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Por Jordi Bort
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EL CARDENAL TARANCÓN: en el 30 aniversario de su fallecimiento

    El 28 de noviembre de 2024 se cumplen 30 años de la muerte del cardenal Tarancón, y más de 40 desde que abandonó su ejercicio con responsabilidades eclesiásticas públicas. Una figura de la Iglesia, que presidió durante una década la Conferencia Episcopal Española (1971-1981), desempeñando un papel relevante en los años de la Transición a la democracia, apostando por la reconciliación de un pueblo históricamente dividido y enfrentado.

    Este empeño se convirtió para muchos en piedra de escándalo, lo que le acarreó al cardenal muchos sinsabores, y ataques desagradables de un sector intransigente. El diálogo que el promovió tiene un completísimo historial. Don Vicente marcó un estilo y unas pautas de independencia y de libertad en la Iglesia, trazando un modo de abordar los problemas, que algunos lo denominaron “taranconismo”, pero que no tenía más secreto que la aplicación del Concilio, promoviendo el diálogo y el encuentro mutuo, para limpiar el rostro de una Iglesia que había vivido con muchas adherencias políticas, para conseguir una libertad evangelizadora, sin los lastres del pasado. Alentó a la Iglesia en España a ser conciencia crítica de la sociedad y a convertirse en instrumento de reconciliación.

    La Transición es una época muy marcada por la influencia social, política y cultural. La Iglesia es un pilar fundamental e ineludible de evitar, ya que de lo contrario es desconocer la estructura social de España, los movimientos políticos y asociativos, el conflicto ideológico, así como el consenso sobre la necesidad de encontrar el pluralismo político. Sobre el papel que jugó la Iglesia en la Transición, parece insuficientemente abordado o no adecuadamente enfocado, no bien explicado o mal entendido. Existe un cierto olvido respecto a la contribución de la Iglesia en esta época, siendo una injusticia contra el pasado reciente de la institución eclesial.

    La Iglesia se desenganchó del franquismo antes de que llegara la Transición. Diez años antes que se produjera, el catolicismo español ya se había puesto en marcha a hacerlo, siendo positivo para la Iglesia y el conjunto de los españoles, para encajar mejor el cambio que se avecinó. Esta separación fue consecuencia, principalmente, del Concilio Vaticano II, y concretamente, a partir de 1965. Dos hechos fundamentales reforzaron esta posición. La Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes de 1971 y el documento Iglesia y Comunidad política en 1973. Pero la Iglesia no tenía que pacificar solo corazones en la sociedad, sino en su propio seno interno. No se puede obviar una cuestión existente a tener en cuenta. La relación entre D. Vicente Enrique Tarancón y D. Marcelo González Martín, ambos personajes de una abundante riqueza de pensamiento, hombres de Iglesia y de gobierno con distintas maneras de dirigir el rumbo de ese momento histórico. Ambos son el origen de las dos constelaciones episcopales que siguen presentes en la actualidad. El cardenal Tarancón, hombre de confianza del Papa Pablo VI en España, bien situado por su destinación en la Archidiócesis de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, y el cardenal González Martín, por ser Primado de España y Arzobispo de Toledo, cuando el título tenía todavía una relevancia moral muy importante, peso histórico determinado, y estar Toledo cerca de Madrid, y por tanto del centro de operaciones y relaciones de gestión. Conocer estas dos personalidades ayuda a profundizar el análisis para tener una perspectiva más completa de los acontecimientos de aquellos años. Fueron años especialmente interesantes, a la vez que complejos, por la pasión y la efervescencia que se vivió en la difícil aceptación del Concilio, la lenta aparición de la democracia, los inevitables cambios de mentalidad social, cultural y religiosa, con consecuencias no siempre satisfactorias y las conflictivas relaciones con la esfera curial romana, que pueden influir tanto positiva como negativamente en la marcha de la Iglesia. Cada vez más la sociedad se fue desinhibiendo de sus comportamientos, era menos homogénea, más plural y menos influida por costumbres y tradiciones. Se buscaron formatos para presentar los valores que ofrece el cristianismo, siempre con el principio de que no era posible imponer, sino proponer a la gente, si quería comprometerse con ideales y creencias. Un arduo trabajo que implicaba interacción, participación y corresponsabilidad.
    Pablo VI conocía bien las dificultades y problemas de la Iglesia española, tanto por los nuncios y cardenales, Antonio Riberi y Luigi Dadaglio, como por el secretario de la nunciatura, el cardenal Giovanni Benelli, todos de la confianza del papa. Juan Pablo II, que no conocía nada de la Iglesia española, fue aconsejado por los cardenales Eduardo Martínez Somalo, Ángel Suquía Goicoechea y Antonio María Rouco Varela. Pero está comprobado que el Espíritu Santo, afortunadamente, no se muestra condicionado por el talante de los obispos.

