Putin y los ultras
A un occidental no eslavo es difícil que le caiga bien Putin. Un tipo de mirada fría, expresión inalterable incluso el día del bautizo de su hijo. Miembro de la KGB. Y un autócrata que mete a sus competidores en la cárcel en lugar de competir con ellos.
Hace unos meses todos los partidos de ultraderecha de Europa (incluido VOX) veían en él un espejo en el que mirarse. Un ejemplo de la defensa de la patria rusa que los países de Europa estábamos abandonando en nuestras propias patrias en beneficio de Europa.
Hoy, esos mismos, se les llena la boca diciendo que Putin es un soviético comunista que ataca a Ucrania y que después vendrá contra nosotros. Ahora sí que se meten en el saco de la Unión Europea y de la OTAN. Incluso señalan a Sánchez como amigo de los amigos de Vladimir, por si por ahí pueden rascar algún voto descarriado.
Lo cierto es que Rusia no ha podido equipararse a un país democrático, por más elecciones que haya hecho. Pasó del sistema feudal de los zares a la dictadura del proletariado soviética, sin ninguna transición. Y de la caída del muro a una oligarquía mafiosa reordenada por Putin. Una apariencia de democracia dirigida por un dictador.
Putin no es ni comunista ni fascista. Es lo mismo que cualquier dirigente del mundo que no sea demócrata. Ya sea chino, saudí o coreano del norte.
Porque si hubiera sido un país democrático, Rusia hubiera solicitado entrar en la sociedad que formamos los países libres y democráticos. Es decir, en la UE y, por qué no, en la OTAN. Pero no lo ha hecho porque en realidad sigue siendo un sistema basado en una nueva clase de dictadura: la disfrazada de democracia. ¡Vamos! La que le encantaría a los extremos.