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Por J. P. Enrique
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Mirando hacia atrás hasta Blas Enrique / Lo llaman guerra/ Fabra y otros

    En un casual corrillo entre los que asistimos como invitados, el pasado 17 de Mayo, a la inauguración de la calle a Vicente Piqueres, alguien -tal vez yo- dijo: “estamos reunidos aquí tres Enriques”.

    -Tú también eres Enrique pero ¿de apellido? -preguntó dirigiéndose a mí un contertulio-

    -Sí, claro que sí, pero  seguramente  no tenemos nada en común porque yo provengo de una rama de las muchas  que hay aquí en Burriana.

    -Eso crees tú. Siendo Enrique y de aquí de Burriana seguro que tenemos el parentesco de algún antepasado en común, aunque sea lejano.

    Fue una afirmación, tan rotunda como convincente que me hizo  Ernesto Enrique. Instantes después yo sabría  que él no hablaba  por hablar y lo hacía con   conocimiento de causa. Me contó que un amigo suyo Javier Sanchiz, mejicano, muy introducido en la tarea de  realizar trabajos sobre apellidos de colonizadores españoles, había realizado un estudio para la Universidad de México en donde se recogen datos de generaciones de burrianenses.  Me decía Ernesto que tras años de acompañar al mejicano en su investigación, a él le había contagiado  la pasión que antes había heredado de su padre quien investigando por su cuenta había logrado llegar hasta Blas Enrique. Ernesto, por ambas influencias, había estado y sigue estando muy metido en la tarea de ir buscando datos de  antepasados rastreando  apellidos.

    Al día siguiente, mi  simplemente conocido y ahora amigo Ernesto Enrique y yo, estábamos conectados por correo electrónico y a mi ordenador llegaron, surgidos del silencio, los nombres de los padres de mi padre, que  no tuve la suerte de conocer porque ambos murieron antes de yo llegar a este mundo. Con mis abuelos paternos llegaban los padres de mis abuelos y los padres de los padres de mis abuelos; y así hasta llegar a un tal Blas Enrique del que no se sabe nada más que su primer apellido y el nombre y el primer apellido de la mujer con la que casó.

    Confieso que me sentí muy emocionado al saber aunque solo fueran los nombres de las personas que me precedieron y de las que mi cuerpo guarda, sin duda,  la información genética que ellos, sin saberlo, en mi han depositaron. A partir de sus nombres, montones de preguntas aparecieron amontonadas en mi mente ¿Cómo vivirían? ¿Qué problemas afrontaron en sus vidas? ¿Soportaron alguna enfermedad grave? ¿Cómo vivieron sus pasiones y sus miedos?  ¿En que trabajaron? ¿Todos se dedicaron a tareas en el campo? ¿Cuáles fueron sus creencias? ¿Qué buscaron en sus vidas? ¿Cuáles fueron sus mejores momentos? ¿Y los peores? ¿Todos aprendieron las cuatro reglas y a leer? ¿Qué conocieron de sus antecesores? ¿Fueron felices? Tal vez batallaron en alguna guerra -en la que es fácil encasillarlos por lo que dicen los libros de Historia- pero ninguno murió en la batalla ya que todos vivieron más de 70 años. No sé si alguno de ellos haría lo que oí contar a mis abuelos maternos: “Para evitar que les llamaran a hacer el servicio militar, había jóvenes que al acabar su dura jornada de trabajo se iban a la playa y allí se pasan horas con un cubo de arena en cada mano con la pretensión de quedarse bajitos y así no ser aceptados en el ejército.”

    Mis ansias de querer saber cosas sobre todos ellos, aparecieron en mi  como tratando de resucitarles, tras aquel casual encuentro de un día de Mayo, dos siglos y medio después de la fecha en que se estima nació aquel familiar llamado Blas Enrique que se enamoró y casó con una mujer llamada Josefa-María Mingarro.

