El cine en los 60
Una película debe transmitir al espectador. Debe hacerte sentir sensaciones y emociones como si a ti te pasara, lo que les pasa a los protagonistas. Una de las películas que mayores sensaciones y emociones me transmite, cada vez que la veo, es “Cinema Paradiso”. Es una de la películas más entrañables y hermosas de la historia del cine. Esa película italiana de 1988, que cuenta como protagonista un magnífico Phiippe Noiret, en el papel de Alfredo, y un encantador Salvatore Cascio, en el papel del niño “Toto”. Creo que es una de las películas que mejor consigue homenajear al fenómeno que el cine representó para los que, nacimos y crecimos, cuando no había televisión en casa. Hasta los años 60, que se generalizó la presencia de la televisión en las casas, el mundo de los niños quedaba limitado a lo que ocurría en la escuela, en el barrio y la familia, que siempre era lo mismo. En esos tiempos, ver y conocer historias desconocidas proyectadas en una pantalla grande, de grandes salas a oscuras, era algo mágico para los adolescentes de mi generación. Por eso, el cine marcó significativamente nuestra infancia. Ver las grandes películas de Hollywood, y, sobre todo, las de Joselito y Marisol, era todo un acontecimiento social para el pueblo.
La película Cinema Paradiso, es la que mejor nos acerca a las salas de cine de nuestra infancia, a los de mi generación. Aquellas salas, no tienen nada que ver con las actuales modernas e inmensas salas, la mayoría de ellas ubicadas en centros comerciales donde se programan grandes superproducciones ‘made in USA’. La película nos muestra una sala vieja con sillas de madera, alguna que otra rota, donde casi todos los presentes se conocen, y los cortes de la cinta por la censura son frecuentes, tal como ocurría en las salas donde nosotros vimos las primeras películas. ¿Quién no recuerda aquellos “gallineros” de madera, los gritos y abucheos, individuales o a coro, cuando ocurría alguna cosa que no gustaba a los espectadores? Sobre todo, cuando se retrasaba el inicio de la cesión, los gritos a coro de “ya es la hora”, hacían retronar todo el edificio. Sobre todo, los gritos de exaltación y aplausos, eran atronadores, cuando se vieron los primeros besos en la pantalla. Como olvidar los cines de verano “a la fresca”.
Quienes hayan visto la película, recordaran que Toto, siguiendo el consejo de Alfredo abandona el pueblo, y, que le hizo prometer que no volvería más. Toto, 30 años después, se ha convertido en un famoso director de cine italiano, al enterarse de la muerte del Alfredo, no puede resistirse ir a su entierro, aun faltando a su promesa de no regresar al pueblo, decide acudir. Él rememora toda su adolescencia, durante el viaje de regreso. En esa vuelta a su adolescencia, pasan por su memoria todas aquellas personas, de su infancia, que para él fueron importantes.
Los últimos 45 años, apenas he pasado por mi pueblo. Casi se puede decir desde la juventud. Tuve que viajar más veces de las deseadas, al pueblo a despedir algún familiar o amigo, durante esos años. Dicho, de otro modo, despedirme para siempre de alguna persona importante para mí, en mí juventud. En esos casos, me siento ausente y distante del resto de viajeros y me mantengo callado, durante todo el viaje, A mí, en esos momentos, me suele venir a la memoria Cinema Paradiso. Recordar esa película, me lleva a repasar los momentos más importantes de mi relación, con la persona fallecida.
Mientras a las personas de mi generación, el cine en los 60, tenía el don de darnos a conocer la vida real que se vivía lejos de nuestros barrios, y el mundo que se desarrollaba fuera de la España del nacionalcatolicismo de la posguerra; Cinema Paradiso, tiene el don de retrotraernos al mundo de nuestra adolescencia. Creo que los de mi generación, podemos decir que en los 60 el cine nos sumergía en un viaje hacia el futuro, mientras Cinema Paradiso nos hace viajar de regreso a nuestra infancia. De manera, que el cine en los 60, a los niños, nos transportaba al mundo de los mayores, y, ahora, Cinema Paradiso a los mayores no transporta al mundo de nuestra niñez.