Traspasar las líneas rojas
En los últimos tiempos he oído varias veces la expresión «los trapos sucios se lavan en casa» y pregunto: ¿Trapos sucios, con dinero público? ¿En casa? El panorama no tiene desperdicio cuando, en el tiempo, convergen una infanta imputada, un alto tribunal con las cuentas poco claras, sindicatos investigados por la Guardia Civil, empresarios en extraños matrimonios, de dobles favores, con políticos de diferentes estamentos, instituciones quebradas, agujeros millonarios en cajas y fundaciones, financiaciones irregulares a partidos políticos, jueces contra jueces...
Es para preocuparnos y mucho porque nuestra sociedad esta enferma y lo está por nuestro abandono. Hemos pensado que son «otros», los que tienen que preocuparse del «control social», pues casi todo queremos dejárselo a «papá Estado». En general, las personas practican un divorcio permanente entre lo que saben que deberían hacer y lo que hacen, llegamos incluso al absurdo de preferir verlo todo quebrándose y desmoronándose a nuestro alrededor y seguir pensando que mientras se ocupe otro, seguiremos siendo felices y que, en el último minuto, vendrá «papá Estado» y nos solucionará los problemas. Todo esto es obviamente falso, porque «papá Estado» no solucionaba los problemas con «su dinero», sino con el nuestro; mejor dicho, con nuestra deuda, con la que nos han dejado en herencia para seguir pagando durante décadas y condenar así las posibilidades de nuestros hijos.
Siempre he pensado que, en la sociedad, los empresarios tienen un plus de responsabilidad, pues su incidencia en la economía, y en todos los aspectos de la arquitectura social, es tan amplia e importante, que no se puede mirar hacia otra parte. Por eso cuando veo cómo quiebran nuestras instituciones, con demasiados puntos de conexión, con la misma gestión, la misma injerencia política y misma tolerancia a lo absurdo, tengo claro que de estos lodos vendrán otros fangos y veremos cual será el precio que deberá pagar nuestra provincia. Se ha permitido que desaparecieran las instituciones financieras capitaneadas por gestores que ahora rasgan las vestiduras de cualquiera pero que, en su momento, el único clamor que se oía sobre su gestión, eran los aplausos de aquellos que pensaban que tocaba aplaudir y nunca cuestionar, pues ya vemos el resultado. El resumen está bien claro: la desidia con la que hemos cuidado nuestras instituciones nos entrega el resultado en el que habíamos invertido. La discreta recuperación económica que vivimos y que no puede ni podrá devolvernos al «paraíso» perdido, no puede servirnos de espejismo, porque las cifras de pérdidas y deudas son tan aplastantes que se impone la necesidad de dar un golpe de timón y cambiar el rumbo por completo, cambiando a esos «timoneles» que pretenden mantener este tortuoso viaje que no nos lleva a otra parte que no sea el desastre.
Por todo ello, cuando oigo la expresión relativa a «los trapos sucios» y con dinero público, me doy cuenta que, mientras esos comentarios no provoquen el rechazo generalizado, y la automática respuesta de limpiar cualquier residuo que pueda empañar la credibilidad de agentes sociales o políticos, no podremos verdaderamente superar esta crisis social, que mantiene por debajo de la línea de flotación la confianza de ciudadanos y por tanto ahoga la recuperación económica. Comencemos por «limpiar» lo que tenemos a nuestro alrededor. Por aplicar transparencia a las organizaciones que nos rodean y a las que pertenecemos. Por intentar transmitir voluntad de trabajar y de ir hacia adelante. Pero, es difícil cuando, diciendo y denunciando a voz en grito lo que nos rodea que, encima, traten y señalen al que pide limpieza, como a un simple detractor.
