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Por María José Navarro
Picos Pardos - RSS

Pero, ¿ha existido alguna vez el COVID?

    Me encuentro mal: dolor de cabeza, algo de fiebre, estómago revuelto, malestar general… Sospecho que esto no es un resfriado común. Pido a alguien que me traiga un test de antígenos de la farmacia más cercana.

    Tras la introducción del palito en las fosas nasales, con el consiguiente lagrimeo y la espera oportuna, mi test da positivo en covid.

    El siguiente paso es llamar al centro de salud. Llamo una vez sin éxito… vuelvo a intentarlo, pero tampoco hay suerte… por enésima vez le doy a la rellamada y, casi como un milagro, una voz al otro lado me contesta con un tono entre aburrido y hastiado: “centro de salud, ¿en qué puedo ayudarle?” 

    Veo la luz al final del camino, me alegro como si me hubiera tocado la lotería, y con las pocas fuerzas que me quedan, después de haber vomitado varias veces mientras esperaba la conexión, le explico a la persona que me atiende, que necesito hablar con mi médica, que estoy muy mal y he dado positivo en el test que me acabo de hacer… Puto bicho, putísimo virus, pienso mientras hablo…

    La voz, que no se ha inmutado mientras le cuento mis penurias, me dice que le pasará la petición a mi médica, quien, a lo largo de la jornada, me llamará… que no me puede decir cuando, pero que ni se me ocurra acercarme por el centro de salud.

    Necesito meterme en la cama, ya que es el único sitio en el que mis ojos no me arden, (bueno, la sensación es más de que se quisieran salir de las órbitas) pero antes me da la lucidez para enviar un mensaje al trabajo diciendo que no acudiré hoy, coger el teléfono para tenerlo cerca y una palangana, por si acaso no puedo llegar al lavabo. Y dejo pasar las horas en un duermevela inquieto, entre escalofríos, sudores, angustias y dolores.

    Por fin, al cabo de muchas horas que me han parecido eternas, suena el teléfono y al otro lado está mi doctora, que, después de explicarle todo lo que me ocurre, me dice que no me puede hacer la baja por covid ¿…? No entiendo nada, ¿será que el bicho me ha afectado al sistema neuronal? ¿La fiebre me ha licuado el cerebro? Le digo a la médica que me atiende que necesito justificar en el trabajo mi ausencia de hoy, pero también de varios días, tal como me siento… Finalmente, después de un rifirrafe que me resulta bastante surrealista, me concede la venia de hacerme un parte de dos días (hasta el viernes) porque el fin de semana podré descansar y el lunes me dice que ya podré asistir al trabajo… Y así, sin más, queda zanjada la “visita médica” y, aquello de una semana de aislamiento para evitar contactos y contagios y de volverse a hacer alguna prueba antes de retomar la vida normal, queda reducido a la mínima expresión…

    Y yo, en mi delirio febril, me quedo dudando de si eso de la pandemia sufrida durante dos años, solo ha sido fruto de mi mente calenturienta… ¿Habrá existido de verdad? ¿Los miles y miles de personas fallecidas solo han sido una pesadilla colectiva? ¿Lo de las vacunas, las mascarillas y las restricciones han resultado ser solo un mal sueño?

    Y, entre vómitos, dolores y febrícula llego al lunes, sin poder ir a trabajar y pensando si vuelvo a llamar al centro de salud, o si me quedo acurrucada entre las sábanas y mis desvaríos, cuestionándome si el covid, la guerra de Ucrania, los excesos de nuestro rey emérito, la inflación, la crisis medioambiental, el cambio climático y todos los males que nos aquejan, están solo en mi cabeza perturbada.

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