La mirada

Cuando vemos a una persona notamos al instante que algo le sucede. Su mirada es como un libro abierto el cual  nos enseña alguna preocupación que le embarga.

Llegamos a casa y comentamos con la familia que hemos visto a un conocido que su comportamiento no era el habitual. Los demás miembros de la familia dicen que les ha ocurrido lo mismo con otras personas. Incluso la hija pequeña nos cuenta que su amiguita, que todos los veranos iba de vacaciones con sus papás a otros lugares, este verano se quedan en casa poniendo la excusa de que no coinciden las vacaciones de papá y mamá.

Algo nos ocurre en la forma de mirar. El español se distingue por la alegría que transmiten sus ojos. Esa alegría parece que se está apagando.

Muchos pretenden ocultarlo, pero en la intimidad de sus casas prevalece la realidad. Con la calculadora repasan los gastos del supermercado, con lo que les sube ahora un carro de la compra antes llenaban dos.

La cuota de la comunidad de vecinos, pues los mantenimientos también han subido.

El aumento que han tenido al repostar el vehículo pues con el combustible para un mes ahora tienen sólo para quince días. Ahora para hacer una escapada los sábados o domingos se lo piensan dos veces. Si salen han de sumar la cuantía de los posibles menús que van a consumir.

Van apareciendo gastos donde hace unos cuantos meses no eran preocupantes.

¿Qué vemos en la mirada de la persona que hace unos años solicitó un préstamo? Se siente impotente de poder abonar las cuotas mensuales sino restringe gastos en diversiones e incluso en ropa y alimentación.

Con la mirada vemos también la cantidad de apartamentos en zonas veraniegas que no se han ocupado. Familias que en años anteriores eran asiduas al mismo apartamento, este año no se han visto. Se ha notado que no se han alquilado como en otros años, incluso rebajando el precio.

Los sábados y domingos si que se puede apreciar que hay gente en las playas, pero no ocurre lo mismo en los restaurantes. Son familias de ciudades cercanas que vienen a pasar el día. El resto de la semana siempre somos los mismos, sin problemas para plantar la sombrilla ni aglomeraciones a la hora del paseo vespertino.

Me comentaba un vecino marinero, con mirada triste, que el armador de la barca de pesca donde está enrolado no sabe qué hacer: si amarrarla a puerto o venderla. Con el mismo trabajo que en otras campañas ahora no ve las ganancias por ninguna parte.

¿Qué mirada tendrá el que compró una vivienda y ahora se ha paralizado la obra? Mirada de preocupación porque no sabe lo que va a ocurrir.

Lo del café, la copa y el puro se tendrá que plantear para asistir a una corrida de toros. Creo que con el café, tomado en casa, tendremos bastante para disfrutar del evento.

Los políticos deben mirar de vez en cuando hacia abajo y ver las miradas de muchos españoles, esas miradas tristes pensando cómo llegarán a fin de mes. Deben poner soluciones a los problemas cotidianos que día a día van en aumento.

Yo también tengo la mirada triste. Lo pienso mucho antes de hacer un gasto extraordinario.

Me gustaría que mi mirada poco a poco recobrara la anterior alegría al ver y notar que a los agricultores se les reconociera su digno trabajo abonándoles precios justos por sus productos.

Que los pescadores salieran a la mar con la ilusión por su trabajo.

Ver como van ocupando puestos de trabajo los parados.

Que desapareciera la regulación de empleo que afecta a tantas familias...

Hay un refrán que dice: “Que a perro sarnoso todo son pulgas”. Hay crisis y si no se ponen medidas urgentes, cada vez irá a peor.

Ha habido épocas que los españoles lo han pasado muy mal y han sabido salir a flote. Por un tiempo debemos dejar los pañuelos y panderetas. Pensar seriamente el por qué de esa mirada que nos embarga y echarla de nosotros. Sabemos y podemos.