¿Es preferible dejar morir todo el esfuerzo de décadas anteriores en una larga agonía para beneficio y lucro de unos pocos? Si uno quiere conseguir que las cosas avancen, da igual el cargo ó el lugar, debe insistir aunque para ello deba traspasar la línea, pero la otra, la de decir en voz alta lo que no se está haciendo bien, de decir lo que «cruza» la línea de la irregularidad, del mal funcionamiento e, incluso, de la legalidad. En momentos en los que se han popularizado las «líneas rojas», es necesario valorar si queremos que las de los demás estén en un nivel y las nuestras en otro más cómodo para nosotros, eso es traicionarnos a nosotros mismos. Como cada uno debe contribuir al ejercicio de la limpieza o en su caso del reproche a la suciedad, no quiero ocultar el bochorno personal que he sufrido con el triste nombramiento, en mi opinión, del máximo dirigente de CEPYME nacional bajo los reproches de enormes gastos de representación y de retribuciones escandalosas reconocidas, cuando la estructura CEOE tiene sueldos de empleados pendientes de pago, por buena parte de su geografía y en Alicante, particularmente, no se soporta que nadie pueda percibir estas cantidades que en su parte más importante suelen proceder de asignaciones públicas. Debo decir públicamente, que mi voto fue contrario a ese nombramiento, hasta donde buenamente pude, pero allí donde gobierna la «democracia de talonario», y la representación real, no cuenta para nada, los resultados son siempre contrarios a lo que en mi juicio debe ser el sentido común.
¿Dónde están entonces las «líneas rojas»?, ese es nuestro gran problema, las vamos variando según nos interesa, queremos unas para los demás y otras para nosotros, y además, quedarnos con el regulador que volverá a situar ambas, donde nos convenga en cada momento, esto indudablemente es hacer trampas y cuando le hacemos trampas a los mercados, a la economía, a la deuda y a la sociedad en general, ya vemos el resultado del juego. Es imprescindible el desalojo de «las castas», porque no todos los políticos, ni todos los empresarios son iguales, hay quienes les preocupa mucho más el progreso y la contención del desastre, que perpetuarse en el cargo. Pero ojo, porque solos no se van ¿a dónde van a ir? ¿Quién les va a contratar con los mismos beneficios y responsabilidades, cuando el dinero no sea de todos? Por eso hay que enseñarles el camino, para que permitan que nuevas generaciones, con nuevas motivaciones, con nuevos criterios y sobre todo con renovado talante, puedan capitanear nuestras instituciones a mejores puertos que en los que ahora recalamos.
Hemos de adaptarnos a los cambios que hay a nuestro alrededor, limpiar los cajones y renovar armarios. La solución no puede ser mirar para otro lado y cobrar gastos de representación porque no es ese el espíritu que necesita nuestra provincia, ni nuestras empresas, ni siquiera para los que trabajan y dependen de ellas.
No me digan que calle cuando no se facilita la labor de control de una entidad, no me digan que «mire hacia otro lado» cuando el balance no se corresponde a la realidad, no me digan que ostentar un cargo conlleva callarse, porque no es así. Si unos traspasan la línea para adecuar la realidad a sus intereses, permitan denunciar, en voz alta, las irregularidades que se vienen repitiendo año tras año. Mientras se despide personal cualificado, en los que se ha invertido años y esfuerzo para que tengan la experiencia adecuada a su labor, porque no son «hijo de» o «sobrino de», salvo muy honrosas excepciones. Las instituciones necesitan de una reestructuración urgente, nuestra sociedad, no puede mirar para otro lado, mientras arden en la hoguera que han provocado los que capitanean su gestión y que impiden adecuarse a la demanda social y sobre todo a la legalidad y realidad que vivimos. Se aferran a la idea de que el escenario va a volver a ser el anterior, el de la burbuja, el de otros boom y el de una Administración que volverá a llenar las arcas para el despilfarro, para seguir siendo lo que son: organismos dependientes, sin voluntad propia, al son que le marcan desde la política. ¡Qué lástima conducir cuesta abajo y sin frenos! Sobre todo cuando, a diario, nos están avisando del peligro que ello conlleva.