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Por José Vilaseca
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Diógenes virtual

    Hace poco más o menos un año me presentaba ante ustedes y me atrevía a compartir vivencias, reflexiones y curiosidades; lo hago en la radio, en mis novelas y, por qué no, también en prensa virtual. En cada artículo hay un pedacito de mí y, aprovechando que mi buen amigo Paco Varea mantiene esa generosa apostilla de “escritor” detrás de mi nombre, hoy celebraremos este aniversario de darles la brasa con una anécdota muy personal en mi afición de “juntaletras”.

    Porque, amigas y amigos, he perdido un buen pedazo de mi última novela. Miren qué cosas. Tres capítulos, nada menos, escritos entre septiembre y octubre, y que mágicamente han desaparecido de mi ordenador familiar, de mi portátil, de mi disco duro externo, de mi disco duro virtual y de mis cuatro, repito, cuatro memorias USB. Que se dice pronto.

    Recuerdo esa escena de la entrañable “Love Actually” donde un patoso Colin Firth, escribiendo a la orilla de un lago, perdía buena parte de su manuscrito debido a un golpe de viento y su asistente portuguesa, de la cual acababa perdidamente enamorado, se quejaba con amargura mientras chapoteaba en el cieno, tratando de recuperar los folios perdidos, sobre qué clase de idiota no hacía copias de su trabajo. Pues ya lo saben, yo soy de esa clase de idiotas.

    Siendo optimista, puedo pensar que este desastre tiene fácil solución (volver a escribirlo con otra perspectiva, o dejarlo en barbecho y retomar otro proyecto más atractivo), y, además, me ha permitido descubrir una nueva forma de síndrome de Diógenes, en este caso, virtual. Porque no se pueden hacer ustedes a la idea de la cantidad de “cacharros”, en forma de archivos, que acabamos acumulando aquellos que abrazamos la moderna tecnología y descubrimos Internet a mediados de los noventa.

    Quizá la diferencia entre nuestros ordenados computadores y los armarios de chamarilero clásicos, estriba en que las carpetas digitales no generan polvo ni espacio… pero su desorden habitual y nuestra manía de no borrar nada “por si acaso” (lo que en la vida real es “no tires eso, que igual luego lo necesitas y no lo encuentras”), hermanan caos digital con desastre mundano.

    Y, al final, la consecuencia de todo este cacao, es que eres capaz de tener quince veces repetido un documento con la letra del “Aserejé”, acumular tres versiones distintas del gol de Iniesta en la final de Sudáfrica y almacenar sin quererlo una colección completas de señoras en cueros (que, a estas alturas, deben ser abuelas por lo menos…), pero tienes que dar por perdido algo importante porque, quizá, cuando llegó el momento de sobreescribir el archivo (lo que en la vida real significa “apretar bien fuerte el cubo de la basura para que haya espacio”), le diste al “no” en lugar de al “sí”, y ahora lloras por los rincones, como la Zarzamora.

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