Todos tienen razón
¿No tenéis la ligera impresión de que todo el mundo tiene razón diga lo que diga? Todos tienen razones de peso, argumentos válidos y hechos que justifican esto y lo otro…. Cualquier tema y cualquier asunto los podéis encontrar en la boca de todos. Y que quede claro: no me importa que la gente quiera estar actualizada de lo que sucede en el mundo, de hecho, es lo que conviene hacer. Pero para actualizarse y saber qué es lo que está ocurriendo hay que informarse; y, perdonad que lo diga, pero no todo el mundo lo hace adecuadamente. Eso, eso es lo que más rabia me da.
La opinión crítica sobre algo proviene de un fundamento o fundamentos sólidos creados por diversas fuentes. Y digo diversas porque en el plural está la variedad de miras y la riqueza. Tendemos a quedarnos con lo primero que leemos, y eso en cualquiera de los casos es un grave error. Toda fuente de información humana conlleva un sesgo personal, subjetivo. Desde la elección de palabras, hasta la inclinación política. Aunque se trate de dar a conocer datos objetivos o de contar unos sucesos, el cómo se nos hacen llegar ya cuenta. Por eso hay recurrir siempre a distintas perspectivas.
Soy consciente, mi padre es periodista, de que muchos de vosotros en esta profesión no estaréis de acuerdo porque en la era de la libertad de prensa ha de primar el principio de objetividad. Que llevaréis por bandera la cita de Albert Camus de: “no puedo pretender saber todo, pero sí puedo comprometerme a no mentir”. Y os honra, de verdad, pero a un mínimo que trabajéis en diarios e informativos os daréis cuenta de cómo desde arriba se corrompe todo. Por suerte siempre estáis quienes hacéis de ello buena profesionalidad. Qué mal os hace la prensa rosa actual y el sensacionalismo al que siempre ha estado ligado nuestra sociedad.
Desde hace años se vive en los medios de comunicación la guerra por la audiencia. Y ni siquiera es preocupación por la calidad de lo que se nos comunica, sino que detrás de esa competición lo que importa de la cota de espectadores son los intereses que se crean, las ganancias que se generan y las acciones que se venden. No hay nada más en ello. Y aunque haya delante un equipo de personas comprometidas con la información, detrás no dejarán de haber grandes empresas motivadas por comer y devorar. Es su naturaleza.
Frente a ello, nosotros nos dejamos llevar por lo primero que gusta a nuestro criterio, lo que nos es cómodo, como si fuésemos ovejas del rebaño. Contrastar las muchas fuentes que disponemos para saber qué hablar y cómo hablarlo debería ser lo correcto y lo más oportuno teniendo en cuenta cómo están las sensibilidades hoy en día. La gente grita y se enfada constantemente por opiniones distintas a la suya. Se nos ha olvidado que la conversación y el debate de ideas son pilares del progreso.
Precisamente, de ese roce de perspectivas surgen los verdaderos aprendizajes. Porque darse cuenta de que estábamos equivocados o de que podemos cambiar de opinión no es malo, forma parte de la filosofía del error y la mejora. El error induce a cambios, casi siempre a mejoras, pero lo seguimos contemplando como fracaso personal. Se ha estigmatizado como algo negativo y malo. Que puede provocar rechazo, y por ende desarrollar perfeccionismos innecesarios. Como si la culpa por equivocarse fuera determinante en nuestras vidas y no pudiéramos buscar más oportunidades de cambio.
No obstante, me gustaría recalcar que cuando lleguemos a la situación de cambiar, modificar, moderar e incluso madurar nuestras opiniones lo hagamos por propio crecimiento. Se ve y escucha a leguas quiénes cambian de parecer porque han reconsiderado sus posturas, o han leído y se han informado más sobre el tema, y quiénes se dejan llevar por las ideas de moda del momento. Como si de tendencias de ropa se tratase, o de las novedades de Netflix de cada temporada.
Asimismo, una de las preguntas que podrían derivarse de esto sería: ¿hay opiniones más válidas que otras solo porque algunas estén más consolidadas? Y, en cualquier caso, y no pienso discutirlo, la respuesta sería no. No se trata de ser unos entendidos en todo y sobre todos los temas. Toda opinión es válida mientras no sobrepase los límites del respeto y la educación. Se trata, en el fondo, de ser personas críticas y conocedoras, consecuentes con lo que se piensa y hace. Capaces de cuestionarse el porqué de las cosas y tener un mínimo de competencia. No de convertirse en unos Hitlers de la opinión.
Como docente y como filóloga me gustaría creer que el mundo lee, se informa, escucha, filtra y decide. Y, sobre todo, quiero confiar en la humildad de saber reconocer el error y mejorar. Me desagrada cuestionarme siempre si cuando alguien se posiciona sobre algún tema ha tenido la capacidad crítica suficiente y la información necesaria. Pero como sé que no es así en la mayoría de los casos, y que estamos inmersos en la sociedad de las prisas y del “yo todo lo sé”, solo os diré que cuando discutáis con alguien no os alteréis ni levantéis la voz, simplemente mejorad vuestro argumento. Esforzaos en hacerlo sólidos, abierto y propio.