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Por Jaime Bronchud - Portavoz del PP en el Ayto. de Mislata
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Asco

    Estoy profundamente enfadado. Vengo indignado desde hace meses haciendo una labor diaria que es difícil de reconocer. Pero aún así, sigo batallando porque hay algo en lo que creo y que me gusta: que es mejorar la gestión de Mislata.

    Durante los años más duros de la crisis, con aciertos y con fallos, cada día me he empeñado en mejorar la vida de todos porque creo en la política. No nos tocó vivir la época más fácil, desde luego.

    Y cada día me ha tocado levantar más la cabeza y la voz para defender la legitimidad y la necesidad de la clase política. Pero hay una clase política sin clase, sucia y ensuciada, rastrera, miserable y asquerosa, que nos está lastrando a todos.

    Cuando este país, rico en todas las bondades que pueda tener una tierra, está pasando sus peores momentos, los titulares de prensa, las tertulias de radio y los informativos de televisión – además de las redes sociales – se están cegando con sacar a la palestra mil y un casos de corrupción que, en vez de limpiar, los partidos han usado para ensuciar al de enfrente sin valorar de que nos enmerdábamos a todos. Que ensuciábamos el mejor sistema de los que conozcamos. Un riesgo lamentable. Asqueroso.

    Llegué a la política sin esperarlo, porque participaba activamente en asociaciones y en el consejo de la Juventud. Y vi en la invitación a ser concejal una posibilidad de mejorar el pueblo en el que vivo y la sociedad en la que crecí.

    No he dejado ni un día de trabajar por un proyecto en el que creo. Y en el que he conocido a muchas personas valiosas, que no buscan ninguna foto ni tienen ningún sueldo.

    ¿Aquí no se salva nadie? Se pregunta la gente. ¿Aquí no se salva nadie? Me pregunto yo también. Y sé que sí, que se salvan muchos.

    Que aunque no lo parezca, la panda de mangantes que han expoliado a su gusto no son todos. Ni la mayoría. Políticos de izquierdas, de centro y de derechas, sindicatos y empresarios han abierto la caja de Pándora para que otros políticos, sindicalistas y empresarios sufran los truenos de la justa y justificada tormenta social.

    Sigo en ello. Hasta cuando los vientos soplan más fuertes en contra que nunca… Porque quizá, en los peores momentos, es cuando los hombres y las mujeres tenemos la obligación de demostrar de una manera aún más valiente nuestra capacidad de compromiso.

    Me asquea cada caso de corrupción, cada titular, cada político que lo aprovecha para denigrar al que está en otro partido, como si alguna casa se salvase de esta lacra… Me he decepcionado con políticos a los que les sospechaba un pedigrí extraordinario. Y lo de los últimos días, irremediablemente, me enfada mucho más.

    Las operaciones anticorrupción de estas semanas, al margen del respeto al proceso judicial, deja claro que si pensábamos que algo no anda bien, es que anda peor todavía. ¡Y no hay derecho! No hay derecho a que algunos sigamos en la batalla más dura cada día mientras otros con tarjetas negras, con mariscadas, con ERES, con sobres, con cuentas en Suiza,… y con hostias en vinagre nos escupen y ensucian la labor que intentamos hacer por el bien de todos. ¿Aquí no se salva nadie? Se pregunta la gente.

    ¿Aquí no se salva nadie? Me pregunto yo también. Y sé que sí, que se salvan muchos. Que aunque no lo parezca, la panda de mangantes que han expoliado a su gusto no son todos. Ni la mayoría. Políticos de izquierdas, de centro y de derechas, sindicatos y empresarios han abierto la caja de Pándora para que otros políticos, sindicalistas y empresarios sufran los truenos de la justa y justificada tormenta social.

    Y en mitad de esto, uno se detiene y piensa: ¿qué necesidad tengo de seguir batallando cuando hay tanto que huele mal alrededor? Pues quizá deba de ser ése el principal fin de la nueva generación política: apartar aquello que no huele bien y aprovechar el tirón de quienes durante décadas han hecho una labor sin mancha.

    La regeneración política ya no es necesaria en España, directamente no hay otra salida que no sea la renovación, la limpieza, el aire fresco y el cambio de criterios y de maneras de acercarnos a una ciudadanía de la que nos han apartado.

    Y digo nos han apartado porque yo nunca he dejado de ser calle, pero cada caso de corrupción, cada titular negativo, cada sombra y cada sospecha solo han contribuido a que mi propio electorado piense que toda, absolutamente toda la clase política, somos igual. Y eso me repugna.

    La sensación que hoy tengo en el cuerpo no es sola indignación. No es mosqueo. Ni enfado. Es asco. Asco que haya quien se haya aprovechado de todo y de todos. Asco de quienes han silenciado o callado, de los que han mirado hacia otro sitio. Asco de quienes pensaron que el bien común solo pasaba por sus bolsillos. Y asco de que “como ciudadano que hace política” alguien crea que no pasará nada porque al final se salvan todos…

    Señores, sé que les dará igual con su cara dura, pero ustedes me dan asco. Un asco tremendo.

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