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Por Jesús Montesinos
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La insoportable levedad de las candilejas políticas

    Cuando en los años 80 Felipe González presidía el Gobierno y la comisión ejecutiva del PSOE siempre que surgían discrepancias por asuntos banales los llamaba “cosas de los valencianos”, aunque el litigio fuera entre Solchaga y Guerra o entre Serra y Boyer. Era la levedad del motivo por el que se generaba un problema y no el problema en sí mismo o los personajes implicados. Nuestras candilejas políticas.

    Treinta años después seguimos encerrados con el mismo juguete y en toda España somos admirados por la facilidad que tenemos por estar siempre en el escenario. No encanta dar motivos para que hablen de nosotros. Y pensar que un día encabezamos la Reinaixenca de la cultura mediterránea y la recuperación financiera de la economía española. ¿Nadie volver a ponernos de nuevo en el tercer puesto?

    En estos años, mientras media España se replantea de verdad el coste final de la crisis sobre nuestro exuberante calidad de vida y la otra media quiere seguir como si nada hubiera pasado, en la Comunidad Valenciana nos ponemos en boca de todos porque el presidente de la Generalitat, Francesc Camps, reconoce solo unos ahorros de 900 euros, la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, exhibe un Lancia de 21 años como patrimonio motorizado y tres empleados de Canal 9 denuncian como agresor sexual al máximo responsable de la gestión económica de la televisión valenciana desde hace quince años.

    Les ahorro cuando al secretario general del PSPV-PSOE, Joan Ignaci Pla, lo despidieron por segunda vez porque había comprado sin pagar una encimera (¡una encimera!). O cuando un comerciante de naranjas de Puzol se presentó con unos avalistas sudamericanos a comprar el Valencia C.F., el solar de Mestalla o el Miguelete, que para todo había hasta que se demostró que todo era afán de protagonismo sin poner un duro. Y dejemos entre bambalinas la moción de censura de Benidorm o la trompetería con el “caso Gürtel”, el “caso Fabra” o la vocación murciana de la CAM para bloquear cualquier posible fusión con BANCAJA. O la tercera ley urbanística (obra de Juan Cotino) del Consell, que nadie sabe a cuento de qué viene. O las broncas pueblerinas en el PP de Alicante.

    Desde hace años hemos acostumbrado al resto de España a vernos como una falla o como una hoguera o como una gaiata o como una fila mora o como unos nuevos ricos que han dilapidado el dinero. Durante años fuimos admirados como emprendores, precursores de estilos, modas, cultura, innovación industrial, afaenados agricultores y espejo en el que todo el mundo quería mirarse.

    ¡Mira los valencianos! ¡Van como una moto! ¡Se salen! Y nuestra insoportable levedad escénica quedaba oculta por la riqueza de nuestros ropajes. La capital era la capital de moda en España y estábamos en el mapa. Ibas a París y cuando te preguntaban dónde tenías la fábrica decías que en Valencia y siempre había una cita elogiosa. Alicante y Castellón vivieron años a rebufo, pero siempre vino bien la estela del cometa.

    Pero de repente hemos vuelto a la escena, bien porque nos encanta el sainete o porque alguien organiza muy bien el guión para que representamos el papel de payasos de lo barroco. Pero lo cierto es que porque somos unos metepatas de cartón piedra o porque nos han puesto en la Exposición Nacional del Ninot sin indultar, cada poco tiempo te llama un amigo de alguna parte y te dice “Los valencianos siempre estáis de lio en lio por cuatro chorradas”. Ya nadie recuerda que algún día fuimos tan importantes que cobrábamos peaje por la Ruta del Bacalao. Por eso insisto en la Renaixença.

    (Sígueme en www.twitter.com/jmontesinos)

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