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Por José Vilaseca
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El precio de la inutilidad

    Una de las mayores ventajas de ese instrumento clave de nuestra modernidad llamado “Internet” es, probablemente, la inmediatez: Aún sin buscarlo, uno recibe una ingente cantidad de información de forma automática, bien a través de su correo electrónico, de los buscadores especializados o de las redes sociales.

    Estas últimas se pusieron “on fire” (que es la forma moderna de decir aquello de “paso, que voy ardiendo”, como el impagable sketch de la acería gay de “Los Simpson”), hace cosa de dos semanas, porque se filtró (y bien me gustaría saber quién fue el “garganta profunda” que lo hizo…), el sueldo, dentro de la casita con cámaras de “Gran Hermano VIP”, de Belén Esteban y Francisco Rivera.

    Si usted ha pasado los últimos 20 años en coma (que, en este caso, casi sería una bendición), o vive en ese paraíso en la Tierra llamado Corea del Norte (nótese la nada sutil ironía), y desconoce quiénes son estos respetables ciudadanos, les resumiré que la primera se hizo famosa por un sonado divorcio con el torero Jesulín de Ubrique, incluyendo una hija a la que no le gustaba el pollo, mientras que el segundo se crió muy cerca de los escenarios, saliendo a cantar con su madre, Isabel Pantoja (viuda de otro torero, Francisco Rivera “Paquirri”), y quizá traumatizado por tan temprana experiencia, decidió vengarse destrozando “samples” y composiciones de otros como pinchadiscos.

    Quizá por esta imagen casi cómica de estos dos habituales de los platós televisivos, muchos se preguntan qué tienen de especial para cobrar varias decenas de miles de euros a la semana, mientras millones no tiene siquiera para comer y otros, con carreras más “respetables”, se embolsan una mínima parte por trabajos más arriesgados o de mayor empaque social.

    Los grandes medios de comunicación, que pueden programar idioteces pero que, en sí mismos, no son idiotas en absoluto, tienden a equivocarse poco con sus mercenarios: Si pagan barbaridades a la princesa del pueblo o al joven disc-jockey, es porque tienen la seguridad de poder recuperar su inversión con creces. Porque sus caras venden, porque sus miserias son vistas por millones de espectadores y cualquier publicidad relacionada con ellos acaba convirtiéndose en éxito viral.

    Entre ustedes y yo, no nos engañemos, aunque todo el mundo asegura que ve los reportajes de “La 2” cuando llega la hora de la siesta, ese 30% de “share” de Gran Hermano VIP (cuatro millones de personas cara a la caja tonta, que se dice pronto), no es un invento de un programador chiflado, sino simples datos objetivos.

    Y, por mucho que aseguremos que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, difícilmente seríamos capaces de soportar, a fecha de hoy, programas de gran contundencia cultural como “La Clave” o “Estudio Uno”, ni siquiera incluso algunos de los viejos programas infantiles como “Barrio Sésamo” o “La cometa blanca”, por mucho que nos enfurruñemos cuando se invade el sacrosanto “horario infantil”… que hace años dejó de tener programación realmente infantil.

    Así que, cuando algún chavalote le diga que de mayor quiere patear una pelota de fútbol luciendo un peinado ridículo y un tatuaje oriental que diga “pollo con almendras”, o que una mocita le asegure que la ilusión de su vida sentarse en un trono para que una pléyade de vigoréxicos le griten lo puta (con perdón) que es, o bien que cualquiera de ambos considere que su mayor aspiración política es a acabar de concejala en los Yébenes (y que, como a Stella Reynolds, un señor le acabe chupando un pezón en público), pregúntese por qué en el momento adecuado colocó al futuro cabroncete frente a Paquirrines y poligoneras en lugar de frente a Pocoyó o la Rana Gustavo. O, mejor aún, por qué no apagó la tele y le dio un libro.

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