La agricultura se muere porque la hemos matado

La agricultura no es más del 2,6 por ciento del PIB español, aunque por cultura ancestral parece que sea la clave de nuestra economía. Ya no lo son ni siquiera los invernaderos de Almería ni los exuberantes campos de naranjas de Valencia. La aportación al PIB es ridícula y de igual manera que lo es su aportación al empleo. Otra cosa es que en Castilla, en Valencia, en Andalucía o en Galicia nos encante ver los mares de trigo, oler el azahar, disfrutar del aceite de oliva o saber que la leche viene de las vacas. A mi pesar es un sector a extinguir en España, más allá de explotaciones románticas. La hemos matado.

Y al igual como ocurre con el ladrillo, las fábricas de coches o la regulación horaria de los comercios, nadie se atreve a colgar el cascabel al gato. Ayer el PP se apuntó al bombardeo de las manifestaciones. Y a buen seguro que el Gobierno anunciará la semana que viene un par de subvenciones al uso para ponerse al lado de la foto de los agricultores. Pan para hoy y más hambre para mañana. La reforma agraria ya no es el reparto de la propiedad, sino generar un nuevo modelo productivo y al final un nuevo modelo de negocio agrario. Pero nadie quiere decirlo y mucho menos hacerlo.

Desde que los moriscos fueron expulsados de España, hace más de cuatrocientos años, la agricultura no ha tenido otra finalidad que la propiedad de la tierra. La producción y mucho menos la productividad no eran ni ha sido objetivos. La tierra es para tenerla no para explotarla. A eso hay que sumar las migraciones urbanas y la PAC europea que, precisamente para frenar esas migraciones en toda Europa, ha subvencionado una agricultura continental de rentabilidad nula y que en el caso español ha destrozado los acuíferos para regar una producción que después de cobrada era quemada. La agricultura mediterránea, que no ha sido subvencionada, mantiene una estructura de producción propia de un vergel, que es un placer para los sentidos pero no para el bolsillo.

Por eso en España (lo mismo ha ocurrido en el resto de Europa) el valor añadido de la agricultura desde 1995 a la actualidad se mantiene sobre los 20.000 €. La renta agraria ha subido de 13.765 a 22.814 € por revalorización de la tierra; no por su productividad. ¿Qué futuro tiene esa agricultura? El cambio de valor (de propiedad a producción) debe ser tan grande que no podrá ser asumido por los manifestantes del sábado. Lo de los precios y la financiación es solo un autoengaño.

Además hay que sumar las variables exógenas. China está comprando países enteros en Africa para una producción agrícola sostenible que compita en los mercados europeos y para su propio suministro. Y las industrias agrarias japonesas y otras orientales se quedan con todo lo fresco que produzca el campo español o europeo o del norte de Africa para luego vendernos el mismo producto con lacito azul. ¿Cómo vamos a competir desde unidades de explotación mínimas, nula capacidad de comercialización y la propiedad de la tierra como único argumento productivo? Eso si: podemos manifestarnos muchas veces.