    En la década de los años 70 y 80, descubrimos a una generación de obispos, con una extraordinaria altura de miras, que deberíamos venerar por su aportación al bien común, con una acreditada formación intelectual y saber dialogar atendiendo las diferentes sensibilidades, no sin conflictos ni colisiones. La Iglesia no fue ajena a esta realidad y tuvo que afrontar retos comunes y espacios de libertad, donde se entrelazó la sociopolítica eclesial con lo doctrinal, siendo los mismos textos conciliares interpretados de maneras distintas.

    La muerte del cardenal Tarancón fue recibida por parte de todas las instancias religiosas y sociales con una expresión unánime de reconocimiento hacia su figura, destacando la dedicación que hizo de su vida al servicio de la Iglesia y del País, siendo recordado como una de los personajes eclesiásticos más destacados del siglo XX. Con una fina perspicacia para escrutar e interpretar los signos de los tiempos, sostenida e iluminada por un hondo sentido de fe, asumió valientemente la ardua y delicada tarea de aplicar las orientaciones del Concilio. Con una sensibilidad pastoral humanísima, marcada por el optimismo de la esperanza y el amor cristiano, abrió nuevos cauces para las relaciones seculares de la Iglesia y de la sociedad española. Fue un sacerdote y obispo que amó apasionadamente a la Iglesia, a España, a su pueblo y a su tierra, a quienes no dejó nunca de servir con caridad pastoral, de quien se sabía humilde instrumento del Buen Pastor.

    Toda la sociedad hemos contraído una deuda histórica de gratitud con el cardenal Tarancón, incluso con los obispos, sacerdotes y religiosos que de buena voluntad impulsaron la renovación, el cambio, el diálogo, la reconciliación y la paz. Un pasado reciente de nuestra historia colectiva bastante desconocido.

    La actuación del cardenal Tarancón en este período, fue de decisiva importancia para que la Transición política se hiciera de forma pacífica, y en este caso, la Iglesia contribuyó y apostó por ello. Las tensiones internas de la Iglesia tuvieron múltiples conexiones con las tensiones de la vida política, y la acción de Don Vicente se orientó en promover la concordia, el diálogo, la reconciliación, el respeto a los derechos humanos juntamente con la independencia y la autenticidad de la misión evangelizadora de la Iglesia.

    La Iglesia, con sentido de Estado, actuó marcada por la línea trazada en el Concilio Vaticano II, el beneplácito del Papa Pablo VI, el cardenal Jean- Marie Villot Secretario de Estado, y el cardenal Tarancón al frente de la Conferencia Episcopal Española y cardenal-arzobispo de Madrid. Sin esta entregada colaboración de servicio a la Iglesia y a la patria, la Transición hubiera sido diferente. En aquella época la Iglesia tenía una influencia social destacada, hoy en día cada vez más menguante, pero su poder ha ido más allá del poder institucional teniendo en cuenta, incluso, las fuerzas de poder dentro de la propia Iglesia.

    Don Vicente fue, sin duda, el representante del sector más abierto a la renovación eclesial, y no le faltaron disgustos, sin sabores y tensiones. Luchó incansablemente por la independencia de la Iglesia del poder político. Se empleó a fondo por la reconciliación de los españoles, la superación de las heridas provocadas por la Guerra Civil, y por la construcción de una sociedad basada en el respeto mutuo y la convivencia pacífica y dialogante. Se opuso a la creación de un partido político confesional esforzándose por extender la renovación y la apertura a la Iglesia española. Su pontificado estuvo marcado por un ambiente sociopolítico y eclesial conflictivo de difícil solución a la que tuvo que hacer frente en situaciones muy comprometidas. La vida de la Iglesia durante los diez años que él la dirigió estuvo agitada por fuertes divisiones internas en la acción pastoral y en la misma doctrina de la fe, sumándose la disminución de vocaciones y la crisis de los valores morales, pero siempre quedará en la memoria colectiva su empeño en ofrecer y proponer opciones que fomentaran el pluralismo social, político y eclesial.

    No todos los obispos y sacerdotes interpretaban las directrices y los documentos del Concilio de la misma manera, ni tenían la visión de cómo enfocar, dirigir y gestionar aquel momento histórico. Pero también hay que destacar que la Iglesia engrasó la maquinaria y desarrolló una profunda y positiva renovación en la catequesis, en la pastoral litúrgica, en las estructuras pastorales, en la organización de las diócesis, en la clarificación de la misión evangélica de la Iglesia en la sociedad civil y una nueva concepción de los laicos, valorando su dedicación, ayudando a su formación, reforzando su compromiso y cambiando el concepto de obligación por proposición en favor del bien común, sin castigar, sino basándose en curar.

    Sencillo, abierto, cordial, trabajador, escritor incansable, de carácter desenfadado y campechano, con gran sentido del equilibrio, preocupado por la pastoral y con profunda inquietud eclesial, fue el fiel ejecutor de las orientaciones pastorales que el papa Pablo VI impartió para conseguir la evolución de la Iglesia en España a través de una profunda renovación de la mentalidad del episcopado, del clero y de los católicos hacia la aceptación de las nuevas realidades sociopolíticas de la nación.
    Murió en Valencia el 28 de noviembre de 1994, pero su legado continúa vivo, porque un talante como el suyo jamás debe ser enterrado.

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