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Por Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón
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La Virgen del Pilar

    En unos días celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar, una fiesta muy entrañable y enraizada en la religiosidad de nuestro pueblo. La Virgen del Pilar nos remonta a los primeros momentos de la evangelización de nuestra tierra. Según una antigua y venerable tradición, la Virgen María vino en carne mortal a Zaragoza y se  apareció al apóstol Santiago el Mayor a orillas del Ebro sobre un pilar para reconfortarle y fortalecerle en su cansancio y desaliento por la resistencia de quienes escuchaban la predicación del Evangelio. 

    El Pilar, la columna sobre la que se aparece y aparece representada la Virgen, es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra; es el signo de la presencia y de la acción de Dios en la historia y de lo que el hombre es capaz cuando da cabida a Dios en su vida. El Pilar es el soporte de lo sagrado, de la vida, del mundo y de la creación; es el lugar donde la tierra se une con el cielo, el eje a cuyo alrededor ha de girar la vida cotidiana, si quiere ser verdaderamente humana. En María, elegida por Dios para venir a nuestro mundo, la tierra y el cielo, Dios y el hombre, se han unido para siempre en su Hijo, Jesucristo: Él es el verdadero Pilar. En Cristo se desvela la verdad del ser humano, del mundo y de la historia: su origen, su fundamento y su destino no son otros sino Dios mismo.

    En el Antiguo Testamento, el Arca de la Alianza era el lugar por excelencia de la presencia de Dios en medio del pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto (1 Cro 15,3-4.16; 16,1-2). María es el Arca de la Nueva Alianza por haber llevado en su seno al Hijo de Dios, la nueva y definitiva Alianza de Dios con la humanidad; ella es signo de la presencia de Dios en nuestro mundo y en medio del pueblo cristiano. La Virgen nos sostiene día y noche en nuestro peregrinaje terrenal.

    María es dichosa por haber sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios en la carne, por haberlo llevado en su vientre. Pero es, sobre todo, dichosa por haber creído a Dios y en Dios, por haber creído en su Palabra y por haberla acogido y hecho vida propia. María se convierte así en guía de la Iglesia. La Virgen nos alienta a los cristianos a creer y perseverar en la fe y en la vida cristiana. Como a Santiago, la Virgen del Pilar nos reconforta en la fe y el seguimiento de su Hijo y nos alienta en la siempre difícil tarea de anunciar del Evangelio.

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