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Por Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
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Día de la Iglesia Diocesana

    El próximo Domingo, 12 de noviembre, es el Día de la Iglesia diocesana. Con esta Jornada se quiere ayudar a todos los católicos a tomar conciencia de que pertenecen a una Iglesia diocesana, en nuestro caso a la diócesis de Segorbe-Castellón, para conocerla mejor y de amarla como propia, haciéndonos responsables de su vida y de su misión.          

    La Diócesis no es un territorio, un conjunto de servicios o una organización humana con fines religiosos. Nuestra Iglesia diocesana es una porción del pueblo de Dios, extendido por toda la tierra. Está formada por hombres y mujeres, los bautizados, pero tiene su origen en Dios mismo. Como la misma palabra ‘Iglesia’ indica, es la asamblea, la comunidad, convocada por Dios. Tiene su origen en Dios; somos su pueblo, elegido por Él para continuar y hacer presente en medio del mundo la obra salvadora de Cristo. Por el bautismo, renacemos a la vida de Dios. Dios mismo nos hace sus hijos amados en Cristo y nos incorpora a su pueblo, a la gran familia de los hijos de Dios. Ningún cristiano católico puede considerarse ajeno a la gran familia de la Iglesia diocesana: es nuestra familia, y como tal la debemos conocer, amar y ayudar.

    La Iglesia diocesana la formamos todos los católicos que vivimos en el territorio diocesano; en ella se hace presente la única Iglesia de Cristo y experimentamos el amor de Dios por cada uno de nosotros. Con frecuencia no valoramos debidamente los dones y bienes que recibimos a través de nuestra Iglesia: entre otros, la fe, la Palabra de Dios, el Bautismo, la Eucaristía y demás sacramentos, la educación en la fe de niños y jóvenes, el acompañamiento personal, de matrimonios y familias, la atención a mayores y enfermos, la ayuda a los necesitados, el compromiso con nuestra tierra y la esperanza en la vida eterna. En nuestra Iglesia diocesana y en sus parroquias está presente y actúa el amor de Dios, y desde ella salimos para llevar a todos el amor de Dios.

    Demos gracias a Dios por los dones de Él recibidos en su Iglesia. Saberse personalmente amados sin medida por Dios es la fuente de nuestra alegría cristiana. Es la experiencia que funda y da consistencia a la existencia de todo cristiano. Quien vive con alegría el amor que Dios le tiene, no lo puede ocultar ni callar. Lo anuncia y lo acerca a todos porque a todos está destinado el amor de Dios.

    Hoy, a muchos les cuesta decir, incluso entre conocidos, que son católicos, dado el ambiente de cancelación de lo cristiano. Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de no tener miedo a vivir y mostrar nuestra condición de cristianos. Y que lo hagamos con alegría y con humildad, en privado o en público.

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