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Por Jesús Montesinos
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Y miles de personas no saldrán del paro

    De los 500.000 parados censados en la Comunidad Valenciana hay unos que no lo son porque trabajan en la economía sumergida, otros que saldrán por un lado o por otro y casi la mitad que están condenados a la clasificación de parados eternos. Ya puede el político de turno prometer lo que quiera e incluso firmarse el gran pacto que demanda el Rey y el pueblo que, lamentable y estructuralmente, hay unas doscientas mil personas que están condenadas al paro. No hay remedio para los próximos diez años.

    Y no es una premonición. Es el actuario de las tendencias del mercado de trabajo. En los años 80 y 90 las minicrisis económicas (mini vistas desde la actual) registraron un paro en torno al 20 por ciento en la Comunidad Valenciana por culpa de la caída de la construcción, pero que fueron laminados gracias precisamente al nuevo rebrote del sector y añadidos. Pero ahora, con el 22 por ciento de paro en este primer trimestre de 2010 y el stok brutal que hay en viviendas y sectores relacionados (cerámica, cemento, ladrillos, muebles, equipamiento…), no van a registrase contrataciones masivas hasta dentro de muchos años. Hasta el presidente de los constructores valencianos, Eloy Durán, lo reconocía el jueves.

    Alguna vez he recordado que Alvin Toffler ya escribió en 1990 que en el siglo XXI el trabajo pasaría a ser de cuantitativo a cualitativo. Para Toffler (El cambio del poder, Plaza y Janes) las sociedades de las chimeneas tenían fácil generar puestos de trabajo. Como los puestos eran intercambiables requerían poca capacitación y cualquier trabajador podía ocupar cualquier puesto y en unos meses desaparecía el problema del paro. Cualquier tipo de inversión comportaba creación de empleo.

    Cambiemos chimenas por ladrillos o “cullidors” y encontraremos el mismo principio. Para cualquiera de estos empleos no hace falta cualificación, con lo que en épocas de bonanza hay grandes contingentes de mano de obra sin formar que encuentra fácilmente trabajo. Pero cuando desaparecen las chimeneas, los ladrillos o los naranjos desaparece ese empleo y los trabajadores sin cualificar tienen difícil recolocación en sectores que demandan especialistas. ¿Qué harán los casi 250.000 parados, jóvenes en su mayor parte, que no reúnen cualificación para la economía emergente? En poco o nada influirá la anunciada reforma laboral o las promesas políticos.

    Hay buenas iniciativas empresariales, pero no acabarán con la bolsa de paro que se ha creado con la caída de la construcción e industrias afines. Eso solo se salva con cuatro millones de toneladas de naranjas a recoger al año o 23.000 viviendas residenciales por ejercicio, que eran las previsiones de hace unos tres años. Ahora los datos de la Fundación de Cajas de Ahorros (FUNCAS) prevén caídas del 2,3 en industria, del 5,1 en construcción y de casi dos puntos en productividad aparente. La agricultura ni cuenta.

    Bien es cierto que parte de la economía se ha sumergido y crece la tasa de ahorro familiar casi en diez puntos. Pero eso no genera empleo en los grupos de trabajadores sin cualificar. Eso crea contrataciones irregulares por debajo del salario mínimo y deja abierta la brecha que Gaggi y Narduzzi dicen su libro El fin de las clases medias: un grupo social quedará excluido. Una brecha que Cáritas llega a fijar en el doce por ciento de la población y entre los que hay mucho inmigrante. La solución es generar dinámicas económicas emergentes, porque aseguran un empleo de futuro. Pero es casi más necesario formar a ese contingente de 250.000 parados para que puedan retornar al empleo en trabajos que hace dos años ni estaban en la lista.

    (Sígueme en www.twiter.com/jmontesinos)

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