo tu sonrisa y la que implantaste a Mary y a Bramahia, dos ejemplos de tu magnifica obra.
Primero :creo que la vida de este, señor, Vicentico, no se puede simplificar con un resumido y timido elogio, del mismo modo que no podemos censurar a quienes no piensan igual que nosotros. Es de necios pensar que la razón sólo parte de un mismo y único punto de vista. Respecto a Indignado,La iglesia, es una ONG???depende dónde y como se mire. Cuando visité Roma, me sorprendí como tantos muchos, de las riquezas que estas ONGs tan HUMIldes esconden, dentro de la jerarquia de la iglesia , habrán todo tipo de actitudes y de ideas. Yo soy creyente, NO católico, y siempre he trabajado para organizaciones católicas o no. Hablar de estos temas nos podria llevar todo el tiempo del mundo, sólo dire una cosa, es una pena que la fe, los católicos la empobrezcais tanto, que los demás sólo vean unos dogmas a veces rídiculos a cumplir.En eso, le doy a razón A Vicentico. En fin, Nos es indiferente en este caso, que los católicos veais bien o no del todo a Vicente Ferrer.