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Por José Luis Ramos
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II.- Los choques culturales de la inmigración. (667)

  • (Recibimiento y la instancia en los Barracones)

En Valencia, a los 9 de Castellón, se unieron 8 valencianos. Una representación de la fábrica nos dio la bienvenida. Nos dieron una Coca Cola, una bandejita de cartón con una salchicha Frankfurt con mostaza. De las salchichas alemanas, es la más gorda y fina. Se sirve después de calentarla al vapor. El caso es que, al ver por primera vez aquella salchicha gorda, bien fina y brillante, de las dimensiones de un pene en erección, todos nos mirábamos de reojo, pero nadie la tocaba. Entonces, los alemanes, nos explicaron que se cogía con la mano, se untaba con mostaza y se comía. Eso de cogerla con la mano y ponértela a la boca, nos resultó muy extraño y poco apetecible, a quienes veíamos esa salchicha por primera vez. Los alemanes presentes, soltaban sonrisitas con la boca cerrada. Hasta que mi amigo, otro señor y yo dijimos, ¡pues si esto se come, nos lo comemos! El resto nos miraron asombrados. Luego otros pocos también se la comieron. La mitad de las salchichas se quedaron sin tocar.

A todos nos habían dicho que viviríamos en pisos. Al llegar nos informaron que no estaban terminados. Así que nos alojaríamos en los Barracones, que había en Alemania para los inmigrantes, hasta que los pisos estuvieran disponibles. Así fue. Los Barracones eran de madera. Tenían un pasillo que conectaba todas las habitaciones, y una especie de comedor cocina, mas baño y aseos comunes.  En ellos residían personas de cultura árabe, sirios, libaneses y egipcios y otras nacionalidades. También unos 9 andaluces que habían llegados unos días antes. Las habitaciones tendrían unos 16 metros cuadrados, con 4 literas y 4 pequeños armarios. Entrabas y encontrabas, dos literas a cada lado, una encina de otra, y los dos armarios, enfrente una ventana. En cada una convivían 4 personas. Como por el viaje nos habíamos conocido, enseguida se formaron los grupos. Mi amigo, su cuñado, otro señor de Castellón y yo, juntos.

Después de estar instalados nos encontramos a un compañero de Almazora, llorando desesperadamente, que se quería volver a casa, pero no sabía cómo. El motivo es que no tenía plaza en una habitación con españoles. Solo le ofrecían una plaza en una habitación con árabes. Decía que le daba miedo. Era el típico recién casado, con un hijo que había emigrado para poder comprase un piso. Sentí pena verle tan desesperado y que tuviera que regresar. Pensé que ello lo viviría como un fracaso, ante su familia. Así que le propuse cambiarle la plaza. Aceptó y nos cambiamos.

Me instalé con un señor libanes, otro sirio, y un egipcio, como compañeros. Con ellos, conviví unas 4 semanas, que tardamos en trasladarnos a unos pisos nuevos. Durante esa convivencia no tuve ningún problema, salvo una cosa que confieso que no me resultaba agradable. Los fines de semana, ellos recibían muchas visitas de otros emigrantes de sus países. La mayoría de esas visitas, se saludaban besándose en la boca. Así que, si al llegar alguna de esas visitas, me confundían con uno más de ellos, si yo no estaba pendiente, cuando me daba cuenta, ya me habían besado. Por eso, cuando llegaba una de esas visitas, yo estaba pendiente para que se dieran cuenta que no me tenían que dar el morro con bigote. Yo sé que era un acto cariñoso, y que es una cuestión cultural. No es que yo no aprecie el cariño, pero a esa edad, yo no necesitaba tanto cariño, de personas que no conocía. Por cierto, el egipcio de mi habitación, desde el primer día trató, de ayudarme en todo lo que necesitaba, entre otras cosas, me dio clases de alemán.

Tras instalarse, el que sabía escribir, escribía a la familia, algunos pedían ayuda. Era raro, quien conseguía tener respuesta antes de un mes. Así que la desconexión de los inmigrantes con su familia, en aquellas fechas, era angustiosa para muchos. Sobre todo, para los recién casados con hijos pequeños, que eran la mayoría. El medio de comunicación más rápido, era el telegrama, que no resultaba barato, dado que su coste era según el número de palabras. Para la comunicación telefónica, que solía ser por medio de algún vecino del barrio que tuviera teléfono, había que pedir conferencia. Como tenías que esperar varias horas, hasta que te dieran línea, lo normal era que te la dieran para una hora determinada del día siguiente.

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