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Por Vicente García Nebot
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Urbanismo morado

    Dicen que el color morado o violeta se asocia al movimiento feminista y de emancipación de la mujer precisamente por una catástrofe urbanística. En Nueva York, en un edificio de varias alturas, como suele ocurrir en la gran manzana, en marzo de 1911 se incendió la fábrica textil Triangle Waist Co. Llena de trabajadoras que sobrevivían con una jornada de 52 horas semanales, retribuidas con un mísero sueldo y que las arrojaba a unas pésimas condiciones de vida. La fábrica mantenía los accesos al edificio cerrados para evitar robos, y eso supuso la muerte de 146 personas. El humo que despedía el incendio, por los tintes textiles, asfixió a las trabajadoras y pintó lúgubremente la ciudad de morado y violeta.

    Hoy, en un mundo en que las arquitectas, ingenieras, abogadas, alcaldesas y concejalas y todas aquellas que algo tienen que decir en el urbanismo de nuestras ciudades, ya están fuertemente posicionadas, va a ser muy difícil que la ola reaccionaria de Trump, Putin y sus esbirros en Europa y España puedan hacer retroceder un urbanismo que necesariamente tiene perspectiva de género.

    Un urbanismo que piensa en la mujer con el carrito del niño; con el hombre con el carro de la compra; con el abuelo que tiene su movilidad reducida; con la niña que tiene que llegar al colegio segura; con los espacios seguros y accesibles para todos y todas. Porque eso es el urbanismo con perspectiva de género, el urbanismo morado, y no otra cosa.

    Ahora bien, chicas, no lo olvidéis, los maromos y las abducidas lo van a intentar. Que ahora se sienten muy fuertes.

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