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Por José Luis Ramos
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Recuerdos del autostop de la juventud, en los 60

    No hace mucho tiempo, viendo documentales sobre criminales en serie, vi que, en los Estados Unidos, en la década de los 60 aparecieron unos cuantos. En todos ellos se repetía que el agresor era hombre, las victimas mujeres y el medio por el cual el hombre contactaba con sus víctimas era el autostop. No recuerdo que, en esos años, el autostop supusiera una práctica de riesgo para los jóvenes de aquí, sobre todo para las mujeres que no recuerdo que lo practicaran, salvo excepciones. Eso me hizo recordar el autostop que los jóvenes practicábamos en los 60.

    En los 60, los chicos de mi generación, primero porque no teníamos edad para tener carnet de conducir. Después cuando teníamos la edad, eran unos pocos los que tenían carnet y menos lo que tenían vehículo. Aunque la razón fundamental era que estábamos sin un duro, o queríamos ahorrar el coste del billete del trasporte público. Así que, para viajar a los pueblos del entorno, se practicaba el autostop. Solo en dos únicas ocasiones, hice viajes fuera del entorno de Borriana. En Navidad del 68, Pepe Claramonte y yo fuimos en autostop a Barcelona. Y en octubre del 69, quise ir de Frankfurt a Berlín, en autostop, pero solo legué a Hanover.

    De esa época recuerdo tres anécdotas, una que nos resultó desconcertante, y dos divertidas, para aquella edad. Sería el año 66 o 67, el Dólar y yo acudimos delante del cuartel de la guardia civil de Nules. Punto habitual, en aquellos años, para hacer autostop a Borriana. Al llegar, nos encontramos con otro joven. Pensando que sería difícil que alguien quisiera trasportar a los tres, decidimos que mi amigo y yo nos apartábamos y nos pondríamos cuando el joven ya lo hubiera conseguido. A los pocos minutos, un agente llamo a joven, lo metió al Cuartel y salió a los pocos minutos, pelado al cero. Total, llevaba el pelo como los Beatles. Nosotros ya no hicimos más autostop delante del Cuartel.

    Entre los jóvenes, en Borriana era popular un señor que solía salir a las procesiones portando una gran cruz con cristo. Ese señor tenía un seiscientos de 5 marchas. Me explico. Si subías a su coche, una vez había puesto las cuatro marchas del coche, le echaba mano al copiloto. En verano, los domingos después del baño, se situaba a la salida del puerto, dentro de su coche esperando que algún joven hiciera autostop. Un domingo, cuando el Dólar y yo fuimos a hacer autostop, le vimos en su lugar. Así que, para no aguantar su manotazo, hicimos lo que se hacía en esas ocasiones: buscar a alguien que no que se uniera que no conociera la situación. Encontramos a Serafín (el de los Yaquimas), fuimos al inicio de la carretera, hicimos la señal de autostop, y enseguida llegó el seiscientos. El Dólar y yo, corriendo nos metimos a los asientos de detrás. El coche aceleró, enseguida alcanzó la cuarta marcha y a continuación le aplico la quinta a Serafín. Cada vez que recuerdo la reacción de Serafín me descojono. Quienes le conocieron, recordaran que sus gestos eran muy expresivos. Pues se quedó como pasmado, nos miró a nosotros y cuando vio que nos moríamos de risa, le salió del alma ¡¡Cabrones que vosotros ya lo sabias!!

    En las mismas fechas, había otro señor, con un Citroën furgoneta, que, en verano, los fines de semanas, después de cenar también se situaba a la salida del puerto a la espera que algún joven hiciera autostop. Un sábado sobre la 12 de la noche, allí acudimos mi amigo F. y yo para ir a la ciudad. Vimos el Citroën en su sitio, y nos dijimos vamos a buscar un despistado. Enseguida encontramos a T, que no conocía la situación. Nos situamos los tres, en el punto de hacer autostop, inmediatamente acudió el coche. F. y yo pasamos enseguida detrás. Una vez en marcha, nos dijo: en vez de ir por la carretera del Puerto iremos por “el camí L’Axiamo”, para que no nos denuncien, porque no me funciona un piloto. No tuvimos tiempo a reaccionar. Ese es un camino rural, que por la noche no pasaba nadie y a 100 metros del Puerto no hay nada de luz. El caso es que, a 200 metros del puerto, frenó y le echó mano a T., que enseguida intentó escapar. Mientras tanto, F. y yo salimos por la puerta de atrás que tenían los Citroën furgoneta. El caso es que a T. no le fue fácil liberarse del señor que le agarraba y tardó en soltarle. Tuvimos que seguir a pie a la ciudad.

    Homosexuales siempre hubo, también durante el Franquismo. A pesar que existía la ley de peligrosidad social que los castigaba cárcel. Y que yo recuerde, los casos que no se sabían comportar y acosaban a los jóvenes eran muy contados. El resto se comportaban respetuosamente. En una ocasión, hacia autostop, y pasó un coche moderno y colorido hacia dentro de Borriana, por lo que me fijé en él. Un minuto después, estaba de vuelta y paraba. Le dije que iba a Mascarrell, y dijo que me llevaba. Enseguida el conductor fue al grano, me dio conversación me dijo que se iba a Ibiza de vacaciones, que no le gustaba ir solo, y si me apetecía me podía invitar. Entendí, de que iba la cosa, se lo agradecí, y nos despedimos educadamente.

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