Milagros
Nací en diciembre del 47, en un entorno de calles sin asfalto, sin agua corriente en las casas, sin alcantarillado y con alguna pequeña bombilla en las calles que, si no estaba fundida, se reflejaba en el barrizal del suelo en las noches lluviosas. Mi madre, embarazada, estaba al corriente de las noticias que en aquella época, circulando de boca en boca, se difundían por toda la población.
En aquellas fechas, una extraordinaria hecho había traspasado incluso el ámbito provincial y era tema de comentario en todos los rincones del país: Nada menos que la Virgen se había aparecido, en un potencial santuario de Les Coves de Vinromá, a una niña de 8 años y le había prometido volver a aparecérsele el día 1 de diciembre, tras oscurecerse el cielo, para curar de sus males a los enfermos que allí acudieran.
Fue por mi culpa, por haber elegido el día 2 de diciembre para asomarme al mundo, de la mano de Concha “la Comare”, que mis padres y abuelos no pudieran ir a la cita con la Virgen, a la que sí acudieron miles de personas (300.000 dicen las crónicas) transportadas en rudimentarios carros de caballo, bicicletas o incluso a pie; arrastrando hacia el lugar anunciado de los prodigios, a los seres más queridos con sus dolencias, guiados por su fe, en busca de la curación.
Desde mi escondite, en donde el frio y invernal de aquellos días no podía entrar, debí percibir muy pronto todo lo que acontecía en el exterior y debe ser por éso que siempre me han fascinado los milagros; por eso he peregrinado infructuosamente a los lugares sagrados de Lourdes y Fátima; también he recorrido el Ganges en busca de alguna señal y por eso supliqué fervientemente, con siete años, a la Virgen y a todos los santos que conocía, para que intercedieran en la curación de mi abuelo materno que finalmente falleció, tras siete largos meses de espantosos sufrimientos, por la inexistencia de fármacos que pudieran aliviarle o porque tal vez a la Virgen y a los Santos les complacía ver rezar con tanta fe a aquel niño, suplicando por su abuelo agonizante.
Ya de mayor, en busca del germen de aquella fe infantil, he buceado entre las vidas de los santos y sus milagros. Entre todos, confieso tener una especial admiración por el valenciano San Vicente Ferrer, dado su enorme poder para realizar los más extraordinarios prodigios.
Consta en los libros que el santo dominico anunció un día que visitaría Morella y la mujer encargada de darle de comer, aturdida y con la despensa vacía, tuvo la horrible idea de trocear a su hijo pequeño, asarlo y ofrecérselo condimentado a Vicente, el cual tras agradecer el gesto de la mujer recompuso al niño y se lo dio de nuevo a la madre, asesina temporal, que no debía tener un amor materno muy envidiable.
Era tal el revuelo que San Vicente Ferrer armaba entre la población, por su afición a hacer milagros, que su superior, el obispo, le prohibió hacerlos. Un día vio caerse un albañil de un andamio y el santo dudó un instante ¿Debía hacer un milagro para salvar a aquel desgraciado que irremediablemente iba camino de la muerte o debía ser obediente a su obispo y olvidarse de sus extraordinarios poderes? Enseguida tuvo la solución. Dejó suspendido en el aire al desafortunado y marchó a preguntarle a su superior jerárquico. Obtenida la autorización fue de nuevo a donde estaba el albañil, levitando en el aire, e hizo el milagro de que cayera al suelo en aterrizaje suave para así salvarle de una muerte segura.
Vicente, nacido en Valencia en 1.350, predicó en su lengua materna y fue entendido por franceses, italianos y suizos, también fue capaz de expulsar demonios, curar ciegos y resucitar muertos.
No se lo que Uds. pensarán, pero yo, ante hechos tan extraordinarios, me siento decepcionado al ver que en nuestros tiempos se proponen santificar al Papa Pio XII “porque una monja dice que, con su intercesión, se ha curado el Parkinson”. Ver subir a los altares a otros a quienes se atribuye la simpleza de curar un páncreas o haber muerto llevando hábitos en la Guerra Civil, la verdad, me produce un cierto vacío.
Si Vicente Ferrer volviera, muchos le mostraríamos el hambre y la miseria que azotan África, Asia, América (con o sin terremoto) y él, con seguridad, mandaría que llovieran allí sacos de arroz desde el cielo y trasladaría a esos lugares las viviendas que aquí nos sobran. Si volviera San Vicente, reprimiría con dureza desde el púlpito a tantos políticos corruptos, que utilizan el poder para enriquecerse, con trajes de presidiario tatuados en su piel. Si volviera… tendría claro que el sufrimiento del pueblo haitiano es tan enorme como el alejamiento de Munilla de la realidad. Si volviera… la emprendería a latigazos con centenares de curas que protegidos por sus hábitos y sus superiores, practican la pederastia, sin otro castigo que el traslado a otra parroquia para que no abusen de los mismos niños.
Con una crisis que desborda al PSOE en Madrid, un PP gobernando en la tierra del santo sin saber qué hacer para que ésta deje de ser la Comunidad con el mayor paro de España: con incrementos durante el pasado año, del 27 % en Valencia, el 24% en Alicante y el 36%, nada menos, en Castellón. Haría falta un milagro de los grandes para ayudarnos. Un milagro como los que hacia San Vicente Ferrer y parece que no los hay, ahora que el mundo, este país y esta Comunidad más los necesitan. El todopoderoso gobierno valenciano y la débil oposición, ante la imposibilidad de encontrar remedios a la dramática situación en la que vivimos, deberían aprobar en las Cortes Valencianas, sacar el Santo en procesión, ponerle velas y hacerle rogativas, para que ayude a su tierra. No veo otra salida.
PD Me alegra saber que si Francisco Camps no miente, no ha ido a la política para forrarse, pero ganando un millón de pesetas al mes y con su mujer dueña de una farmacia en el centro de Valencia ¿este hombre solo dispone de 900 euros? Si tan mal sabe administrarse ¿podemos confiar que nos administre a los demás?
Me gustaría me ampliaras un poco más lo del "Mercado de Nuestra Sra. de Africa" Saludos cordiales y Gracias.