Guerra de chatarra
No me digan que la guerra de Rusia contra Ucrania no es la cosa más rara en guerras que uno se podría imaginar en pleno siglo XXI. En el siglo de la tecnología, yo pensaba que las guerras se harían desde casa. En este caso desde Moscú. Es decir, que un soldado, master en redes sociales e informática avanzada, apretaría varias teclas de su ordenador y el misil caería exactamente dónde se tenía previsto.
De hecho, todos los ataques informáticos que sufren nuestras instituciones, los hackers rusos atacando a los sistemas informáticos de empresas estratégicas o las extrañas campañas electorales antieuropeas, con tufillo a intereses extranjeros, yo creía que eran la nueva guerra. Sin muertos directos. Todo lo más quienes quedaban heridas eran las instituciones o las empresas del IBEX 35 de cualquier país democrático.
Sin embargo, no ha sido así. Los rusos, como si estuviéramos en la batalla de Kursk de la segunda guerra mundial (siglo pasado para quienes no lo recuerden) han soltado a toda su chatarra blindada, llena de chavales convenientemente ideologizados, como si estuviéramos en la guerra relámpago de 1940 (blitzkrieg)
Y el resultado ha sido llenar de tanques destruidos de ambos bandos las calles de las ciudades, rellenos de cuerpos de críos humeantes. No lo entiendo.
O los rusos querían quitarse de encima toneladas de acero blindado y les ha venido bien dejarlo en Ucrania, o bien no son lo que tecnológicamente pensamos y realmente la guerra tecnológica la estaban haciendo desde China. Porque si no es así no me cuadra nada.
Si cree Putin que con la sangre de los suyos y de los ucranianos está consiguiendo amigos y respeto es que no está muy bien de ahí arriba.