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Por Jesús Montesinos
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Todavía quedan 1.707.550 puestos de trabajo

    El problema grave es el paro. En la Comunidad Valenciana hay 506.000 personas que padecen la pandemia de forma intensa, sin que se vislumbre alternativa más o menos creíble a su situación. Pero hay que echar una mirada al 1.707.550 personas que a fecha de hoy están registrados como cotizantes y que todos los días ponen las barbas a remojar, con o sin economía sumergida de por medio.

    Entre el amplio espectro de afortunados hay casi cuatrocientos mil autónomos que deben millones de euros y que no saben cómo pagarlos, unos setenta y cinco mil agricultores que superan los 60 años de media y el resto, entre nativos e inmigrantes, adscritos al régimen general de la Seguridad Social. De los 1.707.550 cotizantes unos setenta mil saben que durante este mes de marzo pasarán a incorporar a la estadística del paro. Por eso hay una situación realmente deprimente y porque desde el informe de la Fundación de las Cajas de Ahorros (FUNCAS) hasta el presidente de Mercadona, Juan Roig, reconocen que esto va a peor. Solo el Consell de la Generalitat dice que esto va de maravilla.

    Cada noche al acostarse y cada día al levantarse la cruda realidad demuestra que el próximo puede uno mismo. Y cada uno de nosotros tenemos un primo, una hermana o un amigo que parecía imposible pero ha sido tocado por la pandemia y lleva semanas mandando currículos sin obtener respuesta. ¿Cuántos de estos 1.707.550 trabajadores valencianos estarán en el paro antes de que acabe 2010? ¿Y cuántos volverán a encontrar trabajo?

    Ese es el gran dilema que frena el consumo y la regeneración económica. No hay confianza y por eso la gente se guarda el dinero en el calcetín, aunque ahora en Magdalena o en Fallas estire un poco la alegría. Pero no gastan, no compran, no les fían, no consumen. Por lo tanto la economía se paraliza e inicia una espiral perversa que acaba con más fábricas cerradas y más paro. ¿Cómo salir de esta espiral?

    Dejemos a los políticos con sus pactos de parcheo, que al final de la película solo darán para amortiguar la caída. No van a ser capaces de abordar los cambios estructurales que necesita esta crisis sistémica. Por eso dice Roig que “aún está por venir lo más gordo” y las Cámaras de Comercio proponen que “esto lo arreglemos entre todos”, pero no está claro que ese millón y tres cuartos de privilegiados valoren lo que hay que hacer. Ahí está el ejemplo de Grecia. País con el agua al cuello y donde nadie quiere sacrificar un mínimo de su estatus.

    Hay miedo, desconfianza y eso provoca una parálisis social (ver Sociedad del Miedo en ABC del 27 de febrero). Si antes éramos ricos, por qué tenemos que dejar de serlo ahora. Eso de la productividad o las habilidades que ahora reclama el mercado de trabajo no va nosotros, aunque en el fondo nos invade la certeza de que solo tiene futuro el trabajo bien hecho.

    En las respuestas a esas preguntas está el futuro de ese 1.707.550 personas. Ya es evidente que de las 506.000 más de la mitad van a quedar condenadas a constituir un cuerpo social marginado del mercado para siempre. Ya no habrá momentos de pleno empleo para grandes contingentes de mano de obra sin formación. Las contrataciones de alta intensidad van a ser sustituidas por la alta cualificación y mejores habilidades. ¿Cuántos de esos 1.707.550 se están haciendo esa pregunta y cuántos solo sueñan cuando en la Comunidad Valenciana se vivía con ocho hanegadas de naranjos? Tal vez por eso en las oficinas de empleo todavía hay gente que no acepta un trabajo si solo le pagan cien euros por una jornada laboral.

    (Sígueme en www.jesusmontesinos.es y www.twitter.com/jmontesinos)

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