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Por J. P. Enrique
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De 2010 a 2070. Desde que yo soy abuelo hasta que lo es mi nieto

    Le cuento a mi nieto que cuando yo era pequeño conocí las calles sin asfaltar iluminadas por minúsculas y escasas bombillas que las dejaban medio oscuras y se hacían intransitables cuando caían dos gotas de lluvia.

    Las casas de los vecinos (labradores en su práctica totalidad) tenían amplios portales y al fondo de la casa, después de la sala con la chimenea de leña que tenían todos, había un corral en el que criaban conejos y gallinas alimentadas con los desperdicios de las comidas. Vivían de lo que cultivaban: la naranja como principal cosecha y hortalizas para el consumo familiar. Muchos eran propietarios agrícolas “del seu troç” y algunos vivían de jornales como podadores o recolectores de fruta. Las mujeres obtenían ingresos como trabajadoras temporales en los almacenes de naranja.

    Eran tiempos de escasos bienes, poco consumo y vida sencilla. No existían los televisores y los teléfonos fijos manuales (no al alcance de todos) funcionaban (cuando funcionaban) a través de una operadora. La nevera que se refrigeraba con un cuarto de barra de hielo era el principal electrodoméstico. No teníamos apenas juguetes y el caballo de cartón, la muñeca o el camión regresaban cada año renovados el día de Reyes acompañados de algunos caramelos.

    La gente, sobre todo en verano, salía a sentarse a la puerta de la casa. Allí, familiares, vecinos y amigos pasaban largas horas unos hablando, otros contando historias, otros escuchándolas, algunas cosiendo y los más pequeños jugando al escondite, a “la comba” o al “un,dos,tres, pedra pared”, entre otros juegos.

    Fueron tiempos de mano dura en los que los mayores y los profesores, respetados por temidos, nos imponían sus criterios y la educación con un lema previo al bofetón: “El árbol se endereza cuando es pequeño”.

    En mis años de juventud volvíamos a casa a las diez de la noche y las salidas nocturnas eran muy, muy esporádicas. Nuestros hijos, en cambio, vivieron con desenfreno los largos fines de semana del botellón con aditivos. Empezaban la fiesta los viernes y terminaban en domingo. Su desenfreno ha dejado a muchos de ellos con graves secuelas.

    Las mujeres debían ser sumisas a sus maridos y ocuparse, como tarea fundamental, de la realización de todas las labores de la casa. No podían abrir una cuenta en un banco, pedir un préstamo, ni sacar dinero de la libreta de ahorros sin la autorización de su marido y estaba socialmente mal visto que alguna entrara sola en un bar. Tampoco ninguna mujer podía entrar en la iglesia sin cubrirse la cabeza. A mí -explico a mi nieto- Mosén Ochando me expulsó de la iglesia del Salvador con siete años por entrar con manga corta.

    En aquellos tiempos se firmaban los documentos con pluma mojada en un tintero. El bolígrafo BIC se inventó después pero tardó años en ser aceptado como válido.

    2070. Mi nieto ya es abuelo y les cuenta a sus nietos que cuando él era pequeño conoció una época de desbordante riqueza. En aquellos tiempos -dice- muchas familias tenían un coche para cada uno de ellos.

    En mi niñez -continua explicando a sus descendientes- no se reparaban los electrodomésticos porque, según decían, era más caro repararlos que comprar uno nuevo. Televisores, lavadoras o frigoríficos se renovaban a los pocos años de vida por otros aparentemente iguales. Lo mismo hacían con la ropa que veían muy bonita al adquirirla y al año siguiente la consideraban fea y anticuada por una razón tal absurda como que “el color o el cuello ya no se llevaban”. Nunca he entendido ese derroche y esos cambios de gustos.

    En mi niñez poca gente reciclaba. Las naranjas, almendras o aceitunas a veces se quedaban en los árboles porque era demasiado caro recogerlas. Se construían viviendas que los que las necesitaban no podían pagar y los que no las necesitaban las compraban para ganar dinero con ellas. Mucha gente se arruinó en ese juego.

