Tras las elecciones del 20-D

Nadie puede sentirse satisfecho con el resultado de las elecciones del 20-D. De aquella enorme mayoría absoluta hemos pasado a un ramillete de minorías y a un bipartidismo muy debilitado.

El PSOE no se ha hundido, pero está en mínimos. Ciudadanos se ha quedado por debajo de sus expectativas por el trasvase de votos de ellos hacia el PP. Los electores entre el original experto, viejo y salpicado de corrupción, y la copia inexperta de un partido dirigido por el joven y limpio Rivera (que el primer día ha dejado claro para quién eran sus apoyos), han preferido dar sus votos al PP en el último minuto para evitarles un castigo mayor. Podemos, sin llegar tan alto como anunció Rajoy a Merkel, se instala como fuerza importante. Desaparece UPyD un partido al que hay que agradecerle que haya promovido causas judiciales contra la corrupción en este país. Izquierda Unida se ve abocada a funcionar con pactos como el que aquí han urdido Compromís y Podemos. Así ha quedado el mapa político.

A partir de ahí, muchas cosas van a tener que cambiar en este país. Un país que ha funcionado cuatro años con el piloto automático del PP. Un PP que ha legislado ignorando completamente al resto de fuerzas parlamentarias. Un país con un presidente y un partido rodeados de casos de corrupción. Un país con un Mariano Rajoy al que no le ha preocupado perder un solo minuto para tratar de dar explicaciones, convencer y llegar a pactos para legislar.

Muchas cosas deben cambiar. La primera es la cultura de quienes son elegidos y hacer que dimitan ante la menor sospecha de corrupción como hizo en Alemania un ministro por haber copiado de joven un trabajo en la Universidad.

También deben cambiar los partidos políticos y denunciar y apartar a sus corruptos. Debemos cambiar los votantes. No es posible que seamos cómplices de seguir votando “a uno de los nuestros”, como hemos hecho aquí, en esta Comunidad, tantas veces y acaban de hacer en Segovia. Tampoco es entendible que nos mostremos tan escandalizados porque “a uno de los nuestros” le hayan llamado “indigno” y no nos hayamos inmutado (y hasta, tal vez, hemos disfrutado) al escuchar en debates y en sede parlamentaria calificativos como: “Antojadizo, veleidoso e inconsecuente. Acomplejado. Agitador. Bobo solemne. Cabeza de adorno. Cobarde. Cobarde sin límites. Charlaneante con terroristas. Chisgarabís. Ambiguo, impreciso, débil, inestable. De desfachatez sin límites. De dar coces. De tener falta de criterio y de opinión. De hooligan británico. De hablar en batasuno. Frívolo. Insensato. Inepto. Irresponsable. Indigno. Grotesco. De tener mala conciencia. Oscuro. Perdedor complacido. De traicionar a los muertos. De radical taimado y nauseabundo. De turbio…

A partir de ahora, tras haber abierto las urnas, los políticos tendrán que afrontar de alguna manera el tema catalán enquistado entre el anticatalanisnmo y el antiespañolismo sin tratar de obtener votos de esos caladeros.

Necesariamente el gobierno deberá mirar con otra lectura lo que dice el PIB y ser más sensible a los problemas de los ciudadanos, aunque ello conlleve no seguir, al pie de la letra, los dictados del manual de la señora Merkel.

Necesariamente habrán de hablar de todo sin tabúes ni líneas rojas: Del Senado y de las Diputaciones. Del reparto de cargas fiscales. De Cataluña. De la tasa Tobin.

Necesariamente deberán entender que para pactar es necesario traspasar lo que todos se han marcado como líneas rojas o principios irrenunciables y hacer al otro una oferta atractiva.

No es tiempo de descalificaciones ni de verdades absolutas. Hay pasos que dar, entre todos, para hacer un país gobernable y más justo. Al menos deberían intentarlo.

PD A nivel local el PP ha pasado de 9.283 votos (el 55%) en 2011 a 5.560 (el 32%). No creo que sea culpa de Fuster lo ocurrido. Quiero poner el dedo en la nefasta gestión y en la desastrosa herencia que han dejado en esta ciudad quienes han ocupado la alcaldía durante casi dos décadas gobernando con las siglas del PP.