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Por Jesús Montesinos
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Lamernos las heridas mejor que curarlas

    Los chismorreos de la corte corren por todos lados con la guadaña dispuesta a cortarle la cabeza a Zapatero. Las encuestas lo dejan caer por los suelos y hasta los suyos quieren soltar lastre, mientras en el PP de Rajoy exhiben una sonrisa taimada sin percatarse de lo que les espera. Porque lo más esperpéntico del asunto es que Zapatero pierde votos a chorros sin que apenas haya entrado de verdad a meterle mano a las consecuencias estructurales de la crisis.

    A la vista de este comportamiento del electorado, ¿quién será capaz de meterle mano a los cambios sistémicos que todo el mundo reconoce como necesarios para salir de esta crisis sin agonizar? El PSOE y Zapatero van a dejar las cosas a medias para no sufrir una catástrofe que todos aventuran. Pero Rajoy y los suyos no se atreverán siquiera a anunciar un mínimo cambio estructural para obviar el riesgo en la estrategia por recuperar la Moncloa. Por lo tanto es seguro que estamos condenados a vivir en este fango los próximos decenios. Del puesto ocho de la economía mundial nos pondremos por detrás de Senegal. Eso si. Seremos campeones del mundo en todos los deportes.

    En la caída de Zapatero hacia los infiernos tiene mucho que ver la desconfianza que ha generado en el ciudadano español a base de idas y venidas. El mismo se ha dedicado a romper el espejo a base de pedirle una y otra vez que le contestara que era el más guapo y el mejor gobernante desde Adán. Al final incluso los suyos temen esa estrategia porque los cristales les cortarán a todos, hagan o no mérito para ello. Ha hecho todo lo que podía para que cualquier niño lo culpe por el precio de las chuches.

    Pero el mayor contingente de ciudadanos cabreados lo están también porque ha empezado a tocarles los pirindeles: funcionarios, pensionistas, hipotecados, mileuristas, aspirantes a puesto de trabajo, parados, autónomos, etc. En España nadie quiere oir hablar de productividad, trabajo, cambio del modelo productivo, esfuerzo, reducción de costes. Y menos los grandes grupos sociales que arrastran estructuras perversas en el momento económico que se avecina. Y que no vengan con las historias de las imposiciones de los mercados. Menuda excusa. Los mercados son el de la tienda al que le debemos los chuletones que hemos comido en los últimos años.

    Aunque todos saben que debe hacerse nadie quiere escuchar hablar de reformar la administración (cada español pagamos impuestos para cinco administraciones como mínimo), la justicia, acabar con el fracaso escolar, reinventar la universidad, recuperar el capital físico invertido en infraestructuras inútiles, racionalizar la política y mucho menos cambiar un tejido empresarial que nunca podrá volver a contratar esos cinco millones de parados. Aplicar las recomendaciones de los 100 economistas para las pensiones ya sueña a cuento de hadas. Ni siquiera será posible aplicar la leve reforma laboral imaginada por Corbacho para el lucimiento de su presidente.

    Si Zapatero genera desconfianza y encima la gente no lo quiere porque mete mano a lo de toda la vida, ¿quién nos va a sacar del marasmo? ¿Rajoy? ¿Pactos PSOE y nacionalistas? Me da lo mismo. Percibo la sensación de que nos gusta demasiado lamernos las heridas.

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