Los derechos de los delincuentes
Lo vi tal como ocurrió. El era un hombre enjuto con nariz aguileña, vestido con un traje de alta costura y alto precio, un Señor con mayúsculas con porte elegante y señorial que sentado al volante de su Mercedes azul de gama alta o en la terraza de un bar céntrico difícilmente infundiría sospechas a la policía que jamás se atrevería a acercarse a él y pedirle la documentación.
Contra lo que yo podía pensar y ante mis propios ojos, el hombre elegante y señorial sacó una pistola mientras se introducía, ante mi asombrada mirada, en la joyería situada en los bajos de un edificio que da justo enfrente de mi vivienda. Pude ver como golpeaba a su dueño poco antes de llevarse, en menos de seis minutos, un botín seleccionado cuidadosamente.
Al día siguiente, mientras me disponía a acudir a la policía para dar testimonio de los hechos, reconocí al mismo personaje elegante y señorial, al cruzarme con él casualmente en el ascensor de mi finca. Yo me dirigía a mi casa y él, con toda seguridad, -pensé- iría a hacer alguna extraña gestión con mi vecino que es un prestigioso abogado con su despacho contiguo a mi vivienda.
Si el atraco a la joyería logré grabarlo casualmente con mi videocámara, ahora quería saber más y estaba dispuesto a investigar por mi cuenta. En busca de conocer a qué acudía, el atracador elegante y señorial a casa de mi vecino, pegué un micrófono conectado a una grabadora en la pared medianera que daba al despacho del abogado. En el artilugio, y ante mi asombro, se grabó una conversación que demostraba claramente la implicación de mi vecino con el ladrón. Quedó registrado que hablaban del atraco a la joyería el día anterior y de multitud de ingresos que habían obtenido en atracos a mano armada, sobornos en contratas, adjudicaciones y subcontratas. Tuve claro que estaban muy vinculados y que tenían contactos con muchos políticos. Hablaron de haber obtenido 120 millones (de euros) que -dijeron- “estaban a buen recaudo”, porque mi vecino -eso ya lo sabía con anterioridad- es un experto conocedor del entramado legal y sabe muchísimo de paraísos fiscales, de sociedades fantasmas y de cómo prescriben los delitos. Además de todo ésto también sé (y sabía) que mi prestigioso vecino está muy bien relacionado con muchos colegas y sabe hacer favores y pedirlos.
Dispuesto a denunciar los hechos de los que fui testigo, distribuí a noticieros televisivos las imágenes del atraco; narré, en una nota escrita, el enorme fraude que había descubierto y entregué a la policía las conversaciones privadas que grabé entre el hombre elegante y señorial y mi vecino. Se armó un gran revuelo por la magnitud del fraude tan enorme del que se hablaba: 120 millones de euros (para comparar cifras hay que recordar que el escándalo conocido como Filesa fue de 6 millones de euros). Se escandalizaron todos, también reconocidas empresas y el grupo de políticos que habían recibido regalos de los dos socios delincuentes. Todos se movilizaron rápidamente, no en la dirección de reprimir a los estafadores, reclamarles el dinero depositado en el extranjero, obligarles a que pidieran perdón y expulsarles con sus huesos a la cárcel, sino que lo hicieron para poner el dedo acusador hacia mí “por haber obtenido unas imágenes y unas conversaciones de manera ilegal sin respetar derechos fundamentales”.
Me acojoné (de congojos nada) sin entender que el delito no importaba a nadie y que me acusaban por haber infringido las normas al tomar imágenes sin consentimiento del ladrón elegante y señorial y por haber grabado una conversación sin avisarles.
Arrepentido por mi osadía de buscar las pruebas para llevar ante la justicia a unos grandes delincuentes de la peor calaña, he entendido que lo principal es proteger los derechos constitucionales de los delincuentes, sobre todo si no son vulgares chorizos y están bien asesorados, tienen mucho dinero escondido en Suiza y en las Islas Caimán y son personas tan elegantes y señoriales que cualquiera estaría complacido en invitarles a la boda de su hija.
Ahora soy yo el acusado por haber cometido un delito, sabiendo o debiendo saber, que lo que hice no debe hacerse. Me van a meter en la cárcel, mientras sale de ella Roldan sin el botín y no entra Jaume Matas porque puede pagarse una enorme fianza que le ha concedido un amigo de la juventud que ahora dirige un banco y persigue a los que no pueden pagar su hipoteca.
Me voy cabizbajo a casa repitiendo a modo de mantra: El delito no es el delito sino el procedimiento para desenmascararlo, el delito no es el delito, sino el procedimiento para desenmascararlo, el delito… (ya lo dijo el general: todo esta atado y bien atado).
En el camino a mi casa, escucho la voz de un personaje conocido. Reconozco que se trata de Radio Esperanza que emite desde Madrid: “El fin no justifica los medios. Los derechos deben de ser respetados”.
Vivir para ver y tratar de entender, a pesar de saber que todos somos “presuntos” mientras no se demuestre lo contrario.
JUEGOS OLIMPICOS
Munich, una ciudad que es una potencia económica dentro de una potencia económica, dijo no a la organización de los juegos olímpicos de 2020 por su elevado coste. Roma que es mucho Roma también ha dicho que no por el mismo motivo. Aquí, en la ruina, después de las dos Expos y los juegos olímpicos de Barcelona seguimos queriéndolos para Madrid endeudada hasta las cejas por el Ministro de justicia. Faltaría más. Es de justicia. ¡Viva España!
No se si escierto ,pero supera la realidad Muchas veces las leyes son como las telarañas: los insectos pequeños quedan prendidos en ellas; los grandes la rompen.