Vísceras veraniegas 5
Y estamos tan tranquilos en la terraza de la cenia de mi mujer cuando de repente pasa un auténtico encierro sanferminero de jabalís de todos los tamaños por el huerto. Mis perros que son tamaño conejo empiezan a ladrar y correr detrás de ellos y los cerdos senglares, que corrían que se las pelaban, desaparecen entre un enorme zarzal que cubre árboles centenarios y que está abandonado su cultivo desde que, allá por 2005, hubo movimientos especulativos para su reclasificación mediante uno de aquellos famosos PAIs, para construir una urbanización.
Los bichos viven allí. Duermen y se reproducen. Y vienen a comer a nuestro huerto. Rompen los ribazos en busca de caracoles y ahora llega el mejor de los momentos para ellos. Una enorme higuera napolitana, que tenemos al lado de la casa, empieza a tener los higos maduros. Y los jabalís vienen cada atardecer, sin ser invitados y con la mayor de la desvergüenza, a comer los higos que van cayendo maduros.
Doce o quince jabalís que se intentan dar un festín y de paso nos rompen las gomas del riego por goteo. Se revuelcan en el lodazal que provocan los escapes de agua. Arrasan los plantones. Se restriegan en los naranjos viejos. Todo un documental de La 2 para después de comer y hacer la siesta.
Doy parte a la Sociedad de Cazadores. Se lo comento a amigos que son cazadores. Parece ser que hay un sistema de control en todo el término municipal. Pero yo estoy más por montar un Bio-Park y que los niños puedan ver en plena libertad estos animales salvajes de ochenta o noventa kilos con colmillos de 20 cm de largos. Total ¿qué puede pasar?