El estuche de colores
Cuando era pequeño, como en un ritual, cada año mi madre me compraba un estuche nuevo de colores. Resultaba curioso como, al finalizar cada curso, la mitad de los colores del estuche de cada año, había desaparecido; ni rojos, ni verdes, ni azules estaban en su sitio, en su lugar una especie de sustitutos, de marcas diferentes, repetidos sin ton ni son, medio desgastados (o no), probablemente de algún compañero o compañera desentonando el armonioso orden establecido.
La finalización de las clases llevaba a la debacle total de un estuche sobrecargado o medio vacío, depende, y al disgusto materno. -¿Qué has hecho este año? ¿Otra vez? No es posible que tengamos que comprar un estuche cada año, no es posible… Pero allá íbamos, a una vieja papelería a comprar el estuche y a estrenarlo todos los septiembres.
Pero una cosa tenía en común todos los finales de curso, el color blanco. Siempre estaba allí, en su sitio, inmóvil, sin verse afectado por el paso del tiempo, como si con él no fuera la cosa, a estrenar, el único que jamás había necesitado que le sacaran punta, el único cuya longitud original estaba intacta, con la marca bien visible cada vez que se abría su funda.
Hasta que mi madre, harta de renovar estuches, decidió renovarse ella y me compró uno tipo saquito, con cremallera, como muchos compañeros tenían, y allí fue una colección de colores variopintos, repetidos, de diferentes longitudes, marcas y colores. Y alguno de los blancos, intacto, también sirvió de acompañamiento. Allí se quedó, en el fondo, sin ser utilizado; mientras los profesores nos contaban que el blanco (entre otros) era uno de los colores básicos, uno de los colores puros.
Unos años después, una maestra nueva nos pidió traer pinturas a la vieja escuela, témperas, acuarelas, etc., 5 únicos colores, rojas, azules, amarillas, negras y ¡BLANCAS! Con ellas aprendimos a mezclarlas y a conseguir los demás tonos de verde, naranja o gris entre otros. Ya sabía para que servía el blanco. Rebusqué en el estuche, lo encontré y empecé a darle uso. Y entendí el significado erróneo de la palabra pureza, comprendiendo desde aquel momento que era inútil, una estafa.