Breve historia de la especulación
(Extraído del libro “Breve historia de la euforia financiera” de John Kenneth Galbraith, publicado en 1991 -antes de la crisis del 94 y lejos de la actual- que yo leí hace tiempo y acabo de volver a releer. Es un libro breve, sin tecnicismos, aunque se tengan poca base de Economía, que yo recomendaría de lectura obligada en los Institutos. Se da en él una visión de cómo se comportan los mercados (las personas al fin) y que a mi me ha servido para, con los pies en el suelo, contemplar fenómenos recientes que hemos vivido, como Terra y Astroc; también para entender la crisis actual y otras que la precedieron. El libro acaba con la esperanza de que, en un mundo pacífico, los asuntos económicos sean más sabiamente administrados. No lo dice el libro, pero yo aportaría: “Saldremos de esta crisis y volveremos a caer en los mismo errores”).
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Cualquier individuo es aceptablemente sensible y razonable; como parte de la multitud de inmediato se convierte en un estúpido. (Friedrich von Schiller).
Los especuladores pueden no resultar perjudiciales, como burbujas en la corriente regular de la empresa. Pero su actuación cobra gravedad cuando esa empresa se convierte en una burbuja del remolino de la especulación ( John Maynard Keynes).
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Cualquier artefacto o descubrimiento que parezca nuevo y deseable - los tulipanes de Holanda, el oro de Luisiana, la propiedad inmobiliaria en Florida, las magnificas ideas de Ronald Reagan en materia de economía - capta el pensamiento financiero o, para más precisar, lo que pasa por tal. El precio del objeto de especulación aumenta. Los valores, la tierra, las obras de arte y demás propiedades adquiridas hoy, mañana valdrán más. Este incremento y las perspectivas atraen a nuevos compradores, los cuales determinan una nueva alza. Entonces aún son más los atraídos que también compran, y la subida continúa. La especulación se construye a si misma.
Los que se enredan en la especulación experimentan un incremento de su riqueza, o sea, que se hacen ricos o se enriquecen más. Nadie desea creer que eso es fortuito, inmerecido; todos prefieren considerar que es el resultado de su superior visión o intuición.
Nadie negará en serio que los meses y años anteriores al hundimiento bursátil de 1987 estuvieron caracterizados por una intensa especulación. Pero al día siguiente de dicho hundimiento, no se atribuyó a la especulación ninguna importancia o se le reconoció escasa. En su lugar, el factor decisivo fue el déficit en el presupuesto federal. La huida de la realidad continuó con estudios a cargo de la Bolsa de Nueva York, la Comisión de Valores, y una comisión presidencial especial. Todos ellos ignoraron minimizaron la especulación como condicionante. En nuestra cultura, los mercados son un tótem, y no se les puede atribuir tendencia o fallo aberrante de suyo.
En 1636 la fiebre inversora en tulipanes se adueñó de Holanda. Nadie con un mínimo de inteligencia estaba dispuesto a quedarse atrás. Los precios llegaron a la extravagancia: en 1636 un bulbo al que previamente no parecía atribuírsele valor, podría cambiarse por “un carruaje nuevo, dos caballos tordos y un arnés completo”. La especulación se hizo más y más intensa. Ahora un bulbo podía cambiar de manos varias veces, y los precios se incrementaban con regularidad, dando lugar a operaciones sorprendentemente lucrativas antes de que el bulbo en cuestión llegara a plantarse.
La demanda de tulipanes de una especie rara se incrementó tanto en el año 1636, que se establecieron mercados para su venta en la Bolsa de Ámsterdam, así como en Rotterdam, Haarlem, Leyden, Alkmar, Hoorn y otras ciudades… Al principio, como en todas estas manías de juego, la confianza estaba en su punto culminante, y todo el mundo ganaba. Los traficantes de tulipanes especulaban con el alza y caída de las existencias, y obtenían cuantiosos beneficios comprando cuando los precios bajaban y vendiendo cuando aumentaban. Muchas personas se hicieron ricas súbitamente. Un cebo de oro pendía tentador ante los ojos de los hombres que, uno tras otro, corrían hacia los mercados de tulipanes como las moscas en torno a un bote de miel. Todos imaginaban que la pasión por dichas flores iba a durar siempre, y que la riqueza de todas las partes del mundo fluiría a Holanda. Personas de toda condición liquidaban sus propiedades e invertían el producto en tulipanes. Se ofrecían a la venta casas y campos a precios ruinosamente bajos, o bien se entregaban como pago en las transacciones efectuadas en el mercado de tulipanes. Los extranjeros sucumbieron al mismo frenesí, y el dinero se vertía en Holanda desde todas partes.
El final llegó en 1637. De nuevo primaron las leyes que rigen el proceso. Los perspicaces y los inquietos empezaron a abandonar, nadie sabe por qué razón; otros vieron a aquéllos retirarse. La carrera por vender se transformó en pánico, y los precios cayeron como por un precipicio. Los que habían hecho adquisiciones, en muchos casos hipotecando sus propiedades para obtener crédito -he ahí el apalancamiento-, se encontraron súbitamente desposeídos o en bancarrota “Comerciantes prósperos quedaron reducidos casi a la mendicidad, y muchos miembros de la nobleza asistieron a la ruina irremediable de sus casas”.
En 1716 el escocés Law creó en Francia el Banc Royal que vivió la euforia y el fracaso vendiendo acciones de supuestas minas de oro de Luisiana. En las mismas fechas en Londres se produjo un boom y colapso de los precios de los valores acompañado de sobornos y corrupción. Famoso es el derrumbe del 29 pero antes le precedieron 1819-1837-1873 y 1907.
Siempre individuos e instituciones son cautivados por la satisfacción maravillosa de acrecentar la riqueza. La ilusión asociada a la anterior, y que consiste en atribuirse perspicacia, se ve alentada por impresión pública de que la inteligencia, propia y ajena, corre parejas con la posesión de dinero.
Con el “laissez-faire” dogmático de Reagan se redujeron drásticamente los impuestos a los más ricos y se redujeron los subsidios. Mientras los opulentos necesitaban el estimulo de mayores ingresos, los pobres necesitaban el estimulo de una mayor pobreza.
Concluido el episodio, se sucedieron, en grado extremo, la amargura, las recriminaciones y la búsqueda de chivos expiatorios -todo ello muy normal- , y también se evitó mencionar como verdadera causa el delirio colectivo. Al igual que en el caso de los bancos y de las entidades de ahorro y crédito en quiebra en tiempos recientes, apareció entonces el Estado como último recurso. Pero, desdichadamente, el único remedio hubiera sido restaurar el precio de los bulbos al nivel previo al hundimiento, y esto era manifiestamente impracticable, de modo que se abandonó con sus pérdidas a los que poco antes eran ricos. Los que perdieron la cabeza al mismo tiempo que su dinero y se entregaron a la especulación se dispensaron a si mismo de toda censura.
El colapso de los precios de los tulipanes y el consiguiente empobrecimiento tuvieron como efecto congelar la vida económica holandesa en los años que siguieron: se produjo, para expresarlo en terminología moderna, una considerable y duradera depresión.
¿Les suena? Como ahora con el suelo: altísimo endeudamiento, especulación, chivo expiatorio, creencia de que el éxito se debe a la inteligencia, el mercado como tótem, apelación al Estado,… No ha terminado esa hecatombe y ya se está gestando otra: la especulación con el oro. No tenemos remedio.
Cuando un banco carece de respaldo. se convierte en un banquillo.(en America Patíbulo)