    Antes de la crisis y con la crisis, se organizaron en España -algunos antes de yo nacer- grandes eventos: los juegos olímpicos de Barcelona, las Expos de Sevilla y Zaragoza y siguieron pidiendo una y otra vez los juegos olímpicos para Madrid, algo que las ciudades más ricas del mundo, como Múnich, no se atrevieron a hacer por su elevado coste. Todos gastaban a manos llenas y los incultos, en nombre de la cultura, se pusieron a construir por todos los rincones de España carísimos edificios llenos de continente y vacíos de contenido.

    Durante años y años vi a la gente movilizarse y emocionarse con el deporte del fútbol. Les preocupaba más todo lo que rodeaba a un partido que ocuparse de sus condiciones de trabajo, del hambre en el mundo o de las guerras. Mucho dinero se invertía en estadios y jugadores. España fue el país en donde recalaron los entrenadores y futbolistas más caros del mundo. Nadie protestó por esas inversiones millonarias, ni a nadie preocupó que los clubes no pagaran a Hacienda ni a la Seguridad Social, ni a los proveedores. Los clubes, para sus derroches, sí obtenían créditos tanto en la época de la abundancia como en la de escasez.

    A mí me regalaban juguetes continuamente, tantos que mi madre tenía que desprenderse de ellos, de vez en cuando, para dejar espacio a los nuevos regalos.

    La sanidad y la escuela eran gratuitas y los mayores tenían garantizada a su jubilación una pensión y las medicinas gratis. Mi colegio funcionaba bien y los maestros y padres me trataron siempre como a una persona responsable. Quizá el único problema fue que nos cambiaban los planes de estudio cada vez que gobernaba uno u otro de los grandes partidos. Absurdamente teníamos que comprar, cada año, libros nuevos. Nada de reutilizarlos.

    Tuve la suerte de que en mi casa se cocinaban los platos caseros como “olla de cardet”, “Puré de saiote” “olla de carabassa”, “Tortilla de faves amb ous casolans”, etc. Fui casi una excepción porque muchas familias se decantaban por la comida rápida y hasta la simple tortilla de patatas la compraban ya hecha en los supermercados.

    En busca de hacer grandes negocios, compañías eléctricas con tecnología poco desarrollada se dedicaron a construir centrales nucleares que nos han dejado residuos que seguirán activos durante generaciones y generaciones. Corrieron demasiado y de manera irresponsable.

    Fue curioso ver a unos repartidores llamados carteros que con un carrito llevaban los mensajes del emisor al destinatario. Mi abuelo me contaba que antes del carrito los que tenían esa profesión iban con una enorme cartera al hombro que les producía lesiones en la columna. La profesión de reparto empezó a declinar con la llegada de los mensajes por internet hasta que desapareció para siempre, como también han desaparecido unas tiendas dedicadas exclusivamente a vender pan y desaparecieron en tiempos de mi abuelo, profesiones tan raras como llanterner, matalasser, sereno, pregonero, guardia de tráfico, afilador o vendedores que con una caja en el portamaletas de una bicicleta iban gritando por las calles: “Xiquetes peix fresquet”o “xiquetes gamba viveta”.

    Confieso que tuve una infancia feliz. Mis problemas empezaron cuando, acabada mi formación académica, tuve edad para trabajar y pensé en fundar una familia. ¡Fueron los años más duros de mi vida! Lo pasé muy mal hasta que conseguí trabajos temporales en tres empresas diferentes (dos horas en una, cuatro en otra y tres en otra) para completar mi jornada laboral y con esos ingresos tener garantizado el sustento familiar.

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    comentarios 9 comentarios
    JP
    JP
    27/03/2012 07:03
    Yo te aviso

    No te procupes Paco que yo te aviso. Un fuerte abrazo.

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