¿Por qué sigo queriendo ser rector de la UA?
¿Por qué sigo queriendo ser rector de la Universidad de Alicante? ¿Por qué he presentado mi candidatura a estas elecciones?
Pues bien, no tengo empacho alguno en comenzar diciendo lo que en términos coloquiales puede calificase de “una verdad como un templo”: sigo enamorado de mi trabajo y de mi Universidad, y sigo pensando que "otra Universidad es posible". Más aún: ahora, en los momentos y la situación actuales, es inevitable cambiarla. Ese “otra” no significa “una distinta”, sino “cambiar” la que tenemos. Cambiarla a mejor: A lo que ella se merece: A mucho mejor. Si no pensara y sintiera así, no habría formalizado mi candidatura.
Creo que hemos venido asistiendo a un deterioro de nuestra institución, tolerado con indolencia por algunos responsables de la misma a lo largo de estos últimos cuatro años. Y a mí, y a muchísimos, nos duele. Y no nos conformamos en absoluto. La comunidad universitaria difícilmente puede participar en los proyectos institucionales. Han sido desarrollados unos planes de estudio y unos sistemas de evaluación tan rígidos que han creado un malestar cierto en muchos sectores del alumnado. Nuestra posición a nivel autonómico y nacional en el ámbito de la investigación no está mejorando, sino todo lo contrario. Las empresas contratan menos servicios con la Universidad de Alicante.
Todo esto está apelando con vehemencia a nuestra responsabilidad para que pongamos en marcha los mecanismos necesarios y adecuados para que cambiemos el rumbo de nuestra institución. Somos un servicio público y debemos generar, con destino a la sociedad, el retorno crecido de la inversión que ella hace en nosotros. Y además debemos ser capaces de convencer a las empresas de la utilidad de nuestros medios humanos, materiales y de conocimiento. Tenemos la obligación de estar en la vanguardia no sólo del conocimiento y de la cultura, sino de los métodos y procedimientos, y hemos de ser capaces de lograr transferir, compartir, adecuada y eficazmente, todos estos caudales tanto internamente como hacia el exterior.
En los comicios electorales de cualquier índole, la mayoría de las veces pueden resultar difíciles de detectar las diferencias existentes entre los contenidos de declaración de intenciones de los distintos programas electorales que ofrecen los candidatos. Además suele ser común que unos y otros utilicen términos similares (algunos muy manidos, por cierto) e intenten contentar (convencer es cosa bien distinta) a todos los colectivos implicados en el proceso electoral. Pero donde las personas con derecho a voto han de buscar, para hallar y someter a comparación esas diferencias, es en la precisa descripción de las mismas, en la sensatez y en la viabilidad de las medidas propuestas, en la adecuación de dichas medidas a las necesidades del colectivo al que se dirigen, en el rigor con que se plantean los cauces y métodos para su desarrollo, y en la trayectoria, el talante, la capacidad, la eficacia y el grado de credibilidad de los candidatos, con el fin de evaluar cuál de ellos les merece mayor garantía para que resulten cumplidos, en su grado máximo, los objetivos que se proponen.
En nuestro caso, esa tarea corresponde a la comunidad universitaria. Y, aunque, evidentemente, no es cosa obligatoria, a mí, como candidato a rector, me gustaría que ese ejercicio se hiciese. Para que así cualquiera que sea la dirección del voto, la decisión que la motive sea razonada y verdaderamente consciente. Por el bien de nuestra Universidad.