La memoria es una ventana, a través de la cual, puedo verte cuando quiera
Una amiga de la juventud, a la que hace años que no he visto, me envía un correo electrónico en el que me informa que está sola en casa, pasando la cuarentena, por estar infectada del Covid. Tal como suele ocurrir, entre amigos que llevan tiempo sin verse, se interesa por mi situación, y sobre todo, por mi salud. Pero del correo me resulta curioso, que después de informarme la situación de aislamiento que vive, acaba su mensaje citando a un poeta alemán que dice: "La memoria es una ventana, a través de la cual, puedo verte cuando quiera". Entonces caigo en la cuenta, que una cosa es estar sola en casa, y otra muy distinta es estar aislada. Pues ella, a pesar de estar sola en casa, gracias a la memoria, no está aislada. Es decir, la memoria le permite comunicarse con todas aquellas personas que forman parte de la agenda de la memoria de su pasado. Bien sea por medios informáticos, telefónicos, o como dice el poeta, por medio de la ventana de la memoria.
Dicen los estudiosos que la memoria se puede definir como la capacidad del cerebro de conservar información del pasado y recuperarla cuando se quiera. Dicho de otro modo, es la capacidad que nos permite recordar hechos, ideas, sensaciones, relaciones que ocurrieron en el pasado. Así las cosas, la capacidad de una persona para ser un sujeto activo, en su entorno, y su propia vida, dependerá totalmente de su memoria. Por consiguiente, una persona sin memoria, tendrá tal vacío interior que su comportamiento, no podrá ser otro, que el propio de un objeto. Es la memoria la que nos permite reconocer nuestra entidad, al permitirnos recordar las experiencias vividas. Pero no solo nos permite reconocernos a nosotros mismos, sino también a aquellos que nos rodean. Precisamente, ese conocimiento de nosotros, de nuestro entorno y de las personas que nos rodean, es lo que nos da seguridad. La memoria es fundamental para aprender.
Sobre la perdida de memoria, bien sea por demencia senil o alzheimer, estoy viviendo una experiencia que me produce cierta angustia. Se trata de mi perro. Ya sé que no es una persona, y que no soy especialista en el tema, para hacer comparaciones. Pero creo que puede haber cierta similitud de comportamientos, ante perdida de memoria de un animal o una persona. Tiene 15 años. Del ojo derecho no ve nada, por cataratas, y del izquierdo ve poco. El caso es que era un perro muy vigoroso, y como la mayoría de perros, quería pasear suelto, y se enfadaba cuando lo paseaba con la correa. Ahora, desde hace unos meses, le veo triste y angustiado cuando lo paseo suelto. Y, cuando el ve que le voy a poner la correa, expresa satisfacción. Que nadie piense que me habla, como tantos perros hacen con sus dueños, simplemente, se queda quieto, para facilitar la tarea y mueve la cola con alegria. Puesta la correa se le ve caminar con mayor seguridad y alegria, que sin ella. La razón del cambio de comportamiento, es bien sencilla, hay momentos que se queda como si no tuviera memoria, y no me reconoce a mi, ni al entorno. Eso se manifiesta: quedándose parado con la mirada perdida y expresando no saber donde ir; en otras ocasiones, no me reconoce se va detrás de las personas que ve pasar, y les huele para ver si les reconoce. En esos momentos, a veces tarda en reconocerme, aunque le hable y le toque. Mientras no me reconoce, son muy evidentes los gestos de angustia, que pasan a ser de alegria cuando me reconoce. En distintos puntos de la casa, que estando bien, él recorre sin problemas, por la noche con todas las luces apagadas, a veces durante el día, lo ves que se queda como desconectado y no se atreve a andar en ninguna dirección. Eso mismo le pasa, en ocasiones, en plena calle. En esos casos, le cuesta mucho reaccionar, después que yo le hable mucho y le estiré la correa para que camine.
Ahora mismo, hace cinco años, mi familia vivió la dolorosa experiencia de vivir la evolución progresiva de una enfermedad mortal, que soportó durante dos años Mercedes, mi hermana mayor. Se trata de una experiència dura y dolorosa. Sobre todo para los familiares que le atendieron a diario. Yo solo iba a visitarla. Ver el avance progresivo de la enfermedad, era desolador. Yo pensaba que la angustia que me podía generar, ver la situación que ella padecía, compensaba si mi visita servía para distraerla un poco. Aunque fuera unos minutos. Así que me iba satisfecho de las visitas. Lo que para mi fue desgarrador, que me partió alma, fue el día que fui a visitarla y ya no me reconocía. Ver la soledad y angustia que reflejaba su cara, al esforzare para intentar reconocerme, porque le decíamos que era su hermano, es un trago tan amargo, que hace muy difícil contener el llanto. Confieso que perdí la ilusión de visitarla, por miedo a perder la compostura y acabar llorando como un niño delante de ella. En fin, tanto las personas como los animales, sin memoria somos como objetos vacíos en el interior incapaces de transmitir ni percibir.