    Mis antepasados han hecho que me sienta orgulloso de ellos y también del arraigo de los míos a estas tierras a las que amo. Un arraigo y un amor a la tierra de mis antepasados que, de ningún modo pretende incrementar mis derechos sobre quienes se han asentado aquí por primera vez, hace medio siglo o  hace solo un año.

    Mi amigo Ernesto me mostró en días sucesivos su amplia base de datos a donde él sigue aportando toda la información que ha recogido y recoge copiando documentos, archivos de los juzgados, libros y hasta recorriendo pacientemente cementerios una y otra vez.

    Ernesto ha introducido en mí una luz surgida del pasado. Una luz que, lo confieso, me ha penetrado y que me ha hecho saltar emociones mucho más fuertes de las que sentí cuando al entrar en Altamira contemplé unos dibujos hechos a mano por un ser humano muy alejado también del abuelo Blas.

    Gracias Ernesto. Con este escrito pretendo mostrarte mi agradecimiento y sobre todo que se conozca el trabajo arduo, paciente y tenaz que tú y tu amigo habéis hecho y seguís completando. Yo lo desconocía y está bien que mucha gente sepa de él, lo que te puede ser muy útil para que te faciliten, quienes aún pueden hacerlo, nuevos datos para seguir incorporándolos a tu trabajo.

     

    LO LLAMAN GUERRA

    Esto no es un conflicto de Oriente Medio, esto es una ocupación militar de unos territorios que pertenecen al pueblo palestino. Esto es una guerra desigual entre un jilguero enjaulado y un oso que dispone de las armas tecnológicamente más avanzadas y , por si eso fuera poco, tiene el apoyo de la primera potencia mundial que utiliza, repetitiva y escandalosamente, su derecho al veto para impedir unas condenas del resto de países del mundo. Esto es un país muy  rico y otro muy pobre, en el que abunda el paro y los campos de refugiados. Esto es un país que derriba casas palestinas para instalar allí a sus colonos y otro que  intenta defenderse  de esos abusos. Esto es un país que, con la excusa del miedo,  cree que todo vale (atacar población civil, escuelas, hospitales, depósitos de agua, etc.), a pesar de que su miedo es relativo porque está protegido con un muro y con un escudo antimisiles contra los cohetes  palestinos. Esto es un país que cree puede permitírselo todo con la coraza de los horrores que sufrió en el pasado.

     

    FABRA, CAMPS, PUJOL

    Ya sabemos, por así lo han resuelto los jueces, que Carlos Fabra es un delincuente y tiene que ir a la cárcel. Ya lo sabíamos. Era evidente. Ahora, Fabra es, ya oficialmente, con todas las letras, un delincuente que a pesar de las evidencias siguió siendo votado, aplaudido, admirado, adorado y agasajado por sus incondicionales.

    Ya sabemos que el de Camps presidió  un gobierno lleno de corruptos y que él se libró por los pelos del dictamen en su contra de un jurado popular.

    A Carlos Fabra y a Camps los ha  apoyado su partido hasta ahora mismo. Todos. También el presidente del Gobierno.

    Un poco más  norte otro líder, el poderoso Pujol, recaudaba entre los suyos y lo guardaba para protegerlo en otro país, Suiza, en el que  creía más que en el suyo. Cataluña le fue útil solo para recaudar.

    Sería un buen ejercicio de decencia e higiene democrática que quienes se han aupado en el poder y han estado a la sombre de tan siniestros personajes rechacen sin ambigüedad alguna a tales “maestros” e intenten reciclarse si quieren seguir en política. Podrían empezar pidiendo que se rectifiquen  todas las placas de edificios públicos en donde se dice “inaugurado por el Molt Honorable/ Excelentísimo Señor Don…”. Ni “Molt Honorable” ni “excelentísimo Señor”. ¡Borren eso por favor!

     

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    comentarios 4 comentarios
    JPE
    JPE
    30/07/2014 08:07
    A Paco i Roberto

    Si hi hauran figues, pero molt abans de Sepbre que diu l´amic Roberto: Per Sant Roc venen les primeres. Bon estiu.

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