La herida del primer amor
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.”
Gabriel García Márquez.
Dicen que nuestro origen resulta importante en nuestras vidas y que el primer amor deja herida. Por lo que a mí respecta, puedo decir que es cierto. Pues como Raimon dice, para no perder identidad, cada día tengo presente mis orígenes familiares y las amistades de la infancia. También en mi corazón tengo una cicatriz, producida por la herida del primer amor.
Hace poco tiempo mi amigo Rafa, me recordaba que “La vida no es lo que nos sucede, sino cómo lo sentimos”. Creo que hay mucho de cierto. Ejemplo de ello, es tal como yo recuerdo que sentí mi primer amor. El caso es que nunca la había visto antes. Un día de repente, entre las jóvenes que paseaban vi una chica que destacaba por su aspecto sutil, y la elegancia de sus movimientos. Su belleza la hacía brillar entre las demás jóvenes. Caminaba segura, con gestos muy serenos. Su piel era blanca y suave, como la de los ángeles. Sus claros ojos eran hermosos, pero todavía más hermosa era su mirada, porque en ella transmitía ternura y empatía. El caso es que, el tercer o cuarto día que me crucé con ella, nuestras miradas se cruzaron, entonces, noté que se aceleraron los latidos del corazón. Era la primera vez que, me sentía conmovido y atrapado, por una mirada. Recuerdo ese instante como si fuera hoy. Yo tenía 16 años, ella no los habría cumplido. Como diría Serrat, en esa edad “Tot just despertàvem del son dels infants”.
Fue una relación breve, y no pasó se ser como la que se tenía en los 60, entre jóvenes de 16 años. A pesar de ello, en aquellos días, ella para mi “Era tot el meu món llavors”. Un comentario mío, fuera de lugar, propio de la inmadurez juvenil, de quien ha bebido lo que no debía, sentí que le había ofendido, eso me hizo sentir una fuerte vergüenza y pensar que no era merecedor de ella. Así acabó nuestra relación. Lo peor, es que no fui capaz de dar explicaciones de mi inapropiado comportamiento. Me quedé tan hundido, que ni siquiera fui capaz de pedir disculpas por mi actitud. Toda la vida me ha pesado no haber sabido afrontar debidamente el caso.
Con el paso del tiempo, me atormenté al comprender que, en aquellos días, yo no era más que un joven inmaduro, cargado de ilusiones, pero incapaz de gestionar felizmente la ocasión que se me presentó. Lo cierto es que, dado mi posición social, y algunos comentarios escuchados sobre la misma, en nuestro entorno, nunca confié que nuestra relación tuviera futuro como novios, a pesar que yo nunca desconfié de ella, ni ella me faltó jamás el respeto. Por eso, una vez recuperé el ánimo, hundido de los primeros días, desistí de intentar disculparme y de recuperar nuestra relación.
Toda mi vida, he recordado ese momento como un comportamiento imperdonable, incluso para un joven de 16 años. Nunca me he perdonado no saber tratar con respeto y ternura a la persona que más quería, en ese momento. Por mi culpa, dejamos de hablarnos. Desde entonces, las pocas veces que nuestras miradas se han cruzado, siento que el cuerpo se me queda bloqueado, sin poder decir una sola palabra.
Hoy en día, creo que me pasa con ella como al niño del que Antonio Machado nos habla en la poesía “Parábolas”. Cuando dice “el niño se hizo mozo y el mozo tuvo un amor, y a su amada le decía: ¿Tú eres de verdad o no? Ahora mismo, eso me ocurre a mí. Pues no estoy seguro que todo sea verdad, o que solo sea una pequeña parte. ¿Me pregunto, si quizás sea todo producto de mis sueños? El caso es que solo ella podría responder con certeza esa duda. A mí, para hacerme feliz, me bastaría que recordara que formé parte de su juventud, aunque fuera por menor tiempo del que fue. El problema es que, para obtener una respuesta de ella, primero habría que encontrarla, luego, que quiera contestar. Y, es que mi me pasa como a Serrat. Pues, cada día, me pregunto “Ella qui sap on és, Ella qui sap on para, La vaig perdre, i…………”.