25 noviembre: “Día contra la Violencia contra las Mujeres.”
Siguen los motivos para celebrar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, declarado por la ONU el 25/11/2000. Desde ese día se celebra para denunciar y erradicar la violencia que sufren las mujeres en todo el mundo. Tiene su origen en el secuestro y asesinato de las tres hermanas Mirabal, en la República Dominicana, por el dictador Trujillo el 25/11/1960.
Hace unos días, los medios de comunicación informaban de los datos de agresiones y abusos sexuales en España, en el año 2021. Cada mes se denuncian más de 1.000 agresiones y abusos sexuales. Las condenas por delitos sexuales el último año, han aumentado un 34, % y un 18, % más que en 2019, según el INE. El número de presos por delitos sexuales en España es de 4.008, en la actualidad. Hace 25 años solo había unos 1.500. En 2021 fueron 3.196 los condenados por delitos sexuales, por cometer 3.960 delitos. Ello supone, un 35,5% más que en 2020, y un 16,4% más que en 2019. Según destaca el Ministerio de Interior, en sus informes, el aumento de las condenas por delitos sexuales se debe a los cambios legislativos y a la mayor concienciación social, gracias a las "activas políticas que provocan una mayor disposición de las víctimas a denunciar". Los presos por delitos y faltas de violencia de género son 4.756, según datos ofrecidos por Instituciones Penitenciarias. Lo que viene a ser una cifra equivalente a los delitos sexuales.
A pesar de los datos expuestos, muchas personas siguen negando la existencia de una violencia de género y la necesidad de una ley específica. Unas lo niegan porque su ideología les lleva a negar la realidad que no coincide con sus ideales. Otras, por desconocer que, en términos legales, los actos se clasifican, y se denominan por el resultado, y por la intención que causó el resultado. Por eso se habla de asesinato, o homicidio, en caso de muerte. O de violencia terrorista, policial, o callejera, según su autor. Eso es así porque el Código Penal asigna un nombre especifico a cada delito, según su autor e intención. Por eso a la violencia del hombre sobre la mujer que convive, para que ella haga lo que él quiere, legalmente se denomina violencia de genero. Pedir trato igual, para hechos que son iguales y personas en circunstancias distintas, es desconocer, las razones por las que los derechos humanos incorporan la discriminación positiva de las personas más vulnerables. Así mismo, supone desconocer que en todo delito se deben aplicar agravantes o atenuantes, según las circunstancias de las personas y los hechos.
Hace unos 25 años, viví dos experiencias que ponen de manifiesto el miedo que muchas mujeres sienten de los hombres. En la primera, en pleno invierno que anochece a las 6 de la tarde, llegué a las 5 de la tarde a la estación de tren de Torrent, para ir a València. El tren tenía la llegada después de las seis de la tarde. Tenía que cogerlo a la vía contraria que me encontraba, pasando por debajo de la vía por un túnel sin luz. Me senté a leer un libro, cuya lectura me hizo olvidar que esperaba el tren y darme cuenta que se había hecho de noche. De momento sentí correr, y al levantar la vista, vi corriendo a una mujer que se metía por la rampa del túnel sin luz para pasar a la otra vía. Entendí que corría porque llegaba el tren, así que salí corriendo, tras ella, para no perder el tren. Cuando la mujer escuchó que corrían detrás de ella, empezó a soltar gritos de terror, hasta que me vio salir y situarme tranquilamente a esperar el tren. Ya se pueden imaginar cómo me miraban los viajeros que estaban en la otra vía del tren. Cuando la mujer se tranquilizó, le explique que había corrido porque pensaba que llegaba el tren. Ella me dijo que, en ese túnel sin luz, habían sufrido agresiones algunas mujeres, y ella había corrido porque tenía miedo pasarlo sin luz.
Poco tiempo después, un domingo a las 8 de la mañana salí de un hotel de la calle Lope de Vega, que sale del Paseo del Prado, en dirección oeste, es decir, al centro de Madrid. La ciudad dormía y las calles estaban desiertas. Solo me encontré con una mujer norteamericana con un plano en la mano que, en inglés, que yo no hablo, me pidió que le indicara para ir al Palacio de Oriente. Pensé que yendo por la pequeñas y estrechas calles que nos encontrábamos se perdería. Por lo que en vez de indicarle en dirección al oeste que teníamos el Palacio, le indique hacia el norte hasta la carrera San Jerónimo, que yo iba, que va recto a Puerta del Sol, donde debía coger la calle del Arenal que le llevaría recto al Palacio. Se lo hice entender como pude. Después de caminar unos cien metros, ella me insistió que el Palacio lo teníamos al oeste y nosotros caminábamos hacia el norte. Yo le reiteré que para ella era mejor, ir por San Jerónimo. Poco antes de llegar a San Jerónimo, sin avisar, se dio media vuelta y empezó a correr con una velocidad propia de un corredor de los cien metros. Cada vez que escuchaba mi llamada, corría más.
Las veces que, al caminar detrás de mujeres, o cruzarme con ellas por calles oscuras y desierta, que noté como cambiaban de acera o aligeraban el paso, son incontables. El hombre que diga que jamás vivió estos casos, o miente o no es capaz de percibir lo que ocurre en su entorno.