Seguir sonriendo en España, la “Vega” y Orihuela
Las resacas electorales son pródigas en análisis e interpretaciones, a menudo muy marcados por las emociones inmediatas. Puesto que se ha instalado en una parte de las gentes del cambio una cierta amargura con los resultados, aquí comparto algunas impresiones generales y locales junto a motivos para una lectura más esperanzadora del actual momento político.
En primer lugar creo que, en términos generales, debiéramos huir de tres peligrosos fantasmas. Para comenzar, los cambios históricos no son un "suceso",sino un "proceso". Esto es, no se trata de soñar con dar un golpe definitivo que lo cambie todo de una vez y para siempre. Muy al contrario, los procesos históricos están jalonados de avances, retrocesos, grandes aceleraciones y dramáticos bloqueos, estallidos con sabor a revolución y procesos de negociación y compromiso que navegan entre el posibilismo y la utopía. El ascenso a una montaña no es siempre en linea recta y cara a la cima. Bordeas, das curvas y a veces hasta desciendes para encontrar el sendero más exitoso. Hemos ascendido mucho en muy poco tiempo, hay menos oxígeno en la alturas, duelen las piernas y los errores penalizan más cuanto más próximos estamos a la cumbre. Llegar en diciembre con 69 + 2 diputados fue una demostración de que había alternativa, pero también la obligación de asumir contradicciones y ataques tan potentes como nuestro tamaño.
Por otra parte, resultan peligrosos los razonamientos contrafácticos simplistas. La fórmula "si no hubiéramos hecho "x", habría pasado "y", o viceversa, no tiene mucho sentido. No sabemos si la confluencia ha restado o si, por contra, nos ha salvado de un retroceso mayor; no sabemos si hemos tocado un techo estructural o si estamos en nuestro "suelo" fruto de la apatía política inducida. No hay respuesta clara y unívoca para tales dudas. Quizá debamos asumir que, como siempre, las variables que explican el éxito o fracaso siempre son múltiples y cruzadas. Hemos cometido errores, pero no todo es un error. Hay un fértil margen de análisis entre la autocomplacencia y la autodestrucción.
Por último, siento temor ante la tentación de "infantilizar" o idiotizar al electorado que, legítimamente, ha optado por opciones inmovilistas o de retroceso. Con la respuesta a la crisis descubrimos que los procesos de transformación están llamados a ser empujados por identidades diversas y complementarias: gentes de izquierda, gente de abajo, gente que, simplemente, quiere dignidad y justicia, incluso también gente conservadora que ve como el mercado se lleva por delante lo mejor de nuestras tradiciones. Una nueva mayoría viene naciendo, pero nadie dijo que los partos de la historia fueran fáciles. Hay que huir de los topicazos pseudoprogresistas del tipo "España no tiene arreglo"o "yo me voy del país" son justo los lugares comunes que nos instalan en el discurso de la resignación. En Austria la extrema derecha rozó la presidencia; en Gran Bretaña triunfa el euroescepticismo insolidario y en Francia, la movilización social apenas frena el auge la derecha xenófoba del Frente Nacional. España no es un país sumiso ni condenado a estancarse, al contrario, somos la esperanza de buena parte de los anhelos democráticos de Europa: a pesar de una campaña agresiva y marcada por una apatía política inducida, perviven 5 millones de votos genuinamente comprometidos con el cambio social. No es suficiente, claro, pero quizá no sean un punto de llegada desde el que resistir, sino un punto de partida desde el que crecer.
En Orihuela, el PP se instala en un cómodo 51% de voto, superior al 46% que obtuvo en diciembre de 2015, pero, y esto es importante, muy lejos del 67% de 2011. Ello revela que su hegemonía, alimentada de redes clientelares y viejas inercias, está vigente, pero no intacta. De hecho, los 4.300 votos de Unidos Podemos, aunque menores y desgastados respecto a diciembre, son muchos más que los apenas 1.500 votos que, en 2011, sumaron Izquierda Unida y Compromís en nuestro municipio. Ello revela que, también en nuestra ciudad, existe el germen de una nueva mayoría social capaz de construir un alternativa democrática en lo más cercano. Además, la tendencia de voto de la Vega ha sido similar a la del resto del Estado (subida aproximada de 5 puntos para el PP y descenso de 3 para Unidos Podemos). Ello revela algo, los gobiernos locales no están siendo ratificados ni impugnados, puesto que, parece, el movimiento de voto se enmarca en una coyuntura estatal. Por ello, ni PP-C's están siendo ratificados en Orihuela, ni la dignidad del cambio está siendo impugnada en Almoradí o Callosa (tampoco lo contrario, claro está). Por tanto, el análisis crítico y balance de los gobiernos dignos de la Vega y el trabajo de oposición social que en ella hacemos, debe seguir esperanzado. Lo que hoy ha sido un pequeño retroceso, mañana puede ser un gran avance.
Durante años, hemos vivido bajo el mito de David frente a Goliat. Nos sentíamos condenados a ser una eterna minoría. El “Pepito Grillo” impotente de una sociedad condenada al fracaso. Hoy, sin embargo, 71 diputados y un 21% de votos nos resultan insuficientes, síntoma de que nuestros sueños crecen más rápido que nuestros músculos y eso sólo revela una cosa: ya no queremos ser un eterno David, queremos ser gigantes. No para aplastar a nadie, sino para cambiar este país. Hoy, viejas élites sonríen aliviadas porque resisten; nosotros sonreímos con amargura porque queremos más. La oportunidad sigue abierta, el éxito no es seguro, pero sigue siendo posible. Podemos seguir sonriendo, hay alternativa para España, Orihuela y la Vega Baja. Hemos encontrado el camino, pero apenas hemos comenzado a transitarlo, aún nos queda trayecto, quizá hemos retrocedido un pasito, pero estamos mucho más cerca que hace 5 años. Y lo más importante, juega a nuestro favor el nuevo viento de la historia, sigamos sonriendo.