Elecciones al Mercado Común
Los que ya tenemos cierta edad todavía nos cuesta decir eso de “La Unión Europea”. A bote pronto nos sale lo de la “Comunidad Económica Europea”, o sea, aquello que Don Salvador, entre barquito pintado en horas de trabajo y reglazo en la mano por hablar en clase, llamaba “el Mercado Común” y es que el que tiene un subconsciente ágil tiene un tesoro, y aquel maestro nos lo forjó a base de copiar del libro y calentarnos amablemente las manos (la derecha por lo general).
Seamos realistas, los que tenemos idealizada una Europa unida, soberana y fuerte, como los Estados Unidos de América, o por lo menos como los Estados Unidos Mexicanos, lo tenemos realmente crudo. Imagínese usted una Europa soberana, democrática, social y de derecho, en la que todos los países de la Europa geográfica hicieran el enorme esfuerzo de pérdida de soberanía para el bien y el interés común. Y que desde todo el mundo ya no se vieran pequeños países arrejuntados por el euro, sino un solo país llamado Europa, fuerte y potente. (Lo de las “naciones” dejémoslo para otro rato)
Imagínese, porque yo lo hago, una Europa Democrática, en la que además de un parlamento yo pueda elegir, como los estadounidenses, a nuestro presidente de forma directa. Y que no sea un desconocido de perfil gris y burócrata elegido para que no moleste a la que hace las funciones reales de presidenta: la señora Merkel. A ser posible, si tiene que existir una “troika”, que la hayamos elegido entre todos, que el sado-maso también tiene una parte de voluntarismo entre las partes. Y aquí me parece que, cuando te viene impuesto, el juego del masoquismo elegido pasa a ser una tortura impuesta. Y eso si que no.
Hagamos un segundo esfuerzo en imaginar que los mercados internacionales no son los que mandan realmente en todo el Universo conocido y desconocido. Y que realmente no nos queremos parecer ni a China ni al Sureste asiático en general. Que los trabajadores europeos recobran los derechos que les han usurpado cual hábil carterista en el metro de Madrid despluma a su pardillo. Que para conseguir la productividad y competitividad tan deseada por los mercados no es necesario que la dieta de los trabajadores europeos se quede en un cuenco de arroz comido en cuclillas antes de retomar el turno.
Y para acabar, una Europa de Derecho. Es decir, un lugar en el que haya una cierta garantía de que el que la hace la paga. En la que los pecados de la corrupción no son perdonados tras el rezo de veinte padrenuestros y quince credos. Es decir, en la que se devuelva lo robado y después paguen su deuda con la sociedad. Una Europa dónde el débil sin recursos pueda defenderse en igualdad de condiciones (si tasas judiciales por ejemplo, que le haga imposible defender sus derechos. Etc., etc., etc….)
Pero no. Estamos en la Europa del Mercado Común y si en las próximas elecciones no somos capaces de cambiarlo, esta crisis interplanetaria habrá servido para consolidar un modelo de Europa, caótico y mercantilista. Nada más. Piénseselo antes de no ir a votar.