Sahara, Melilla y los negocios
En Marruecos tienen sede Altadis, Fadesa, Alsa, ACS, Endesa, Isofont y diez grandes empresas españolas más, amén de unas quinientas pymes que se dedican a la agricultura y el textil en Agadir y Larache. Basta el siguiente dato: el 50 por ciento de la fresa que se consume en Europa no llega de Huelva sino de Marruecos. Y así varios cientos de comerciantes que andan todo el día de aquí para allá vendiendo azulejos, comprando piel para calzado, ladrillos para construcción barata y hasta coches de segunda mano.
Pero aquí andamos de víctimas o de colonialistas desde el desastre de Annual. Solo Telefónica y el Santander han optado por retirar sus inversiones ante el Mohamed porque les ha salido a cuenta vender las acciones, porque había que pagar demasiada pernada o porque los franceses aprietan para conquistar ese mercado. Francia no tiene complejos. Hace años que sabe que argelinos y marroquíes son su mejor y más barata mano de obra. Aquí nos quejamos de los moros que ocupan las listas de espera en los hospitales públicos. Pero los franceses no andan todo el día con Melilla o el Sáhara para contentar a progres o fachas.
Como en tantas otras cosas aquí la cuestión es removernos en las cenizas de los tópicos. Un día de estos alguien propone que mandemos a Alatriste a reconquistar los Paises Bajos y a Millán Astray para que ponga orden en Melilla al frente de la Legión. Con lo fácil que sería que Zapatero, el Rey y hasta el propio Camps salieran a la palestra y dijeran: ¡Oigan! Dejen tranquilo a Mohamed que tenemos un montón de negocios pendientes de su humor. Cuenten la naranja valenciana (sic), la fresa, la patata (aquí ya no se produce ni la mitad de la que se consume), la cebolla o el calabacín. O si quieren las nuevas inversiones turísticas de Fadesa en Saidia, las previsiones promotoras de Marina D´Or o las contratas públicas otorgadas por el Mohamed a empresas españolas gracias a silencios políticos oportunos.
Pero queda de maravilla andar en vacaciones con el cartel de quijotes por la vida, mientras en horario de oficina atendemos el comercio con Tánger. Por una vez que asumimos en la práctica la ética protestante de Max Weber va y se nos cae la cara de vergüenza.