El Cid en Peñíscola
Una de las anécdotas más sabrosas de mi vida profesional, me la proporcionó Manolo Marcos, un rudo palentino que paso de despachar baguettes, a vender palés de azulejos. Este buen hombre de grato recuerdo, se paseó con su señora por toda Valencia buscando el castillo fortaleza que aparecía en la película el Cid de Samuel Bronston y Anthoni Man. Tras varias horas de búsqueda. Como aquella amurallada y marinera Valencia del filme no aparecía, se le ocurrió preguntar y en esas llegó a Peñíscola, hermosa joya de Castellón, a doscientos kilómetros al norte de la gran ciudad levantina. Tan cierta es la anécdota, que no hace mucho la conté a unos amigos, que me miraban poniendo cara avinagrada como de inventarme la historia. A lo que apostillé con severa rotundidad y aplomo, la certeza del asunto.
Tras la cuestión recordé la primera vez que vi la película en el cine Rex de mi pueblo. Década de los sesenta. Y lo que más me gustó fueron los combates en las batallas, los torneos a caballo y el beso de Charlton Heston a Sofía Loren. Al final, no sabías si cuando se perdía con Babieca por la playa en dirección Benicarló, se había muerto o no. Y quedaría la historia del embalsamiento, y el ganar batallas después de muerto. La película salió en cromos a todo color. Eran tiempos de coleccionar fantasías y héroes. No guardo el álbum, y no sé que pasó con él, pero me ha dolido mucho no poder conservarlo. Cuando se rodó la película, algunos mozos del servicio militar, decían que habían actuado como extras en los ejércitos moro y cristiano. También decían de Ismael Chola, que era un gran nadador. Se había tirado desde el peñasco del castillo al mar, como extra. Nunca pude comprobar esta afirmación, pero desde entonces este hombre, como el Cid, pasaría a la leyenda.
Fueron pasando los años. Y a medida que iba entrando en conocimiento, el personaje literario de Rodrigo Díaz de Vivar, se tornó más atractivo. Llegada la época del Videoclub, por fin pude disponer de la película en casa, y revivir aquellas borrosas escenas de acción, reflejadas en los cromos perdidos. Me fascinó la música, el vestuario, la fotografía, parte de los diálogos y por encima de todo, la belleza misteriosa de una exultante Sofía Loren. Ahora podía comprender mucho mejor sus requiebros, que en mi tierna infancia. Con todo esto, algunos de mis amigos progres, ya comenzaban a criticar la película, en cuyo guión había influido –según ellos- la mano del Caudillo Franco. Con el tiempo se han sucedido las reposiciones en la televisión, y conservo en mi videoteca un ejemplar para recreo de cinéfilo, recordando diálogos y músicas que me retrotraen a aquel cine Rex de mi pueblo, ya desaparecido.
Tras las múltiples desgracias que sacuden a nuestra España. Crisis económica, social, moral. Paro y ruina. Leyes prohibitivas a troche y moche. Abortos a la carta. Políticos corruptos. Traidores y sicarios de la Constitución. Delincuencia organizada, drogas a mansalva. Alcoholismo juvenil. Desprecio a la religión. Soterramiento de los valores. Separatistas del estatut. Y una larga retahíla que me pone los pelos de punta. Mira por donde que me acuerdo del Cid de Bronston. Y repaso mentalmente la gallardía, caballerosidad y compasión del Cid. El honor hasta las últimas consecuencias del conde de Gormaz. La lucha a muerte por el poder entre los hijos del rey fallecido, los hermanos Alfonso y Sancho. Las intrigas de doña Urraca. El crimen a traición de Bellido Dolfos en el sitio de Zamora. La devoción de amistad del rey moro Moutamid al Cid. “Salvado por un moro, traicionado por un cristiano”. La fidelidad de su soldadesca. El amor por la gente y las tierras de España.
La jura en santa Gadea, -cuánto perjuro por metro cuadrado hay en esta acongojada patria-, en todos los gremios y oficios, hasta en los más nobles. El destierro por despecho tras el juramento. Y el sincero beso de fidelidad despreciado por el rey herido. “Todas sus propiedades pasan a la corona, cercenaré la mano que le proporcione cobijo y comida”,así rezaba el bando real. Y en el destierro da de beber a un ciego leproso que cual profeta, le reconoce. “Solo hay un hombre en España, capaz de humillar a un rey y dar de beber en su mano a un leproso”. Y encuentra el amor de Jimena, en la soledad y en la pobreza. Hay muchos destierros hoy, en esta nación de chiquilicuatres. Hay pocos políticos que cuadren lo más mínimo en los nobles versos del Cantar del Mio Cid, de donde sale la mayoría del diálogo. Hay menos caballeros con la hidalguía necesaria, para juntar una mesnada para combatir la felonía imperante y arregle este desastre. Todo es una película de retales históricos sin más. Una superproducción yanki, a la que Franco le metió mano según los progres. Pero rediez, qué actual y viva. Acabadita de rodar por El Javier Bardem y Penélope Cruz en el papel de Jimena, pero sin épica.
Si hasta cuando Ben Yusuf, al contratar al sicario le dice: “Matarás al heredero, haré correr la voz que fue su propio hermano. Lucharán entre ellos y se debilitarán. Entonces vendré de África con mi ejército y conquistaré España”. ¿Les va sonando el argumento?. Y podría seguir pero ya no quiero cansar .
La película me sigue emocionando cada vez más. Las desgracias de España son las mismas, pero sin la banda sonora de Miclós Rozsa. Charlton Heston se murió sin hacerle nadie ni puñetero caso, porque era de derechas y le gustaban los rifles. Sofía Loren es hoy una anciana con liftings en la piel. Y mi amigo Marcos sigue veraneando en Peñíscola cada año, desde que descubrió que no era la ciudad amurallada de Valencia.