Mascarillas: solidaridad frente a negocio sucio
Durante las primeras semanas de la pandemia, la solidaridad vecinal se abrió paso ante las restricciones y muchas mujeres (entre las que se encontraba mi hermana mayor), se pusieron en marcha para hacer frente a las necesidades que surgían, ya que a todos los gobiernos les pilló con el pie cambiado y era imposible encontrar los equipos de protección necesarios para suministrar a las personas que debían estar en primera línea en sus diferentes trabajos: personal sanitario, del ejército, policía, trabajadoras y trabajadores de supermercados, limpieza y cuidados… en definitiva, todas aquellas que día tras día tenían que enfrentarse a un virus desconocido a cara descubierta, y que se convirtieron en las heroínas de la historia.
Aquellas mujeres se pasaron horas y horas sentadas frente a sus máquinas de coser, haciendo mascarillas cada vez más perfeccionadas para mejorar su función y diversificando su producción con gorros quirúrgicos, elaborados con sábanas y telas rescatadas de los más diversos lugares; también surgieron otros grupos de personas que disponían de impresoras en tres D en sus casas y negocios, que se sumaron a la ola solidaria e hicieron miles de pantallas que también hacían llegar a hospitales, ONGs, centros de salud, buscando los materiales necesarios para todo ello y tejiendo una verdadera red solidaria… Todas estas personas anónimas a las que no les importó perder horas de sueño, ni gastar sus propios materiales o invertir su dinero en comprar lo necesario para la protección de tanta gente, fueron piezas clave para que nuestra sociedad, en aquel momento tan delicado, no acabara de colapsar.
Poco a poco se fueron conociendo más datos sobre la transmisión del virus, sobre las diferentes mascarillas que ya se podían encontrar en el mercado y nos fuimos convirtiendo en expertos y expertas virólogas y en maestras y maestros en equipos de protección, y así pasamos de aquellas mascarillas de tela a las mascarillas quirúrgicas, N95, FFP1, FFP2, FFP3… y a manejar un sinfín de información/desinformación, que nos tuvo entretenidas y en vilo durante muchos meses.
Pero, como ya estamos acostumbradas en nuestro país, mientras un buen puñado de personas crearon esta red de solidaridad, otras, mucho más “selectas”, se dedicaron a crear una trama (otra más) con la que lucrarse de la necesidad ajena, buscando proveedores de mascarillas (de ínfima calidad) en tierras lejanas, que luego vendían a “incautos” gobernantes a precios exorbitados.
Ni siquiera voy a entrar en si el negocio pueda ser, o no, legal… Cómo dice la señora Ayuso (sin ningún rubor): ella no ha cometido ninguna ilegalidad… o como dice el señor Almeida (también sin sonrojo): la culpa, si acaso, será de la oposición que no denunció en su momento aquello que se estaba urdiendo en su consistorio… Como digo, ni voy a entrar en las ilegalidades pero, desde luego, sí que mencionaré las inmoralidades, las indecencias, las deshonestidades, lo obsceno, corrupto y perverso de todo esto, y no solo de quienes se embolsaron los dineros de toda la ciudadanía (y que tienen a buen recaudo en paraísos fiscales), sino de quienes estando en puestos de poder, consintieron que esto se produjera.